En Alepo, Siria, ya no hay periodistas de medios tradicionales. Los pocos que logran cobertura compran imágenes y sonidos a periodistas-ciudadanos independientes que pudieran morir en cualquier momento. Esos ciudadanos hacen lo que pueden con lo poco que encuentran. No comen ni duermen hace días y están enfermos. La última camada de comunicadores quedó atrapada por horas durante el intento de huida en caravana al tratar de rescatar decenas de niños abandonados en un orfanato. Esas imágenes indignantes de niños con rostros de dolor abrieron los noticiarios televisivos y coparon las portadas de periódicos internacionales, así como la prensa digital. ¿Quién puede soportar tanto dolor y miseria? Nadie. ¿Cuántos periodistas o ciudadanos sentados cómodamente en su sala están dispuestos a ir a esa región y ayudar?
Cuando se estudia periodismo, hay estudiantes que piensan que su carrera no está completa si no van a una guerra. Es como si las bombas atravesaran su cuerpo y les dieran más valor a su trabajo y les garantizara decenas de premios. Supongo que ese pensamiento, a mi entender erróneo, es producto de las ansias de convertirse en comunicador sin medir las consecuencias.
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La realidad es que los periodistas que están allí de medios tradicionales van con los ejércitos y toman cursos especializados para convertirse en periodistas de guerra dispuestos a todo. Para eso hay que nacer y tener la piel bastante dura para enfrentar la miseria. Siria en estos momentos es el lugar más peligroso del mundo para ejercer periodismo. Por ello me es admirable la labor que intentan hacer los ciudadanos convertidos en periodistas independientes para que usted y yo conozcamos la terrible situación. Si no fuera por ellos desconoceríamos la terrible situación en Alepo. Me perturba que los países cercanos no puedan buscar una solución más allá de enviar más violencia. Ya lo vimos con el policía turco que acabó con la vida del embajador de Rusia en Turquía. Otro periodista, en esta ocasión fotográfico, arriesgó su vida captando las aterradoras imágenes que en segundos fueron publicadas en Internet. El mundo una vez más se conmociona y conoce de primera mano el terror.
Alepo sufre desde hace mucho tiempo, décadas, y nadie se preocupaba. Ahora las redes sociales nos recuerdan que había un pueblo allí con miles de familias tratando de hacer una vida. El espectáculo de la noticia en estos momentos puedo decir que ha servido más allá del dinero que los medios de comunicación pueden ganar… Por fin esas imágenes pueden concienciar sobre la falta de humanidad y compasión. Lo observamos el pasado año con la imagen desgarradora del niño sirio de tres años de edad que murió ahogado en una playa turca. Miles criticaron la fotografía. Luego empezaron a trascender imágenes de más niños.
Uno de ellos en estado de aturdimiento y profunda tristeza siendo atendido por paramédicos en una ambulancia. Luego la ciudad bombardeada y los que quedan vivos suplicando ayuda y que los dejen salir. Esta semana el asesinato del embajador. Los periodistas en Puerto Rico podemos hacer mucho en esta crisis mundial. Primero, recordarles a los ciudadanos que hay más vida y sufrimiento que este insularismo. Que las luchas chiquitas y tontas de los políticos no nos llevarán a un lugar seguro y mucho menos sacarán a la isla de la depresión económica.
De una vez y por todas tenemos que aceptar que cada cual aquí vela por su propia parcela, pero ¿qué sucede con los demás? La compasión por los semejantes es parte de lo que hace a un periodista humano. Durante este fin de semana, que el mundo celebra la Navidad, miles de personas sufren la pérdida de un ser querido por la guerra; decenas de periodistas han muerto; cientos de niños dormirán con el estómago vacío, y miles caminan desorientados buscando un techo que les cobije y proteja mientras los estruendos de las bombas acaban con un pueblo que una vez tuvo vida. Compasión y humanismo es lo que debemos pedir en esta Navidad por nuestros semejantes.