Ya es suficiente.
Está bien que el nuevo hobby diario sea ver cuántos centímetros han subido o bajado los niveles de agua en los embalses. Pero es que ya en este punto no se trata solo de falta de agua. Se trata de falta de magia y de falta de apego a la verdad dictada por el diccionario.
A veces me levanto y en medio de la confusión esa entre el sueño y los primeros minutos del día me pregunto si de verdad vivo en Puerto Rico. Y pienso que la confusión se me va a pasar con el primer café puya, pero entre medio abro el periódico y leo que además de vivir en una isla sin agua, vivo en una isla en la que tampoco se puede ir a la playa y que, cuando hay agua, no hay luz, y si hay luz, no hay agua, o no hay ninguna.
Porque ok, hace tiempo sabemos que no hay chavos, pero ya todo lo demás es exageración.
Vamos por parte.
Ahora cuando me preguntan dónde vivo ya no digo que en San Juan, digo que en la Zona B. Sí, porque mi vida y mi prioridad se ha trastocado con esto de la sequía y del racionamiento y ya para mí es irrelevante si vivo en Santurce, o en Río Piedras. Mi realidad está dictada por el hecho de que vivo en la Zona B. ¿Y qué es vivir en la Zona B? Pues fácil, joderse mientras funciona la Zona A.
Mientras la gente de la Zona A lava, cocina, limpia y se lava correctamente todas las partes de su cuerpo, la gente de la Zona B baja los inodoros con cubitos, come corn flakes con leche y se pasa chubs y perfume por las partes, y viceversa. Así funciona la vida ahora. Yo veo una gota de agua y rápido pienso en charco. Y dicen que vamos a vivir en esta guachafita probablemente hasta diciembre. Esto hace que uno hasta comience a pensar que uno es mala persona. El otro día cuando anunciaron que Guaynabo también entraba en racionamiento, me dije ¡YESSSSS, los guaynabitos también lloran! He perdido la caridad, gracias a la sequía.
El otro día cambiaron las horas del racionamiento y yo fui bastante feliz porque llevaba bastantes días pidiéndole por las redes sociales a Lázaro (de todo menos el del milagro) que me diera agua un dominguito. Porque eso de vegetar o de recibir familia un miércoles es, para los que no somos vagos e inútiles, totalmente imposible. Ya hasta la vida familiar me estaba afectando.
Pero entonces vino el pasado fin de semana y me dieron agua, pero me quitaron la luz. ¡¡¡¡¡¡¡Qué, qué!!!!!!!!!! O sea, tienes agua para verla correr porque no puedes cocinar, no puedes lavar si vives en la Zona B, pero si vives en la Zona A y tienes cisterna, guess what, ¡tampoco tienes agua porque la cisterna no funciona con aire! Cambias el cubo por la vela. La verdad es que HAY QUE JODERSE.
Estoy por publicar un Clasificado: “Cambio mías días de Zona A por tus días de zona B. Te hago limpieza y te plancho si te sirves del Superacueducto”.
Y entonces, en un intento por ser optimista, uno dice: “Bah, pajas en la leche. No hay agua, ni luz, pues vamos pa’ la playa”. ¡PUES NO! Fue sin sueño y con cuatro cafés que escuché que diez playas estaban inhabilitadas por contaminación. Y ahí sí que me jodieron la palabra PARAÍSO. “¿Qué significa playa contaminada?”, le preguntó mi amigo Rubén Sánchez, a un experto esta semana. Y el hombre, con cara de pocos amigos y barba frondosa porque de seguro vive en la Zona A, le respondió: “Los esterococos muchas veces se dan por la presencia de heces fecales. ¡Holly CRAP… literalmente!
O sea, ¡Playa Santa no es tan santa, pero sí está bautizada! FOOO. Y saber que hay gente que se mete ahí a pesar de las advertencias a bañistas me hace pensar que el puertorriqueño a veces es cosa rara. Prefiere no pasar calor, pero encontrarse con un objeto navegante.
La verdad es que estamos viviendo tiempos bien extraños en nuestra islita. La normalidad aparenta ser menos posible que encontrar hoy a “El Chapo”. No hay chavos, no hay agua y no hay playa.
¿Qué más nos va a faltar? Yo espero que al menos nos sobre alegría, vergüenza, algo, porque está duro, está bien fuerte ser isleño en Puerto Rico.