Le hice a mi clienta la pregunta con la cual siempre inicio una sesión de coaching: “¿Por qué estás aquí?”. “Porque quiero vivir más plenamente”, me respondió. “Siento que me falta algo”.
Cuando comenzamos a conversar acerca de los diferentes aspectos de su vida, me iba dando cuenta de lo rica que es su vida: buena situación económica; logró jubilarse joven y saludable; tiene una pareja que la apoya y una práctica espiritual sólida. Pero entre preguntas y respuestas logramos definir ese vacío: no tiene un grupo de amistades o un sentido de comunidad. Tal vez la razón sea que su profesión la llevó a vivir en varios países a lo largo de los años y ahora en Puerto Rico, fuera del ambiente laboral, se le ha hecho difícil reconectarse.
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Trabajamos con alternativas para un plan de acción que la ayude a buscar conocer gente con intereses comunes, y se fue optimista. Reconoció también que posiblemente se está enfocando más en lo que no tiene que en las muchas bendiciones con que sí cuenta en su vida.
Esa misma noche me reuní con dos amigas a cenar y tomarnos unos vinitos. Hacía varios meses que no nos veíamos. Hablamos de todo. Nos reímos, compartimos situaciones dolorosas y hasta hicimos planes para un posible viaje juntas. Las horas se nos pasaron volando. Y en un momento dado me vino a la mente mi clienta de ese mañana. Y pensé en el hueco tan grande que habría en mi vida sin las grandes amistades que tengo; en lo importante que es para mí sentirme parte de un grupo, de una comunidad. El llegar, por ejemplo, a la panadería al lado de casa y saludar a la misma gente todos los días y que sepan lo que voy a pedir.
Hay muchos estudios que señalan que el tener amistades y sentido de comunidad es uno de los indicadores más poderosos de la felicidad. Yo atesoro lo que tengo y deseo a todos y todas que encuentren este año gente con quien pasar esos ratitos que nos iluminan la vida.