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Columna de Julio Rivera Saniel: La isla y sus arrugas

Entonces insistimos en que Puerto Rico es un país que desborda juventud. Algo así como un engaño colectivo que descarta lo viejo y se aferra a una juventud idealizada e igualmente escasa. Mire a cualquier esquina y el discurso es el mismo: Puerto Rico es una isla de jóvenes y a ellos debemos convencer. Convencer de comprar nuestros productos, solicitar nuestros servicios o convencerse de nuestras candidaturas. Las agencias de publicidad codician a esa “masa” de 18 a 35 años, como obsesionados con un demográfico que alguna vez fue poderoso. Por eso insisten en el mensaje corto, preciso. Con mucho de millennial y poco de edad dorada. Con etiquetas de letras pequeñas, de esas que solo lee la mirada 20/20. Muy joven ella; muy 18/35; muy “paricera”; muy lejos del universo medicare advantage. Pero, cuando ponemos al colectivo frente al espejo, el reflejo tiene poco que ver con esa visión distorsionada del país en que vivimos. Claro que los jóvenes son un segmento importante del país. ¿Cómo no serlo? Sin embargo, en honor a la verdad, son los adultos y viejos el verdadero poder numérico del país. Según datos del Censo de los Estados Unidos y AARP, la proyección estimada de la población local se aleja mucho del mundo juvenil que todavía insisten en creer agencias, productos y candidatos a puestos electivos. Según ese mismo censo, al primero de julio de 2015, la media de edad para Puerto Rico era de 40 años, una cifra muy poco millennial y bastante más madurita que la tendencia histórica para la isla. Según datos presentados por la organización AARP, hoy 1.2 millones de personas en la isla tienen 50 años o más. De igual forma, datos del Instituto de Estadísticas revelan que el grupo más directamente impactado por la migración a los Estados Unidos durante la pasada década es el renglón de personas entre 16 y 30 años. Esa misma fuente revela que, si se mira el detalle de la población local por municipios, 26 de los 78 municipios tienen una edad promedio de 40 años o más. Pero los creadores de política pública, candidatos a puestos electivos, marcas y agencias de publicidad parecen haber metido la cabeza en un hoyo, como ignorando las características del país al que aspiran a servir o vender, según sea el caso.

Mientras el país se hace más viejo, la publicidad sigue centrada en los jóvenes, pero ignora al grueso de la población que tiene poder adquisitivo real, toma decisiones sobre consumo en sus hogares y vota en las elecciones. La verdad  esque no entiendo la lógica “ganadora” detrás de esta receta ni comprendo cuáles son las ganancias reales (en ventas o capital político) que de esta visión miope del país obtienen quienes aún se aferran a ella. Lo que sí comprendo es su efecto sobre esa mayoría invisibilizada. Una total subestimación de sus necesidades reales que redunda en la desatención de sus gustos y solución de sus problemas. Por eso me parece que es tiempo de cambiar el discurso y convertirnos en un país disapuesto a hacer los diagnósticos adecuados para atender nuestra nueva realidad. No. No se trata de olvidar los jóvenes que aún nos quedan. Esos deben ser atendidos para evitar que pongan pies en polvorosa. Pero es preciso reconocer la isla y con sus arrugas. Que nuestro país envejece y esas nuevas canas llegan acompañadas de nuevos retos.  Mayor expectativa de vida, mayores y mejores accesos a servicios de salud, un retraso de la edad de retiro y un regreso a la fuerza laboral tras la pensión son asuntos que deben ser punta de lanza de las propuestas de todos aquellos que aspiren a dirigir este país. Lo mismo que un “nuevo catálogo” de productos y servicios que respondan al Puerto Rico de hoy, al que tenemos y no al que perdimos.

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