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Columna de Mariliana Torres: Plumillas encarceladas

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“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”, artículo 19 de la Declaración Internacional de los Derechos Humanos (1948).

Cuando se le da la espalda a ese derecho fundamental que tiene el ser humano se incurre en la censura. Toda persona que se siente acorralada, luego de difundirse la verdad, tiende a defenderse menoscabando la libertad de expresión. Los ciudadanos debemos utilizar la libertad de expresión para vigilar muy de cerca los caprichos y desaciertos de los gobernantes y sus gobiernos; para opinar libremente; para denunciar actos de corrupción de toda índole; para discutir ideas; para educar, y para defender la democracia. Pero ¿se está resguardando ese derecho irrenunciable cuando se publica información perodística en la Internet? Está más que claro que hay que tener cuidado extremo con lo que publicamos no solo en las redes sociales. Sin embargo, muchas personas amparadas en el derecho de la libertad de expresión utilizan el ciberespacio para denunciar situaciones sin investigar primero. Al convertirse el ciberespacio en un medio de comunicación, digamos más poderoso que la televisión, y eso es mucho que decir, ocasiona el uso desmedido sin responsabilidad colectiva. Los gobiernos han tardado mucho para identificar sus poderosos alcances, y ello ha ocasionado que sus usos se hayan prostituido. Para la prensa, la utilización de la Internet como medio de comunicación ha revolucionado la transmisión de las ideas y contenidos. Valorizando su poderío ha descubierto usos gratificantes en términos de exclusividad e inmediatez. También ha metido en problemas a muchos periodistas por ignorancia al desconocer las reglas periodísticas de la prensa digital. Entiendo que lo irán aprendiendo en el camino, pero, mientras tanto, aprovechando la celebración de la Semana de la Libertad de Prensa mundial, es importante que validemos que en ese espacio también hay que cumplir con la ética y las reglas básicas de respeto a los seres humanos.

Tomaré como ejemplo el caso más reciente de censura periodística mundial: el encarcelamiento de periodistas en Egipto por denunciar corrupción gubernamental. Los periodistas de Egipto agrupados en un sindicato están durmiendo en la calle como protesta a lo que ellos entienden es el acto más reciente de coacción de la libertad de expresión. La policía tomó por la fuerza la sede del sindicato en El Cairo y arrestó a dos periodistas. Los agentes presumen que los dos periodistas arrestados estaban organizando manifestaciones, lo que está prohibido en Egipto. (Otro acto de coacción de la libertad de expresión a los ciudadanos).  El caso de los dos periodistas detenidos es importante porque constituye una de las primeras medidas abusivas tomadas por un gobierno contra la prensa que publica exclusivamente en el medio de comunicación digital. El régimen egipcio históricamente ha encarcelado periodistas que presuntamente difunden noticias que no les gustan a los gobernantes. En esta ocasión, es otra detención, pero con acusaciones nefastas contra el periodismo digital por entender que la información publicada perturba las masas y obstruye la seguridad. La detención de los dos periodistas ha ocasionado que el pueblo de El Cairo se indigne y no ha temido a expresarlo desafiando al gobierno en protestas callejeras. Denunciar y ejercer la libertad de prensa en Egipto es riesgoso, pero, a pesar de ello, los periodistas continúan con su labor.  Actualmente, luego de China, Egipto es el país con mayor cantidad de periodistas encarcelados por escribir la verdad. Según la Red Árabe para la Información de Derechos Humanos, hay 60 periodistas tras los barrotes. Está más que claro que los periodistas en Egipto son tratados como enemigos.

Aquí en el Caribe no debemos sentirnos tranquilos por el mero hecho de que esos incidentes no son en nuestro lado. Debemos sentir igual indignación porque no somos enemigos. Hacemos nuestro trabajo y solo defendemos lo que todo el mundo debería aspirar, a que su voz y sus letras sean libres.
 

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