Hace poco un gran amigo me contaba que le había preguntado a sus dos hijos cómo votarían en un plebiscito: ¿estadidad o independencia? La contestación: estadidad. ¿Y en un plebiscito estadidad sí o no? No. Esta aparente contradicción ilustra, mejor que cualquier columna de opinión, la psiquis del PPD, partido en el que militan todos los implicados en esta anécdota, y de muchos otros puertorriqueños que, aunque no se identifiquen con la Pava, quieren mantener su identidad y su ciudadanía.
Contesta también la pregunta que les hice en este rotativo hace unas semanas a Tommy y a Ricky. ¿Cuál es el miedo con una papeleta en que se le pida al pueblo apoyar o rechazar la anexión? Precisamente el que saben que esa consulta la pierden, porque hay una corriente muy fuerte en el colectivo nacional de nuestro país que quiere preservar nuestra puertorriqueñidad.
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De cara al plebiscito del 11 de junio, evento amañado y abusivo ideado por un partido que intenta fabricar un resultado artificial, el PPD viene obligado a escuchar los mensajes de ese pueblo.
En primer lugar, debemos atacar al anexionismo y al independetismo, con el mismo fervor con el cual ellos, junto a la prensa, han atacado al ELA. Ambas fórmulas son alternativas que no responden al deseo de la mayor parte del pueblo puertorriqueño. Sin embargo, el anexionismo, con el apoyo servil del independentismo, pretenden ser nuestras únicas dos alternativas. Pretenden juntos quitarnos a los estadolibristas —a quienes nos sentimos puertorriqueños y orgullosos ciudadanos estadounidenses— cualquier alternativa que nos refleje. Esa afrenta de quienes se supone nos representen debe ser repudiada por todo el que crea en la democracia, no solo por aquellos que nos sintamos excluidos.
Además, debemos demostrar la realidad detrás de las fachadas de ambos movimientos. Ninguno tiene una definición tan clara como la que le exigen al PPD. El anexionismo se niega a mostrarnos el modelo para el estado de Puerto Rico que el Congreso estaría dispuesto a aprobar. Se escudan detrás del cliché de que la estadidad es una. Y aunque podamos debatir si, en efecto, es así (veamos las diferencias entre Mississippi y Nueva York), lo más importante es el proceso de transición. ¿Por cuántos años seríamos un territorio incorporado, obligados a pagar contribuciones federales, sin tener representación en el Congreso? ¿Por cuántos años tendríamos que educar a nuestros hijos en inglés como idioma materno antes de alcanzar un nivel aceptable de conocimiento de dicho idioma? ¿Por cuántos años la Legislatura y los tribunales tendrían que operar en inglés? De paso, ¿cuántos de nuestros legisladores —particularmente los estadistas— podrían continuar en sus escaños si se les requiriera hablar el difícil en el hemiciclo?
Los independentistas no se quedan atrás. Quieren la república con la ciudadanía estadounidense y fondos federales. ¿Pueden mostrarnos algún país soberano que sirva de modelo para esa utopía caribeña?
En segundo lugar, el PPD tiene que defender el ELA. Ese modelo político es el mayor logro democrático de nuestro pueblo en su historia. No es perfecto y sin duda la imposición de la Junta —no así los casos del Supremo que muchos han malinterpretado— representa un violación por parte del Gobierno de EE. UU. al acuerdo alcanzado en 1952 con el pueblo de Puerto Rico. Pero el ELA tiene que ser el punto de partida, y es nuestra carta de presentación ante el puertorriqueño. El PPD es el único partido que puede reclamar semejante logro y su consecución es muestra de que en el futuro podemos volver a crear un estatus político que con creatividad responda a los mejores intereses del pueblo.
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Finalmente, el PPD tiene que poner a un lado divisiones estériles entre, principalmente, miembros de su liderato. Son muchas más las cosas que nos unen a los populares. Todos queremos defender nuestra puertorriqueñidad, mantener nuestra ciudadanía estadounidense y lograr mayor autonomía y gobierno propio. Cómo lo alcanzamos es menos importante que el coincidir en unos valores fundamentales. Cuando se dé la oportunidad de sentarnos a la mesa de buena fe con el Gobierno federal —como cuando se dio en 1952— es el PPD el que podrá aglutinar esas fuerzas y lograr esos acuerdos. Si las aspiraciones colectivas de nuestra base se reúnen en un ELA mejorado o soberano, en un modelo como el de las Islas Marianas del Norte o con una fórmula de libre asociación, estoy confiado en que el partido podrá canalizar el apoyo necesario hacia esa alternativa.
Por ahora, nos toca con combatividad, con orgullo y representando los intereses de nuestra base, no las aspiraciones ideológicas de otros sectores, salir del desierto político por el que andamos.