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Columna de Mariliana Torres: La genialidad del huevo

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Estamos a seis semanas de las elecciones en Puerto Rico y es cuando debería intensificarse la campaña política. ¿Se han fijado que casi no hay pasquines, anuncios y mucho menos propagandas costosas? ¿Cómo es que la parodia caricaturesca de los candidatos a la gobernación friendo un huevo ha pegado más que cualquier otro anuncio tradicional? Aparte de la genialidad de sus creadores, me parece que pudieron recoger y resumir el modo en que comunican sus mensajes, y eso es peligroso. A ninguno se le entiende ni pío. Una cosa es el mensaje y otra el mensajero.

La caricatura es una herramienta periodística que se dedica a realizar una crítica con humor sobre un acontecimiento. Y qué mejor que los candidatos a puestos electivos que con sus metidas de pata le hacen el día y la noche a los caricaturistas. Si no ha visto la parodia, búsquela en internet bajo el título “Tripleta Studio” o en las redes sociales con el nombre “Parodia del huevo”. A los publicistas y relacionistas profesionales cuyo cliente-candidato no les hace caso a sus recomendaciones, lleve consigo la parodia del huevo, y cada vez que desobedezca oprima “play” a todo volumen. Si se fijan, el escenario es una cocina porque van a freír un huevo, pero a lo que realmente se refiere la parodia es a los escenarios de los debates televisados, cuya presentación y transmisión del contenido de las propuestas han dejado mucho que desear.  Entre el nerviosismo, el sudor excesivo, los trabalenguas, la iluminación y los efectos sonoros inadecuados se pierde el mensaje y el mensajero.

¿Por qué son importantes los debates televisivos en la comunicación y en la política? El primer debate televisivo de la historia ocurrió el 26 de septiembre de 1960 en Estados Unidos. ¿Es pura coincidencia que en ese mismo día pero de 2016 se enfrentaran Donald Trump y Hillary Clinton? En 1960, el demócrata John F. Kennedy y el republicano Richard Nixon eran los candidatos. Por la coyuntura histórica en que se encontraba Estados Unidos al estar inmerso en la Guerra Fría con la Unión Soviética, en la demanda por derechos civiles y la segregación, pendientes del desarrollo revolucionario de Cuba y la reacción civil a lo desconocido, el debate de ideas era indispensable. Se calculó que cerca de 70 millones de personas lo vieron. Si tal cantidad de personas lo observaron embelesadas, entonces no es de locos pensar que la televisión como medio de comunicación era la plataforma perfecta para transmitir ideas. Pero, en términos políticos, los comités de campaña y sus directivos se dieron cuenta de que era la plataforma perfecta para sostener la imagen intachable y atractiva de un candidato o, por el contrario, aprovechar los desaciertos de una apariencia cansada, nerviosa, descuidada y con lenguaje corporal inadecuado para acabar con un candidato. Y así fue que prevaleció Kennedy.

Se esperaba que sobre 100 millones de personas vieran el debate presidencial Trump-Clinton, a mi modo de parecer, por el espectáculo mediático que representa la pareja y no por las ideas. Un escenario perfecto para una candidata que, en términos de transmisión de mensaje en debates, no ha sido fuerte, pero que tenía a toda costa que defenderse de insultos, difamación y machismo. Mientras, su oponente hacía alarde de su altanería.

El poder de transmisión de ese debate y los locales se ha cimentado en el poder de comunicación utilizando como herramienta fundamental la Internet. Mas allá de la propaganda, permiten la comunicación cara a cara con el espectador; observar sus gestos y temperamento divulgados en los lenguajes corporales de cada cual. Sin duda, se pierde en el contenido del mensaje, porque en dos minutos nadie en este planeta puede contestar como se debería una pregunta incisiva de debate y, para colmo, no se les permite por el tiempo al moderador o a los periodistas ir sobre la contestación para exigir respuestas. A mi juicio, los debates no movilizan a la sociedad, más bien es una presentación mediática de imagen y promoción gratis. Históricamente, se ha probado que la mejor manera de convencer al elector es la comunicación personal porque le permite exponer sus ideas. Es decir, la vieja práctica del canvassing, utilizada aquí en Puerto Rico por Luis Muñoz Marín. No es otra cosa que ir casa por casa, una táctica desaprovechada con probada utilidad. ¿O será que el huevo frito les ha dado más resultados?
 

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