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Los "biohackers" que transforman su cuerpo con implantes y dietas extremas: "He creado un nuevo sentido humano"

Los "biohackers" transforman su cuerpo y su cerebro "hackeando" la biología. Se insertan chips bajo la piel, adoptan dietas extremas o buscan modificar su ADN. ¿Por qué lo hacen? La BBC habló con tres de ellos.

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Liviu Babitz quiere crear nuevos sentidos humanos. Si tocas su pecho, puedes sentir su primer intento: una pequeña vibración cada vez que mira hacia el norte. Si algunos animales tienen ese sexto sentido de la orientación ¿por qué no nosotros?

Liviu puede hacerlo gracias a un implante electrónico insertado en su tórax llamado North Sense (Sentido Norte). Incluye una brújula en forma de chip, conexión Bluetooth y se adhiere a la piel con dos barras de titanio como si fuera un piercing.

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A sus 38 años, Liviu es el director ejecutivo de su propia empresa, Cyborgnest, responsable del diseño del implante. Para él, es un primer paso en la creación de un sistema de navegación completo que espera que le ayude a acabar con la que define como "generación pantalla".

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"Caminas por la calle mirando al celular. Quieres ir a un lugar pero no tienes ni idea de lo que ocurre a tu alrededor porque estabas mirando la pantalla todo el tiempo", le cuenta a la BBC.

"Imagina si no necesitaras hacerlo. Podrías navegar por el mundo como si fueras un pájaro y sabrías todo el tiempo dónde estás exactamente. La gente ciega podría orientarse también".

"Biohacking" casero

El invento de Liviu es bastante inusual, pero se queda en nada comparado con el de Rich Lee, un ebanista de 40 años de Utah, Estados Unidos.

Rich es un grinder, es decir, un biohacker que hace modificaciones extremas del cuerpo. En sus dedos tiene imanes y dos chips de Comunicación de Campo Cercano (NFC, por sus siglas en inglés) que pueden programarse para ver páginas web o abrir puertas, entre otras cosas.

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Tiene un chip en su antebrazo que monitorea de forma constante su temperatura corporal (que normalmente se usa en mascotas) e implantes de auriculares en sus oídos.

También ha probado Crispr, probablemente la forma más radical y controversial de biohacking y que es usada por los científicos para "editar" o "corregir" el genoma.

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Mientras los expertos siguen averiguando sus límites y peligros, Rich experimenta en su casa. Y admite además que, si se equivocara, podría llegar a perder la vida.

"Tenemos todo este conocimiento de ingeniería genética y lo que yo apoyo es la idea de que podamos cambiar nuestros genes y obtener modificaciones genéticas de la misma manera que nos hacemos un tatuaje", sostiene.

"Me gustaría ver una sociedad biológicamente fluida en la que la gente pueda incrementar ese tipo de cosas".

Pero, por supuesto, este biohacking casero puede salir muy mal.

Rich se levanta la pernera del pantalón y muestra una serie de cicatrices en la espinilla por implantes que le causaron tal inflamación que tuvo que extraerlos. Asegura que lo hizo con unos alicates y sin analgésicos.

Conmoción cerebral

Luke Robert Mason, director de la organización británica Virtual Futures, dice que hay mucho entusiasmo sobre el biohacking, pero cree que "falta un largo camino para alterar de manera radical el cuerpo humano".

"Lo que vemos hoy son los primeros pasos por parte de un grupo de valientes pioneros. La realidad de hoy día es mucho más experimental (y dolorosa) que la que se comunica al público".

"Hay mucho que se puede aprender de los resultados de su propia experimentación. Hay quienes argumentan que los biohackers son cada vez más responsables del avance en el desarrollo de dispositivos y tecnologías biomédicas".

Otros biohackers son menos extremos, aunque también usan métodos muy experimentales.

Corina Ingram-Noehr, una organizadora de eventos estadounidense de 33 años, vive en la capital de Alemania y tiene un ritual diario que implica el uso de tecnología, dieta y más de 20 suplementos alimenticios diferentes para mantenerse en buenas condiciones físicas.

Junto a un armario que parece la estantería de una farmacia, tiene también un "Power Plate", un aparato que vibra entre 30 y 50 veces por segundo para que su ejercicio resulte más efectivo. Y mientras vibra, usa una luz infrarroja para estimular la formación de colágeno en su piel.

También se la puede encontrar caminando con las piernas descubiertas por las frías calles de Berlín. Ella llama a eso su "versión barata de crioterapia", un tratamiento frio que asegura que los policías de la calle consideran "divertidísimo".

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Descubrió el biohacking cuando se estaba recuperando de una conmoción cerebral que la dejó con dificultades para hablar. Su jefe le recomendó probar triglicéridos de cadena media (TCM), los cuales le ayudaron a "activar" su cabeza y actuaron de cierta manera como una puerta de entrada al biohacking.

"Me dije: ’Si esto funciona, si algo tan pequeño funciona tan bien, ¿qué más puede hacerlo?’".

"El biohacking significa para mí controlar tu propia biología. Es tomar un atajo para llegar al lugar que quieres, un camino rápido para tu salud. Al menos así es como yo lo veo", concluye.


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