Se sabía que esto de divertido no tenía mucho.
Muchos, incluido el presidente, Mauricio Macri, no querían jugar una final de Libertadores entre los históricos rivales y equipos más grandes de América, River Plate y Boca Juniors.
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Se juega demasiado, la tensión es enfermiza.
Algunos, de hecho, han tenido que medicarse en estas semanas, ir al médico, tomar pastillas para poder dormir.
Este partido -que también fue suspendido en su primera vuelta por lluvia hace dos semanas- no es una fiesta, sino un martirio.
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Y por eso durante toda la tarde de este sábado, mientras 60 mil personas esperaban a ver si se jugaba la llamada súperfinal, las gradas parecían más una sala de espera de un hospital que un evento deportivo.
Qué pasó
Es imposible entrar en los detalles de los incidentes que llevaron a la suspensión sin preguntarse por la factibilidad de las teorías que se comentaban en el palco de prensa del estadio Monumental.
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Son anécdotas de tráfico de influencias, de intereses políticos, de corrupción en un país que vive una crisis económica y enfrenta una semana complicada: paro de Aerolíneas Argentinas el lunes, protestas casi todos los días y la organización de nada menos que la cumbre del G20 el viernes con la presencia de los mandatarios más importantes del mundo.
Cuando alguien vio un tuit que reportaba el lanzamiento de gas pimienta a jugadores, muchos periodistas, los más viejos, vieron inevitable la suspensión.
Luego se supo que fue la policía quien lanzó el gas pimienta para dispersar a los hinchas que tiraron piedras al bus de Boca Juniors cuando se dirigía al estadio de River.
Los teléfonos colapsan en el estadio y la internet instalada para periodistas funciona mal. Hay televisiones que muestran la transmisión del canal deportivo que tiene los derechos. Pero la información que prima es el voz a voz, el llamado "cuchicheo".
Después nos enteramos que había jugadores de Boca en el hospital, de pujas entre autoridades y equipos por jugar o no. Se anunció el partido a las 18:00, luego a las 19:15. Y la suspensión, en cambio, nunca fue divulgada por los altavoces.
Se cree que Boca no quería jugar sin sus jugadores, y River secundó su petición de suspender. Algunos insistían en jugar para evitar un "escándalo mundial", pero primó la prevención. Y hubo escándalo.
Nadie duda que entrar al estadio fue complicado, incluso para la prensa. Y a medida que avanza la noche se empiezan a conocer videos de cómo el bus de Boca, cuyo recorrido pasó insólitamente por una "zona roja", fue atacado por aparentes hinchas. También se ve cómo la seguridad del evento, en general, era precaria o insuficiente.
Ahora la presidencia de River dice que los ataques fueron una "venganza" de la barra brava porque hace unos días la policía les confiscó 300 entradas y 7 millones de pesos (US$200.000) por reventa ilegal.
En realidad nadie sabe qué pasó. Quizá nunca se sepa. Mucho se hablará. Lo cierto es que estar a la altura de las expectativas -los riesgos, las complicaciones- que genera este partido es todo un reto policial, político y económico.
¿Y ahora?
Aunque la Conmebol anunció el partido para el domingo a las 17:00 hora local, el escepticismo permanece. El estadio y los equipos pueden ser suspendidos.
Las hinchadas visitantes están prohibidas en los estadios argentinos, pero la violencia sigue siendo común.
En los últimos 18 años han muerto 140 hinchas en el marco del fútbol, el 40% de los cuales fue por riñas entre gente del mismo equipo.
A la salida de la cancha hubo escaramuzas, peleas y robos. La gente salió de afán, con miedo, desesperanzada.
Muchos me dijeron estar seguros de que no dormirán esta noche de sábado. "Si no hemos dormido en tres semanas, una noche más no pasa nada", me dijo uno de ellos.
La inversión que hacen es grande, porque puede ser la mayor alegría de sus vidas. Pero de divertido el proceso no tiene nada.
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