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La fila

Lea la columna de Rafael Lenín López.

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A cualquiera le toca. No, no se trata del eslogan publicitario de la Lotería Electrónica. Hablo de las filas en las agencias de servicio en el Gobierno, un dolor de cabeza para la ciudadanía que las promesas políticas de cada cuatro años no han podido erradicar.

En estos días me tocó una. La de una colecturía. Aunque me acercaba al edificio con terror esperando una fila monumental, la escena no era tan tétrica. Sin embargo, la lentitud, la angustia y la espera hacen de estas gestiones unas experiencias memorables.

En la fila escuchaba, algunos más cerca de mí que otros, las quejas. Probablemente, uno que otro aprovechaba mi presencia para subir el tono de su protesta y buscar salir más temprano de lo esperado de su cita con el Gobierno.

“Si esto es de Gobierno a Gobierno, ¿por qué hay que hacer la maldita fila?”, decía uno. “Llevo 45 minutos esperando y para lo que vengo es a dejarle dinero al Gobierno”, decía otro más adelante, mientras todos le escuchaban con cierta vergüenza, aunque les habría gustado decir lo mismo. En una esquina estaba observando la guardia de seguridad, de una empresa privada, figura que se ha convertido solapadamente en estos centros de servicio en el orientador primario del ciudadano. He visto que en algunas oficinas ellos saben más que los mismos empleados. Estas escenas se repiten en los CESCO, Registros Demográficos, oficinas del Departamento de la Familia y otras tantas.

Es en esos momentos de espera en los que uno piensa con más intensidad sobre el rol de los que tienen que correr la administración pública. Si bien es cierto que hay problemas profundos, como la seguridad pública, la desigualdad social, la economía y los que vemos en nuestro sistema de salud, la desatención de los asuntos más básicos, como los trámites ordinarios del ciudadano ante el Estado, nos lleva a comprender el fracaso que han tenido los políticos en todo lo demás.

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De cuatrienio en cuatrienio nuestros políticos nos prometen que minimizarán estos procesos burocráticos y que maximizarían el uso de la tecnología. Sin embargo, ello ocurre muy lentamente y no llegamos a la meta ideal.

Atendía recientemente a una charla que dictaba el expresidente del país Vasco, Juan José Ibarretxe, y entre otras cosas nos hablaba de cómo transformó, sin mayores traumas, el acercamiento del Gobierno a la ciudadanía, utilizando las plataformas digitales disponibles. Con una tarjetita plástica en mano, como las de los bancos, el ex-Lehendakari nos cucaba con la idea de realizar con esta todo tipo de trámite ante los oficiales de su gobierno. Con ello, nos decía, que se garantizaba una mayor agilidad en la prestación de servicios, una mayor confiabilidad en el sistema y aumentaba la productividad de sus ciudadanos que no tendrían que perder horas esperando en oficinas del Estado.

El acercamiento del ciudadano a su gobierno para las cosas más básicas y necesarias, como contribuir económicamente a su operación, debe enfrentar un cambio revolucionario. Si eso no se puede lograr, los asuntos más complejos menos se podrán atender. El gobernador electo ha prometido que le meterá mano al asunto. Ojalá.

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