Oscar López Rivera es la figura del momento. La historia de Puerto Rico está repleta de luchas a distintos niveles, y aquella dirigida a adelantar la independencia de Puerto Rico es una que tiene capítulos importantes. Si bien es cierto que López es el último prisionero independentista, no es el primero. Detrás de él, decenas de personas han estado encarceladas por actos relacionados con la defensa de su ideología.
Durante los primeros años en el ejercicio del periodismo, tuve la oportunidad de cubrir la campaña por la liberación del grupo de prisioneros al que pertenecía Oscar. Fui testigo de cómo la orientación fue creciendo, las manifestaciones se iban intensificando, hasta que en 1999 se produjo la liberación de una docena de boricuas que estaban en distintas cárceles estadounidenses. En aquel momento, el grupo decidió que la mayoría saldría con las condiciones que imponía el entonces presidente Bill Clinton y que Oscar las rechazaría porque se le pedían condiciones más restrictivas, entre las cuales estaba el cumplir una década más en prisión.
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En las pasadas 48 horas he podido repasar aquel capítulo histórico y enterarme de algunos sucesos que ocurrieron tras bastidores. Hoy estamos ante un escenario similar. De nuevo, personalidades de todas las ideologías se unieron para reclamar la libertad del hombre que más tiempo en prisión ha estado por el delito de conspirar en contra del Estado, en este caso, Estados Unidos. Ningún otro delito se presentó o prosperó en una corte.
Aunque por años se lograron superar prejuicios en torno a esta causa, lográndose que figuras de todos los ámbitos políticos se unieran, en estos días han resurgido. Algunos denotando mucha rabia por el hecho ocurrido anteayer. Han olvidado los detractores de la decisión de Obama, y que permanecían silentes hasta ayer, que la primera razón para haber pedido la liberación es la humanitaria. Se trata de un hombre de 75 años que ha estado los últimos 35 en una prisión en las condiciones más inhumanas y que cumplía una pena que para muchos era totalmente desproporcional a los hechos imputados.
Muchos han pretendido repasar el juicio criminal que enfrentó Oscar para objetar su liberación. Otros han levantado alegaciones que nunca se presentaron en corte. Mientras, otro sector prefiere verlo cumplir prisión hasta su muerte, cuando han sido incapaces de ser así de rígidos ante sus correligionarios convictos por corrupción. Tampoco han sido duros al momento de juzgar las instituciones que hoy son vigentes en la sociedad y que se levantaron o sobrevivieron con la lucha sangrienta, tales como la Iglesia o el propio Gobierno norteamericano, entre otros.
El momento representa para Puerto Rico varias lecciones. La primera, que la unión de voluntades posibilitan acciones que parecerían ser tan complejas como la decisión de un presidente. Así podemos replicar esfuerzos en áreas como nuestra educación, el desarrollo económico y la descolonización.
Este hecho también significa un reto para el sector independentista del país, que tenía como bandera principal a Oscar López como símbolo de resistencia. Sin querer queriendo, el mismo establishment ha ido resolviendo algunas de las piedras que estaban en el camino y que eran señaladas por el movimiento separatista. El sector independentista tendrá que pasar pronto a levantar la bandera de la verdadera educación al país si quiere ver adelantada su causa, porque ya no podrá seguir descansando en los íconos que la hacían vistosa.
Por ahí viene un plebiscito. Los tiempos se complican aquí y en la metrópoli.
Mañana será el día que gran parte del planeta, con exepción de un libretista de los Simpsons hace más de una década, no se imaginaba que ocurriría: Donald John Trump, de 70 años, jurará al mediodía como el 45.o presidente de Estados Unidos.