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Columna de Julio Rivera Saniel: La maldición de Haití

Parece el producto de un ensañamiento sádico e injusto. Haití ha vuelto a vivir la tragedia, aunque en realidad vive en un estado permanente de fatalidad. Del coloniaje, la esclavitud y la explotación de sus tierras y gentes, ha pasado a un calvario económico, un estado permanente de indefensión y, para coronar su desgracia, la eterna indiferencia de sus vecinos.

Haití está ahí, a solo minutos de nuestra geografía nacional, muy cerca pero muy lejos. Y así sucede con la manera en que el resto del mundo se relaciona con esa nación caribeña. Mientras ocupamos nuestros afanes en “ocuparnos” en tragedias lejanas, pasamos por alto el dolor de estos vecinos de los que solo nos separan algunos kilómetros y una franja de mar.

Entonces, llega el absurdo. Cuando se habla de Haití y su suerte, llegan el prejuicio mal educado, la estigmatización y la condena. Resulta que para muchos la suerte de Haití es un “castigo divino” por “negarse” al cristianismo, una bofetada constante desde lo alto, como si a Dios se le hubiera antojado escupir consistentemente en la cara de un pueblo que no sale de un castigo para ser sumido en otro, una visión de un Dios sádico que parecería gozar con la desgracia de sus hijos. Y yo lo rechazo. Quédeselo. El Dios que conozco, el que me enseñaron, no se alegra del dolor ni lo promueve. En cualquier caso, si algo habría que castigar, sería el saqueo histórico de los recursos (económicos y humanos) de Haití. Antes de mirar a lo alto para entender la tragedia haitiana, mire su historia. Encontrará respuestas.

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Comenzando con su emancipación de Francia tras la revuelta esclava de 1791 y el eventual nacimiento de la república de esa nación en 1804, Haití siempre fue vista como “menos” por el resto del hemisferio que repudió su “atrevimiento” de liberarse de la metrópoli. Continuando con el descaro de Francia que hizo pagar a los haitianos por su libertad aduciendo pérdidas económicas de los pobres hacendados que perdieron dinero tras la libertad de los esclavos.  Francia obligó a Haití, respaldada por el derecho, a indemnizarle con un pago anual que suponía 10 veces el ingreso interno anual del país caribeño.

¿Cómo saca los pies del plato un país condenado a pagar por su libertad con más de lo que sus recursos permitían? Y, si a esos absurdos históricos añadimos la desaparición de la ayuda humanitaria destinada a Haití, como los cerca de $500 millones de dólares que la Cruz Roja recaudó para ese país tras el más reciente terremoto. Según una investigación de The Huffington Post, hasta el 2015 la Cruz Roja solo había construido seis casas en territorio haitiano. ¿Y el resto del dinero?

Esa, señores, es la verdadera maldición de Haití, víctima histórica del saqueo consentido y la indiferencia, esa condena que tiene muy poco de castigo divino y mucho de yugo terrenal. No ignore la mano “del hombre” al intentar buscar razones para la desgracia de estos hermanos caribeños. Recuérdelo la próxima vez que se vea seducido por la idea de los castigos divinos crueles y “merecidos”. Lo menos que necesita Haití es la perpetuación de la ignorancia sobre su tragedia histórica.
 

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