A todos los que vivimos fuera de Puerto Rico nos pasa: se acerca la Navidad y nos invade la nostalgia. Lo sé porque nos sucede en nuestra casa y lo veo en el Facebook de familiares y amigos. A unos nos invade la nostalgia y a otros la nieve y cuando hay que palear para salir de la casa, la nostalgia también llega pegando duro. Yo no tengo que palear, pues vivo en una suerte de paraíso tropical muy parecido a Puerto Rico, pero aún así, se extraña la tierrita.
Durante los primeros cinco años viviendo en el sur de la Florida, me fui a Puerto Rico a pasar la Navidad. No era tiempo para estar experimentando con nada, así que siempre que podía me iba para la isla. Cuando ya no fue posible, me encontré con una disyuntiva. ¿Cómo quería que fuera mi Navidad? ¿Me tocaría comenzar una tradición por mi cuenta o asimilaría las tradiciones de otros? ¿Optaría por celebrar mi Navidad comiendo congrí y yuca al mojo, o pavo asado de mil estilos diferentes o hallacas y arepas? Como la nostalgia y el gusto por nuestra comida navideña fue más fuerte, decidí comenzar mi propia tradición.
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Aunque nunca había preparado ninguno de esos platos tan deliciosos, me metí a la internet a buscar recetas de pernil asado, arroz con gandules, flan, majarete, etc. Los pasteles los compraría en algún sitio, ya aparecería donde. Gracias a una popular compañía de productos latinos, me abastecí de gandules, recaíto, sofrito y hasta de bacalaítos de caja que son un gran resuelve. Claro que tampoco podían faltar los ingredientes para el coquito.
Mi primera gran cena fue para Acción de Gracias, pues a la hora de oficializar la llegada de la Navidad, nada como una buena comida puertorriqueña; nada de papas majadas con salsa de cranberry, ni batatas dulces, ni pie de calabaza. Mi arroz con gandules, el pernil y el coquito quedaron muy bien (soy muy buena cocinera, por cierto), pero el flan de queso anduvo accidentado. El caramelo tardaba demasiado, y cuando la azúcar se comenzó a endurecer, lo quite del fuego. En lugar de flan con caramelo quedó flan con azúcar. No importaba, mi tradición había comenzado, aunque no tuviéramos postre esa noche. Ya para Nochebuena, experimenté con mi primer pernil y aunque me dio mucho trabajo saber si estaba bien de sazón, quedó muy bueno. Demás está decir que los sobrantes al día siguiente estaban deliciosos.
Con el tiempo, la tradición siguió perfeccionándose, y mi flan es tan exitoso que cada vez que mi hermana viene de visita, le preparo uno. Ella llega cargando “Pankys” y pasteles y yo le tengo su flan de queso listo.
El día de ayer cenamos arroz con gandules, pavo asado, pasteles y flan de queso, acompañado de coquito. Ahora que tengo un niño, nuestra tradición sigue arraigándose. Este año por primera vez, él nos ayudó a montar el arbolito mientras le explicábamos el verdadero motivo de esta época y que este año no podría quitar los adornos como el año pasado. El desde ya está pendiente de que Santa le traiga sus regalos y está aprendiendo sobre los Reyes Magos. También le estoy enseñando las canciones navideñas que cantábamos de niños y en las parrandas. Aunque aquí no se parrandea del mismo modo que en Puerto Rico, él ya tiene su tambor y maracas de Ninja Turtles listas para cantar su repertorio que incluye desde “Pinocho” hasta “Burrito Sabanero”.
Es cierto que ni la familia ni muchos de los amigos están cerca, pero hay nuevos amigos y cosas que han ido llenando los vacíos. La nostalgia y la añoranza son parte de la celebración, de la alegría que traen las fiestas, y definitivamente cuando podamos volver a celebrar la Navidad en Puerto Rico, lo haremos con gran alegría. Mientras tanto, aquí también celebramos, comemos bueno y hasta disfrutamos de nuestra versión de las Fiestas de la Calle San Sebastián, pues cada vez somos más los que agarramos los “tereques” y cantamos “Con mi burrito sabanero, voy camino de la Florida”…