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Opinión: La mirada de Landy

El día que Landy me miró me quedé atónita. Quizá fue una reacción emocional ante el cuerpo erguido de un inusual delincuente con porte de galán de novela. Todo el mundo le temía por su despiadado proceder ante la vida humana. No sé cuántos mató, pero la Policía aseguró el día de su arresto que muchos rodaron ante él.  Cuando Orlando “Landy” Serrano Ramos pasó frente a mí el día que lo apresaron, me impresionó su estatura, porte, distinguido caminar y  su cabellera pintada de rubio evidentemente  para tratar de despistar a los agentes del orden público en su huida. Sin embargo, lo que me perturbó fue su miraba inquietante.

Estuvo fugitivo bastante tiempo durante el cual cometió muchos delitos, pero su mayor torpeza fue asesinar a sangre fría a dos honorables policías. Probablemente, Landy no sabía que todo había quedó grabado en una cámara de seguridad del negocio donde se internó para cometer un asalto. Esa fue la evidencia irrefutable que lo llevó a declararse culpable. En estos momentos cumple una larga condena de 170 años de prisión. Mientras los policías cerraban la puerta de la celda donde lo llevaron tras su arresto, Landy me guiñó su ojo izquierdo. Eso explica por qué me quedé pasmada. Landy se convirtió en el delincuente y fugitivo más buscado en el país.  Como periodista me interesó contar todos los detalles de su arresto. Pero luego del guiño tenía una curiosidad inmensa de mirarle fijamente su rostro para conocer qué era lo que le pasaba por su mente. Espere pacientemente. Pasaron las horas y allí tras los barrotes del cuartel de la parada 18 en Santurce, Landy comenzó a vociferar que quería hablar con la periodista de televisión.

A pesar del temor y repulsión que me causaba, quería entrevistarlo. De repente un teniente salió y me dijo que tenía cinco minutos para entrevistar al arrestado. A esta fecha no sé qué fue lo que le dijo Landy al oficial para convencerlo de que me dejara pasar. Al abrirse la puerta encontré la misma mirada directa a los ojos, esta vez no hubo guiños. Rápidamente se acercó a los barrotes y con un tono de voz firme declaró ante la cámara que le han violado sus derechos y había recibido un trato inhumano. Cuán sagaz conocedor del derecho comenzó a recitarme articuladamente las leyes que le cobijaban. Le pregunté por qué le habían violado sus derechos y si negaba las imputaciones que habían sido grabadas en video por una cámara de seguridad en el lugar de los asesinatos. No me contestó las preguntas y me miró nuevamente a los ojos en claro acto de manipulación. Era inteligente y astuto el tipo.

Cuando salí de la celda, pensaba una y otra vez en su mirada más allá de su acto zalamero. Detrás de esa mirada lo que había era sufrimiento y desamor. Me conmovió. Pensé en lo disfuncional que pudo haber sido su hogar y lo que le ocasionó años más tarde. Pensé en el inminente peligro en que se encuentran cientos de niños que están pasando por esa misma situación en sus hogares y se podrían convertir en muchos Landys.  Con esa mirada profunda a los ojos de Landy pude reconocer esos elementos de su vida.

Sostener la mirada directamente al entrevistado es una técnica que utilizan correctamente hasta la saciedad los curtidos periodistas y ese día que conocí a Landy aprendí a hacerlo. Reflexioné y le perdoné el guiño porque su actitud desafiante e insolente reflejó su miseria humana. El guiño de ojo no lo acepté como un suceso o como una situación de rutina, más bien lo utilicé para tratar de encontrar las circunstancias que hacían de ese arrestado una persona diferente. Quería saber qué él pensaba de la sociedad en la que vivimos y qué lo llevó a actuar distinto. No me interesaba conocer cómo su estilo meloso revelaba su personalidad machista, sino en qué medida él se apoderaba de ese irrazonable proceder para llevar a cabo sus fechorías.

No le guiñó el ojo al policía que me dejó hacer la entrevista, pero indiscutiblemente le clavó su mirada manipuladora. Ese interés humano para tratar de manipular las emociones es importante contarlo porque estimula las audiencias a realizar una reflexión de las circunstancias que rodearon a ese personaje.

Con el tiempo esa mirada se tradujo en palabras. Ahora observo con más atención y dejo que la curiosidad me ayude a encontrar las respuestas del entrevistado. Si lo observas con respeto y lo escuchas, podrás formular la próxima pregunta.

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