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Columna de Julio Rivera Saniel: A mirarnos en el espejo

Puerto Rico es un lugar lleno de amplias contradicciones. Tan amplias que convierten nuestra psiquis colectiva en un mapa difícil de entender, incluso para nosotros mismos. Como colectivo nos debatimos entre un enorme caudal de talento y habilidades, y el miedo y desconfianza en nosotros mismos y nuestras capacidades. Esa tendencia al autoboicot, a convertirnos en nuestra propia piedra de tropiezo y nuestro principal inquisidor, es, sin lugar a dudas, nuestro talón de Aquiles. Me explico.


Nuestras capacidades como pueblo son incuestionables. Solo basta con referirnos a los logros alcanzados por los nuestros en virtualmente todas las disciplinas. Es sobresaliente la aportación de los puertorriqueños al mundo de la música y las artes.

Nuestro ADN nos ha provisto de una larga lista de estrellas de calibre mundial. Comenzando con Francisco Oller, único pintor latinoamericano en hacer aportaciones influyentes en el impresionismo, o continuando con Jean Michael Basquiat, considerado padre del grafiti moderno. Si continuamos la lista, pasamos por nombres como Rita Moreno, quien puede presumir de haber ganado Grammys, Tonys, Emmys y Óscar. Ricky Martin, Benicio del Toro, Juano Hernández, Chita Rivera y más recientemente el ganador del Pulitzer, Lin-Manuel Miranda son más prendas que añadir a la corona de nuestros logros. Todo lo anterior nos recuerda nuestra larga lista de aportaciones al mundo del arte que parecen desproporcionadas a nuestro tamaño geográfico. 

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La hazaña es igual de impresionante en el plano de los derechos civiles. Con Figuras como Arturo Alfonso Schomburg, que salió de Santurce para convertirse en uno de los padres del movimiento de derechos de la comunidad negra en los Estados Unidos y la reafirmación de su historia. Ni hablar de lo que compatriotas han conseguido en el mundo del deporte mundial. Roberto Clemente, Chichí Rodríguez, Gigi Fernández, por mencionar unos pocos. La cosa se replica en similares proporciones en el plano de las ciencias, con cientos de nuestros profesionales en posiciones destacadas en los mundos de la aeronáutica, física y medicina en y fuera del país. Figuras como Miguel Morales Silva, egresado de la Universidad de Puerto Rico, que fue galardonado  por  el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, con el Early Career National Hispanic Scientist of The Year en 2015. O los doctores Jorge R. Miranda Massari y Michael J. González, primeros latinos en ser incluidos en el Salón de la Fama de la Sociedad Internacional de Medicina Ortomolecular.
O el doctor Agustín Stahl. 


Somos indiscutiblemente capaces. Pero, a pesar de todas estas aportaciones alcanzadas por los puertorriqueños como colectivo, que son en sí mismas evidencia irrefutable de lo que somos, ese mismo colectivo cae constantemente en la tentación de la autocompasión y la autocrítica excesiva. En el cuestionamiento consistente de nuestras propias capacidades, cosa que nos coloca en la postura de aquel que se piensa incapaz, insuficiente y siempre inferior a cualquiera que venga de “afuera”, al boicot que consiste en los esfuerzos locales que siempre pensamos deficientes o inferiores a las propuestas externas. 


Hoy, en momentos en que parece ineludible que miremos con seriedad nuestro rumbo para poder enfrentar de manera eficiente los retos del futuro, resulta prioritario que nos demos la oportunidad de redescubrirnos y, al hacerlo, de reconocer la altura de nuestras capacidades. Esas que nos permitirán ponernos de pie si sacamos del medio esa histórica tendencia al daño autoinfligido. Tenemos lo que hace falta para levantarnos. Solo debemos mirarnos en el espejo y descubrir aquello de lo que siempre hemos sido capaces. Aceptemos el reto.

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