La salida fue en la madrugada. Con mochilas, bolsos, carriolas para los niños, más de 3.000 personas que forman parte de la primera caravana migrante abandonaron el estadio donde permanecieron una semana en Ciudad de México.
En menos de una hora el enorme campamento quedó prácticamente vacío. Sólo permanecieron unas 50 personas enfermas o que decidieron quedarse en este país.
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El grupo salió de Honduras el pasado 12 de octubre, y en su camino hacia el norte se les unieron cientos de personas de El Salvador y Guatemala.
Los primeros grupos llegaron a la capital mexicana el 5 de noviembre. Una semana después la mayoría decidió reiniciar el viaje hacia Tijuana, Baja California.
Un camino de 2.800 kilómetros hacia el noroeste de México que en automóvil se recorre en 31 horas.
La caravana puede tardar varios días en llegar, pues la mayor parte de los niños, mujeres adolescentes y adultos jóvenes van caminando. A veces consiguen que algún vehículo transporte a grupos pequeños.
En la semana que permanecieron en Ciudad de México muchos, sobre todo jóvenes, insistieron en seguir una ruta más corta, hacia Tamaulipas en el noreste.
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Pero la mayoría decidió caminar hacia el otro lado del país. “Es más largo pero también más seguro”, le dice a BBC Mundo Rosenda Mariño, una joven de 23 años que viaja desde Honduras con sus dos hijos.
“Aunque se tarde más yo no voy a arriesgar a mis niños. De todos modos ya llevamos mucho caminando”.
Camino peligroso
La ruta más usual de los migrantes centroamericanos que pretenden viajar a Estados Unidos, es seguir las vías del tren y carreteras que bordean el Golfo de México.
El camino cruza algunos de los estados con mayor índice de violencia, como Veracruz y Tamaulipas.
Según ha documentado la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), en esas entidades se comete el mayor número de secuestros de migrantes en el país.
Por ejemplo, la Procuraduría (fiscalía) General de la República (PGR) tiene 270 investigaciones sobre plagios de centroamericanos sólo en Veracruz.
De acuerdo con organizaciones civiles como la oficina en Washington para Latinoamérica (WOLA por sus nombre en inglés), el 99% de los secuestros de migrantes no se investigan en México.
La situación es más grave en Tamaulipas. “Hasta autobuses llenos de personas se han llevado”, dice Rubén Figueroa, director del albergue La 72 de Tabasco.
Una de las ciudades con más registro de secuestros es Reynosa, en la frontera con Estados Unidos. Allí, desde hace tres años en la región existe una guerra entre los carteles del Golfo, Los Zetas y del Noreste.
A pesar del riesgo muchos migrantes eligen la ciudad para cruzar a Estados Unidos, porque creen que es más fácil dicen activistas.
También es el sitio fronterizo más cercano a Ciudad de México. La distancia entre las dos capitales es de 967 kilómetros: tres veces menos que el camino a Tijuana.
El menos malo
Pero también hay riesgos en la ruta a Tijuana. La caravana migrante debe cruzar por Celaya, Guanajuato, donde las autoridades han detectado varias casas de seguridad con migrantes secuestrados.
Los problemas también se presentan en Jalisco y Sinaloa, donde existe una disputa de carteles de narcotráfico.
En esos lugares se ha reportado que centroamericanos son reclutados por la fuerza para trabajar en campos de cultivo de drogas.
Las organizaciones que pelean el territorio son los carteles Jalisco Nueva Generación y Sinaloa.
La última parte del camino es el desierto de Sonora, uno de los más inhóspitos del mundo. Muchos usan los ferrocarriles de carga para cruzar la región.
Pero lo hacen en el techo de los vagones, expuestos al polvo y altas temperaturas. A este camino se le conoce como La ruta del diablo.
A pesar de estos riesgos éste es el camino más seguro para los migrantes, señala el estudio Crimen organizado y migración centroamericana en México.
“Es generalmente menos peligrosa que la ruta del Golfo de México, territorio de los Zetas y el Cartel del Golfo”, señala el documento elaborado por el Centro Robert Strauss de la Universidad de Texas.
Por eso vale la pena el viaje, dice a BBC Mundo Darwin Mendoza, un joven de 25 años de El Salvador.
“Es el camino menos malo. Lo que tarde, lo que tardemos en llegar pero vivos, no importa el tiempo”.
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