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Opinión: El café y yo

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Lo años van pasando y el café sigue en mi vida, cerca de mis sentidos y como parte de mi historia.  Mi primera relación con el café viene como un recuerdo de la infancia, dando sorbitos calientes antes de ir a la escuela, aún en la cama, con los ojos medio cerrados, acompañándolo con pan con mantequilla y las historias de mi abuelo. Ese café era mi despertar; hoy es mi recuerdo. El café que ocupaba esa relación con el empezar a caminar, con mi familia.

Cuando llegué a Puerto Rico, el café se transformó en un personaje que demarcaba identidad. Aquí es sobre cómo se toma el café: oscurito, puya, clarito o aguado. Mi tía me mandaba a comprar pan a una cafetería de la calle Loíza; siempre me sentaba en la misma butaca que daba vueltas, justo al lado de la plancha donde tostaban mayorcas con queso. Allí subía la vista y leía en un cartel lleno de manchas de aceite y grasa: “El café se toma oscuro como el pecado, caliente como la pasión  y dulce como el amor”.  No sé exactamente por qué, pero desde ese día entendí que el café era algo personal, algo íntimo.

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Durante la universidad descubrí el café social, ese que me tomaba mientras esperaba una clase con una compañera, discutiendo sobre algún sociólogo o antropólogo que nos estuviera revoloteando en las neuronas. El café social se convirtió en uno interesante, en ese que casi picoteaba sensualmente en la lengua y la activaba para profundizar en algún tema que involucrara pasión. El café social fue un espacio de gran aventura, era un café que involucraba a otros y a mí en una relación compartida.

El día que decidí producir un evento conocí al café de la estrategia, el café que, más que ser un recuerdo familiar, un espacio identitario o un lugar compartido, era el mas áspero de todos, era el café necesario. Este café fue el más abusado, uno oscuro, con mucha azúcar, un  café casi repetitivo, de oficinas y reuniones, un café de carro y con apuro, un café de corridas y no de descansos.

La cantidad de café que había tomado en mi vida nunca fue un problema hasta que quedé embarazada y solo tomaba uno al día. Este fue un nuevo café, en el que, ante la limitada cantidad, su presencia era fuerte y delicada. Era el café que combinaba a todos los de mi vida, era el más deseado.

No hay un café perfecto o reglas para lograrlo. Cada cuál tiene la relación que desea con él. Yo puedo decir que el café  y yo somos viejos amigos.  Amigos de esos que tienen recuerdos, que se conocen íntimamente, que comparten pasiones, amigos que son necesarios y a la vez siempre deseados. El café y yo tenemos historia que viaja en el tiempo y en los sentidos de su  recuerdo.

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