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AutoExpreso, poliporno y puntos suspensivos

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Tenía dos temas obligados para hoy: el folclor isleño que se presenció en las oficinas del AutoExpreso y el vídeo poliporno que ha corrido todas las redes sociales. Sin embargo, de ambos temas ya se ha dicho mucho. Solo puedo añadir algunas cosas.

Del espectáculo en las oficinas del AutoExpreso voy a decir dos cosas. Primero, de ahora en adelante mi método de defensa ante todo lo que me estrese va a ser desmayarme. Segundo, respeto con todo mi corazón al muchacho que llevó las pizzas a Macondo. Caballo, usted se ganó esa propina. Fuera de eso, sé que ustedes ya se imaginan lo que pienso de ese acontecimiento… Si le ponían una carpa encima al edificio, era un circo.

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En relación al vídeo de los policías dándose cariño solo voy a añadir que, por lo menos, ya sabemos que Puerto Rico puede tener representación en el negocio porno; esa muchachita sabe lo que hace. Y, obviamente, tengo que decirles—porque los quiero— que hagan lo que quieran, pero no se graben. Si se graban saben que existe que la posibilidad de que ese vídeo sea público. Si no hay vídeo, es como mis mensajes de texto, los borro de mi celular y siento que nunca los envié. Si no hay prueba, no pasó.

Culminado mi resumen semanal, solo hay un tema del que tengo ganas de escribir… uno de esos temas que llevo maquinando hace días. (Hoy será una de esas columnas que ustedes no van a querer compartir porque no les da razones para pelear conmigo. Bebeses, nuestra relación no puede seguir así.

Entonces, hace unos días estaba teniendo una conversación de esas que, aunque te hacen sentir inteligente, sabes que van a terminar mal. Pero antes de que el punto culminante de la charla (auspiciada por Medalla) llegara, dije: “déjalo ahí, no digas más nada”, a lo que me respondieron: “voy a poner tres puntos suspensivos y los vas a llenar tú, cuando quieras”.

Y fue en ese momento que me dí cuenta que soy una mujer de puntos suspensivos y no puntos finales. Siento que es demasiado severo ponerle un punto final a todo en la vida.

Me dedico a escribir, y sé que abuso de los puntos suspensivos. Los uso cuando quiero decir algo que, si en efecto escribiera, me haría perder mi trabajo o ustedes me tirarían en la hoguera. Los pongo cuando quiero hacer que ustedes piensen un poquito. Cuando escribo siempre sé cuándo usarlos e incluso sé cómo llenarlos.

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Pero me he dado cuenta que en cuestión de conversaciones, o simplemente de la vida, no es lo mismo. Los puntos suspensivos están en esa pausa que haces antes de decir algo que va a herir a una persona. Están en saber cuándo callar. Están en un adiós.

Esos puntos suspensivos estuvieron presentes en las oficinas del AutoExpreso cuando los empleados debatían entre defenderse o no de personas que les daban golpes. También estaban en la mente de la esposa del policía cuando pensaba si publicar o no el vídeo sabrosón de la joya de su esposo.

Esos puntos son las pequeñas esperanzas con las que todo el mundo vive. Son la opción a cambiar. Significan que hay cosas que decir, pero no es el momento. Los puntos suspensivos demuestran que eres gente y que tomaste un segundo para pensar y sentir.

Esos tres puntos están en todo. Están en las miradas sin palabras del sexo. Están en lo que se piensa por la mañana mientras le echas azúcar al café. Están en decidir si en esta única vida que tienes vas a tomar riesgos o no.

Me he dado cuenta que los puntos suspensivos no solo los escribo, si no que me los vivo. Esas pausas y momentos de duda casi hasta me gustan. He confirmado que lo único que de verdad tiene un punto final es la muerte; todo lo demás es efímero. Todo lo demás son puntos suspensivos.

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