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¿Casa Blanca? No, The White House!

Lea la columna de Julio Rivera Saniel.

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No, señor, no se equivoque. Casa Blanca no. The White House. Así, en inglés, y con el mejor acento anglo posible. Si las primeras señales de la administración de Donald Trump son indicativas de algo, es de que aquello de Estados Unidos como nación pluralista, que se siente fortalecida por la diversidad de sus ciudadanos y la riqueza de sus trasfondos culturales, podría ser cosa del pasado.

Cualquiera que haya intentado visitar la versión en español de la página oficial de The White House tras la victoria de Trump y su juramentación en el cargo se ha topado con un mensaje en el lenguaje de Shakespeare. “Sorry, the page you’re looking for can’t be found (Disculpa, la página que buscas no puede encontrarse)”. La versión en español de la web del hogar oficial del presidente y centro de gobierno del ejecutivo fue creada poco después de la llegada de Barack Obama al poder hace ocho años. Ahora de ella no queda ni rastro, y el portavoz de prensa del magnate hotelero responde que la web está “under construction”. Por lo pronto, el efecto es uno. La invisibilización simbólica de la que se ha convertido en la minoría más importante de ese país. Para añadir sal a la herida, hasta el lunes Trump no había nombrado a su portavoz para los medios hispanos (una posición que había ocupado Gabriela Chojkier). ¿Que aún le parecen omisiones inofensivas? Check again. ¿Cuántos hispanos han sido nombrados al gabinete del presidente? La respuesta es ninguno. Y “ninguno” es un precedente, por cuanto es la primera vez en que se invisibiliza a los hispanos del gabinete presidencial desde los tiempos del también republicano Ronald Reagan. El oficial de prensa de Trump le ha restado importancia a esta omisión. No hay hispanos, pero eso no debe ser lo importante, dice. Lo relevante es que en el gabinete solo se incluye a “the best and the brightest” y de eso parece que no encuentra entre los 33 millones de hispanos que componen la población de Estados Unidos.

Si sumamos todo lo anterior al tono del nuevo presidente con respecto a las minorías —sobre todo, la hispana— en el contexto de su campaña, no puede conlcuirse otra cosa que no sea que la invisibilización de las minorías es parte de la nueva política pública. Añada a la lista de los invisibles a las mujeres. Ninguna ha sido considerada como parte de los “best and the brightest” para los puestos de mayor prominencia. A todo lo anterior súmele su total descarte de los miembros de la comunidad LGBTT y la por demás elocuente estampa del presidente, rodeado de hombres —todos blancos—, firmando una orden ejecutiva que pone grandes trabas a las iniciativas de planificación familiar para mujeres hispanas y de otras minorías étnicas.

En un país como Estados Unidos, en el que el asunto racial es una eterna asignatura pendiente, las acciones u omisiones del nuevo presidente no pueden ser tomadas de manera ligera y dejan más que clara su visión sobre el país. Un regreso al predominio WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant) del que nos hablaba Samuel Huntington en su leidísimo Clash of Civilizations. Y, en ese contexto, debemos situar a Puerto Rico. ¿Cómo lograr un avance en el reconocimiento de la paridad en derechos, como la salud o, en cualquier caso, un adelanto en la agenda del tema del estatus de la isla con los vientos que soplan? Logarlo será sin duda un reto. Delinear las estrategias adecuadas para conseguir que la mirada desde Washington se pose sobre la isla, uno aún mayor.

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