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Opinión: No todo lo negro es morcilla

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En esta isla caribeña no debería ser ni sorpresa ni escándalo la palabra negro… Pero lo es.

Es curioso cómo después de siglos de haber sido “descubierta”, con una gran tripulación compuesta por esclavos africanos, todavía tenemos semejante problema con la palabra. Hemos invertido tanta cantidad de tiempo en buscar sinónimos que suenen mejor al oído, casi como años llevamos de conquistados.

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Si nos dejáramos llevar por la manera en que hablamos, Puerto Rico sería una isla llena de muchas cosas menos negros. Porque, además de los blancos (blanco-blanco, muy pocos), habría “trigueños”, “indios”, “oscuritos”, “café con leche” y “de color”. Es como si quisiéramos evitar ofender y, en el peor de los casos, como si buscáramos no ser ofendidos.

A simple vista yo soy blanca. Cuando era niña, mis hermanas me decían cualquier cantidad de palabras para burlarse de mi color, el responsable, de hecho, de que mi segundo nombre sea Yasmín. Era “la jincha”. Y todo porque ellas eran quizás dos o tres tonitos más oscuras que yo, lo que supuestamente las cualificaba como “trigueñas”.

Y esos dos o tres tonitos más oscuros tenían nombre: mi padre.  Siempre he dicho que mi padre es negro. Y en el 90 % de los casos tengo que sacar una foto porque no me creen. Y es que yo salí así porque mami es de tez blanca, hija de otra casi de tez rosada.  Y cuando ven la foto ven a un tipo negro de facciones delicadas y pelo lacio y entonces te dicen: “Ay, chica, él no es negro, es indio”. Hay que jo#$%.

También estaba la gente que me hacía la charra pregunta de si yo era del lechero. Hasta que yo un día, con este afable carácter que me caracteriza (unjú), empecé a decir que del lechero no, del cartero, que el lechero no llegaba al campo. ¿Qué, quééé? Ahí la gente dejaba de jorobar.

A papi lo apodan El Negro. Y no se ha quejado nunca. Entonces, ¿por qué  tanta gente busca cambiar su alegre realidad? El puertorriqueño es una mezcla sabrosa de culturas, española, africana y taína. Y yo tengo como un amor especial por mis africanos, con el respeto de todas las demás culturas.

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Entonces uno va a los datos del censo federal y ve que no solo hay una resistencia con ser negro, sino que además existe una gran contradicción de espíritu colectivo. Si fuera por el resultado del censo, Puerto Rico sería Suiza. ¿Cómo es posible que el 80 % se describa a sí mismo como “blanco”? O yo soy daltónica o estamos entre prejuicios inconscientes bien arraigados.

La mezcla genética nos hizo mulatos, mestizos, criollos, pero lo negro es negro. Y a mí me gusta llamar las cosas por su nombre.  No soy socióloga, pero tampoco idiota, y me parece que después de tantos siglos debemos dejar la guachafita esta de relacionar la negritud con lo malo. Como cuando llamamos “momento de oscuridad” a un momento difícil o “lista negra” a la lista de los que nos caen mal. Yo prefiero llamar “cagada” al momento difícil y “shit list” a la lista de los que me caen mal. ¿Ven? Porque mierda es mierda, pero ¿por qué mierda es igual a negro? Piénselo. Como dicen en mi campo, no todo lo negro es morcilla, amigo.

Una de mis hermanas, que es la combinación perfecta de las tres razas, con el africano más subido y no precisamente por el color, sino por las cuuuuurvas, todavía resiente que una vecina, cuando yo nací, le dijo a mami: “Esta te salió bonita”. Lo que esa vecina no sabe es que yo he vivido siempre envidiando el color de mis hermanas, que no necesitan ponerse tres litros de aceite en el cuerpo para coger un poco de color ni cosméticos bronceadores para no parecer Gasparín. Que estas pecas bastante aceite que han costado. Encima yo saqué el pelo de los negros y ellas el de los blancos. ¡Pa que aprenda a creer en Cristóbal Colón!

Los prejuicios ­—cualquiera de ellos— son una vergüenza a estas alturas.  Yo no culpo a quien por circunstancias familiares no ha podido despegarse del desdén que representa el racismo, aunque debería hacer un esfuerzo por educarse. Pero estamos a tiempo de evitar que los niños que van creciendo tengan miedo a llamar las cosas por su nombre. Es que si alguien siente vergüenza de decirle “negro” a lo “negro”, quizás tenga problemas para saber qué es  “bueno” y qué es “malo”.

Enséñele a sus hijos que el prejuicio, no importa la naturaleza, no contribuye a la paz y es una expresión directa de odio. Enséñele a sus hijos que las cosas se llaman por su nombre y no hay que tener vergüenza.

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