Cientos de miles de manifestantes han salido a las calles de todo el mundo en los últimos meses para alzar la voz contra asuntos tan diversos como los cortes de luz en Venezuela, la corrupción en Irak, la elección de Jair Bolsonaro en Brasil o el paso de Donald Trump por Europa.
"Es importante protestar porque nos da esperanzas", afirma Ellen Rowland, una de las decenas de miles de personas que se concentraron en Londres a mediados de julio para mostrar su rechazo al presidente estadounidense. "Había tanto optimismo que me hizo creer que era posible cambiar las cosas".
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Con sus carteles y consignas pegadizas, los manifestantes anti Trump lograron saltar a portadas de periódicos. Pero más allá del eco conseguido en las redes sociales, ¿tienen realmente algún tipo de impacto estas marchas autorizadas que se realizan en países democráticos?
¿Hay diferencias fundamentales entre una manifestación en Occidente en la que la gente protesta contra un mandatario de Estados Unidos que no le gusta y aquellas explosiones de furia que se están viendo en América Latina y Medio Oriente motivadas por cuestiones más básicas, a veces vitales?
A principios de 2003, cerca de un millón de personas tomaron las calles de Londres para pedirle al gobierno que no participara en la Guerra de Irak.
"Paren la guerra" fue la manifestación más grande que se haya convocado alguna vez en Reino Unido y se vieron concentraciones similares en más de 60 países.
"Realmente se sintió como si nosotros, juntos, tuviéramos el poder de cambiar el curso de las cosas", asegura Carmen García, una española residente en la capital británica que entonces tenía 27 años y llevaba una pancarta que rezaba "No en mi nombre".
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"Yo, personalmente, sentí el poder de las masas", añade.
No obstante, pese a esa apabullante demostración de oposición pública, Estados Unidos y Reino Unido le declararon la guerra a Irak unas semanas después.
Para los llamados "escépticos de las protestas", este continúa siendo su caso más ejemplar: una iniciativa masiva y bien organizada que, sin embargo, no logró ningún resultado práctico.
Los académicos Nick Srnicek y Alex Williams, autores de un libro sobre los movimientos de protesta, describen este tipo de eventos como "políticas populares" fugaces.
Según ambos, las manifestaciones de hoy en día son la "política hecha pasatiempo o la política como una experiencia de consumo de droga más que una herramienta capaz de transformar la sociedad".
¿Cómo medirlo?
Pero no todos creen que las protestas que se dan en las democracias occidentales puedan ser desestimadas con tanta facilidad.
Olga Onuch, profesora adjunta de Ciencias Políticas en la Universidad de Manchester, afirma que las manifestaciones organizadas también son un recordatorio crucial de que la gente tiene tanto el poder como el derecho de pedir un cambio.
"No creo que los manifestantes esperaran que el avión de Trump diera media vuelta", le dijo a la BBC cuando el mandatario estadounidense visitó Europa. "La cuestión consistía más en expresar que ’no nos gusta lo que está sucediendo y estamos mostrando físicamente que no nos gusta".
Algunos compararon esas protestas con las marchas contra la Guerra de Vietnam celebradas en Estados Unidos en 1963.
"Son geniales para levantar la moral", asegura L. A. Kauffman, un activista y autor de varios libros sobre protestas y resistencia. "Le dan a la gente un sentido palpable y físico de que están siendo parte de algo que es más grande que ellos mismos".
Un estudio de Harvard y la Universidad de Estocolmo descubrió que las protestas que se dan en las democracias occidentales no suelen resultar en cambios inmediatos de políticas, pero que sí tienen un impacto mayor porque hacen que la gente se vuelva más activa en cuestiones políticas.
"Los efectos pueden ser a largo plazo", le dijo el profesor David Graeber, de London School of Economics, al programa de la BBC The Real Story ("La verdadera historia").
"Vivimos en una cultura de gratificación instantánea, así que a menos que la legislación cambie al día siguiente tendemos a pensar que las protestas han fracasado. Por supuesto que no".
También es una cuestión de poner a las multitudes en contexto: por más grandes que sean, a menudo no representan a la mayoría.
Ese fue el caso de las manifestaciones contra el Brexit en el Reino Unido, por ejemplo. La protesta no frenó la decisión de abandonar la Unión Europea pero sí significó algo importante para los opositores al Brexit, según Olga Onuch.
"Les dio visibilidad", afirma. "Los ayudó a dar forma a una identidad colectiva y permitió que sus ideas se difundieran e influenciaran a otros".
Líneas geográficas
Fuera de Europa se han dado en los últimos meses manifestaciones muy diferentes y mucho menos pacíficas a esas demostraciones de malestar organizadas.
En Nicaragua, varios cientos de personas murieron tras meses de protestas contra el presidente, Daniel Ortega.
En Gaza, más de 130 personas fallecieron después de que estallaran revueltas en la frontera con Israel. En Irak, las marchas contra los cortes de luz y la corrupción también dejaron víctimas mortales.
En Venezuela, también se respondió a cortes de luz con muestras de descontento y, en Rusia, sucedió lo mismo con las reformas al sistema de pensiones.
Protestas como estas son muy distintas, según Onuch.
"Suelen estar en juego derechos básicos. Hay una sensación de urgencia y de desesperación y la vida corre peligro de una forma que no se ve en Occidente".
Estas manifestaciones son como "herramientas dentro de una caja de herramientas: cada una sirve a propósito diferente", cree Kauffman. De ahí que su éxito necesite ser evaluado en relación a sus objetivos y motivaciones.
Activismo social (o de redes sociales)
Algo que marcó una gran diferencia en todos los tipos de movimientos de protestas alrededor del planeta fue la aparición de las redes sociales y los teléfonos inteligentes.
Las manifestaciones en la era digital se encuentran a solo un tuit o publicación en Facebook.
Pero, como consecuencia, concentraciones de esta clase tienden a carecer de líderes, lo que termina juntando a personas que tienen intenciones distintas.
Las redes sociales alimentan la sensación de que tomar las calles es "lo correcto".
"Te sientes bien porque estás realizando tu deber cívico de protestar", afirma Onuch.
Los manifestantes contra Trump en Europa, por ejemplo, tenían motivos muy distintos para salir a hacerse oír.
Pero estaba claro que todos sintieron que el hecho de haberse reunido les dio poder.
Crear una sensación de ímpetu es solo el principio, según el veterano activista Kauffman. Dar lugar al cambio a largo plazo puede resultar "una lucha larga y dura".
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