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Opinión: La igualdad LGBTT se afianza en nuestra patria

Transformado. Así estoy tras mis visitas a algunas escuelas públicas del país, así como un hogar para niños maltratados y abusados sexualmente.

De hecho, invito a cualquier persona a compartir conmigo un día, a tener acceso a mis cuentas para que puedan leer los mensajes que recibo a diario, a sentir el amor de la gente en la calle.

El cambio se está dando. El país se está transformando.

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Mucho se habla de la perspectiva de género en la educación pública. Sin embargo, este currículo va mucho más allá de la pura teoría. Ya se está poniendo en práctica.

Desde las monjas que aman y aceptan a los jóvenes gays y trans que viven en la Casa Juan Pablo II hasta las directoras de escuelas públicas que acogen y defienden a sus estudiantes LGBTT. Desde el profesor comprometido con la igualdad hasta el estudiante que salió del clóset ante sus compañeros y maestros. Desde la estudiante transgénero que fue graduada por su directora con honores hasta el amor incondicional de los padres a sus hijos LGBTT.

Esa transformación se está dando en nuestra patria. Estas son historias reales —de amor, de esperanza, de solidaridad—.

Durante una de mis charlas, un joven salió del clóset frente a sus compañeros y maestros. La respuesta: un aplauso ensordecedor, así como el abrazo y apoyo de la directora y su maestro. Y como si fuera poco, el muchacho más popular —heterosexual— le dio un beso y un abrazo en señal de respeto y solidaridad.

Al día siguiente, su mamá me escribió lo siguiente: “Nunca cuestioné su sexualidad. Solo le dije lo orgullosa que me sentía de él, pues a su corta edad había tenido la madurez necesaria para aceptar quien es. Sobre todo, le dije que yo y toda su familia lo apoyamos. Hoy por hoy, vivo orgullosa de mi hijo porque, no importa su orientación sexual, es un chico humilde, valiente y con gran expectativa de vida”.
Finalizó su carta con este mensaje: “Te agradezco tu valentía y tus deseos de llevar buenos mensajes. Estoy orgullosa de personas como tú y como mi hijo que hacen la diferencia y son mejores seres humanos que muchos otros. Dios te bendiga y aquí a la orden”.

En otra escuela, la directora graduó con honores y el mayor premio de la clase graduanda a una estudiante transgénero —quien desfiló conforme a su género por primera vez en su vida—.

Compartí, además, con jóvenes que han sido maltratados —gays, trans y straights de 12 a 16 años— que viven en la Casa Juan Pablo II. Es un hogar católico, liderado por unas maravillosas monjas.
Allí se respeta y se celebra la orientación sexual e identidad de género de sus jóvenes —y de todo ser humano—. No hay juicio, no hay discrimen, no hay peros. Se cree en la libertad del ser humano y en su inviolable dignidad.

Algunos han estado en cientos de hogares diferentes en sus cortas vidas. Han sido abusados por personas y el sistema. Sin embargo, sonríen, tienen aspiraciones y esperanzas. Son luchadores y sobrevivientes. Aman y respetan. Crecen y se educan, pero también nos enseñan.

Finalmente, en Ponce, en el restaurante que almorcé, una señora de unos 80 años me saludó desde su mesa con una sonrisa y agitando dulcemente su mano. Al irse, me dio un beso en la cabeza y me dijo: “Te amo”. Y se fue, pero me quedé con su amor.

Durante este viaje, las generaciones más antiguas y más jóvenes de mi patria me llenaron de esperanza.

Algunos piensan que las anécdotas que comparto —en las redes sociales y en esta columna— no suceden. Es el cinismo de quienes quieren creer que todo es malo, que el amor no es cierto, que el cambio no se está dando. Hay que dejar ese cinismo a un lado y apostar al amor.

Tenemos que reafirmar que la dignidad del ser humano es inviolable. Ya es hora de que esa promesa se convierta en realidad para TODO ser humano.

La lucha sigue. La esperanza vive. El amor vence.

La igualdad LGBTT es un hecho inevitable. Puerto Rico será para tod@s.

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