En Ciudad de México, en 1968, una protesta política silenciosa en el podio olímpico durante la ceremonia de premiación dio la vuelta al mundo.
Los primeros nombres que se vienen a la mente son los de Tommie Smith y John Carlos a raíz del impacto que tuvo el gesto que dio vida e inmortalizó al Black Power (el poder negro).
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Pero la imagen no fue la de los velocistas estadounidenses sino el de la diminuta gimnasta Vera Caslavska dándole la espalda al himno y la bandera de la Unión Soviética.
Conocida como la "otra protesta", la olvidada, Caslavska mostró de esa manera su rechazo a la invasión que había sufrido Checoslovaquia por parte de tropas soviéticas y sus aliados del pacto de Varsovia dos meses antes.
Su acción no tuvo la repercusión que alcanzaron Smith y Carlos con su saludo, pero las ramificaciones y consecuencias fueron mucho más profundas como lo recordó la gimnasta británica Mary Prestidge en el programa Sporting Witness (Testigos deportivos) del Servicio Mundial de la BBC.
Escape a tiempo
Prestidge pasó tiempo entrenando junto a Caslavska en los meses previos a las Olimpiadas mexicanas como parte de un programa de intercambio entre ambos países.
La gimnasta checoslovaca ya era una superestrella del deporte tras haber ganado tres medallas de oro en los juegos de Tokio 1964, incluyendo el concurso general femenino.
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Sin embargo, las chances de que repitiera una actuación tan dominante recibieron un fuerte golpe cuando se vio forzada a escapar y esconderse durante la invasión soviética a su país en agosto de 1968.
Caslavska tenía miedo de ser arrestada al expresar públicamente su oposición al régimen soviético y aprobar las reformas que proponía la Primavera de Praga ese año, movimiento que incitó la respuesta de Moscú.
Los Juegos Olímpicos se llevarían a cabo tan solo dos meses después y la reinante campeona olímpica se entrenaba utilizando un tronco y paleando carbón para endurecer sus manos.
"Vera tuvo que esconderse", comentó Prestidge, ya que ella "había firmado algunos documentos y era muy activa en los movimientos clandestinos para liberar su país, por lo que tanto ella como otros tuvieron que desaparecer por un tiempo."
Impecable, pero no siempre primera
No le tomó mucho tiempo a Caslavska para recuperar su brillo, ofreciendo una actuación impecable en México que embelesó a los espectadores.
Mientras las gimnastas de la Unión Soviética solían ser abucheadas por el público, la representante checoslovaca de 26 años preparó una coreografía para la rutina de suelo con música y sombrero mexicano, cautivando a cada uno de los presentes en las gradas.
"Ella había recreado esos ejercicios para adaptarlos a esa música que obviamente era del agrado del público. Fue muy estratégica", recuerda Prestidge, quien al haber terminado su participación observó la competencia desde las tribunas.
"Su ejercicio de suelo fue perfecto, así como toda su actuación".
Pero el jurado no lo interpretó de la misma forma.
El día de las finales, el 25 de octubre de 1968, Caslavska sufrió dos decisiones en contra al tener que compartir lo más alto del podio después que los jueces revisaran las puntuaciones originales en el evento de suelo, mientras que en la barra fue relegada al segundo puesto.
En ambas competencias, las beneficiadas fueron gimnastas soviéticas: Larisa Petrik y Natalia Kuchinskaya, respectivamente.
"Creo que había parcialidad", dijo Prestidge.
"Hubo probablemente mayoría de jueces de Europa del este y fue como que había un techo muy difícil de alcanzar para las que no habían sido campeonas. No creo que ella se quejara mucho, pero estoy segura que el resto del equipo checo sí lo hizo".
Trágico final
Más allá de las medallas, el principal objetivo para Caslavska en los juegos era "sudar sangre para vencer a los invasores".
Para ella se trataba de aprovechar su lugar en el podio para hacer una declaración de intenciones, una protesta por una causa mayor.
"Ella estaba en los más alto del podio junto a Larisa Petrik viendo como las banderas de Checoslovaquia y de la Unión Soviética eran izadas una junto a la otra, escuchando los himnos nacionales", recuerda Prestidge.
"No puedo imaginar lo que sintió. Hizo un gesto claro al voltear su cara. Luego vino la presentación de las medallas y se estrecharon las manos. Podías ver que le decía algo a Petrik".
Luego de la competencia la gimnasta británica fue invitada a la habitación de Caslavska y no pudo evitar preguntarle qué le había dicho a su rival soviética.
"No recuerdo sus palabras exactas porque fueron traducidas pero fue algo así como ’te felicito por tu gimnasia y como gimnasta, pero no por lo que hizo tu país y la invasión de mi país’. Muy directa y al grano, la verdad".
Pese a su éxito reflejado con sus siete medallas de oro olímpicas y de ser la única gimnasta hasta el presente en haber ganado cada uno de los eventos individuales, hombre o mujer, Caslavska tuvo que enfrentarse a las autoridades checoslovacas a su regreso a Praga.
Poco importó que se retirara de la competición en México ya que sufrió un castigo mucho mayor en su país, donde no pudo seguir una vida normal durante los próximos 20 años al ser forzada a trabajar en servicios de limpieza y serle frecuentemente prohibida la posibilidad de entrenar a niñas.
Con la caída del comunismo en 1989, Caslavska pudo regresar al lugar que por sus éxitos merecía y llegó a ser directora del Comité Olímpico de su país.
Pero su vida tendría un giro inesperado y fatal en 1993, cuando su exmarido, el también atleta olímpico Josef Odlozil de quien se había divorciado en 1987, murió tras una pelea en un bar con el hijo de ambos Martin.
Caslavska nunca se pudo recuperar de ese incidente y pasó el resto de sus días afectada por la depresión. Murió en 2016.
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