*Este artículo fue publicado en marzo de 2018 y BBC Mundo lo recupera con motivo de la canonización de monseñor Óscar Romero este domingo en el Vaticano.
Aunque se sienta honrado por la canonización de monseñor Óscar Romero este domingo, su hermano Gaspar muy probablemente también se siga sintiendo indigno: después de todo, ser pariente de un santo no le ocurre a cualquiera.
PUBLICIDAD
BBC Mundo habló con el telegrafista jubilado en su casa de San Salvador el año pasado, y le preguntó sobre su relación con monseñor Romero, su inminente canonización y su legado.
- Por qué El Salvador no ha juzgado en casi 40 años a los asesinos del "santo de América"
- Muerte en el púlpito: cómo asesinaron a monseñor Óscar Romero cuando oficiaba una misa en El Salvador hace 38 años
¿Cómo fue su relación con monseñor Romero?
Como cualquier hermano. A veces de amistad, a veces de distancias. Cosas de cipotes.
¿Tenía discrepancias con él?
No. Fuimos una familia común y corriente
PUBLICIDAD
Pero entiendo que no siempre usted estuvo al lado de monseñor Romero…
Mire: hay muchas mentiras. Nunca hubo distanciamiento. Siempre que había una oportunidad nos veíamos. Y obligadamente nos reuníamos en el cumpleaños de alguien de la familia. Pero distanciados, nunca.
¿Y cuál es el primer recuerdo que usted tiene de él?
Cuando él se fue al seminario a los trece años de edad.
¿Sabe cómo le surgió el deseo de ser sacerdote?
Desde muy pequeño quiso serlo. Cuando salía de la escuela, él todos los días iba a la iglesia y ayudaba al sacerdote. Era vocación. Fue inspiración de Dios porque nadie lo empujó a eso. Lo suyo fue pura vocación.
¿En qué momento monseñor Romero se vuelve un ícono en Ciudad Barrios?
Desde que llegó de Roma. Todo el pueblo llegó a recibirlo. Empezaron a quererlo y lo quisieron mucho porque veían en él a una buena gente. Se inclinó desde entonces hacia los derechos humanos. Empezó a ayudar a los pobres y necesitados. Si no podía económicamente, pues lo hacía con consejos. A la familia nos afectó para bien, porque fue un honor tener a un hermano de esa talla. Fue un orgullo para Ciudad Barrios. Ahí lo adoran. Todos los domingos hay excursiones a Ciudad Barrios. La gente quiere conocer el lugar donde él nació. Todos los domingos sale un autobús de Catedral Metropolitana.
¿Y cómo era monseñor en la vida privada?
Común y corriente. No había ninguna diferencia. No tenía envidias ni odios. Al contrario: él siempre quería ayudar y se sentía preocupado cuando veía tanta pobreza y tantos muertos. Y él no podía hacer nada.
¿Se sentía impotente?
Se sentía muy impotente.
¿Y de dónde cree que sacaba valor para lidiar contra la dictadura militar?
De Dios. Él estaba solo. No tenía ni ejército ni guerrilleros. Él solo estaba protegido por Dios. Y él lo decía en sus homilías.
La ultraderecha mató a monseñor Romero, pero en las filas guerrilleras tampoco caía bien…
Hay muchas mentiras y hay mucha gente interesada en desfigurar los hechos, la historia. Él no fue político ni de izquierda ni de derecha. La derecha le llegaba a hacer consultas. Lo mismo hacía la izquierda. Cuando a la derecha le habían secuestrado a algún familiar aristocrático, entonces acudían a él para ver si les podía ayudar. Él se comunicaba con los guerrilleros y a veces lograba liberarlos. Lo mismo sucedía al revés: cuando el ejército había capturado a uno de los cabecillas de la guerrilla, entonces acudían a monseñor para que lo liberaran. Él en ningún momento se inclinó hacia algún bando. Y ambos bandos le ofrecían protección. El Gobierno le ofrecía guardaespaldas y no aceptó. La guerrilla le dijo que si quería ayuda, pero él de ninguna manera aceptó.
Se dice que monseñor Romero tuvo dos etapas: una muy plegada a la devoción religiosa y hubo otra en la que se convirtió en la voz del pueblo, pero eso sucedió tras el asesinato del padre Rutilio Grande [asesinado en 1977 por fuerzas de seguridad del Estado].
Esa es otra mentira. Con Rutilio Grande fueron muy amigos, [pero] Monseñor siempre fue lo mismo. Lo que pasó es que le tocó vivir la época de la guerra cuando lo nombraron arzobispo y le dejaron una papa caliente porque ya empezaban los secuestros, los incendios de las iglesias, la toma de embajadas, secuestraban embajadores y a él le tocó estar en medio de eso. Fue una época muy difícil.
A pesar de ser muy querido, ¿cree que monseñor Romero se sentía solo?
No. Él sabía que estaba corriendo peligro, pero él no tuvo miedo en ningún momento. Él decía que se sentía protegido por Dios.
¿Usted en algún momento imaginó que iban a matar a su hermano?
Ah, claro. Yo sabía que lo iban a matar por los anónimos que recibía. A saber quién se los mandaba. Lo amenazaban a muerte. Vino el representante del papa Juan Pablo II a decirle que había noticias de que su vida corría peligro y que el papa le ofrecía trasladarlo o darle una vacación o mandarlo a algún puesto que él quisiera en la ciudad o en la república que él quisiera. Entonces monseñor Romero le dijo con mucho respeto que le agradecía al papa, pero en ningún momento pensaba irse de El Salvador.
¿Y usted qué opina de que Juan Pablo II le dijo que tuviera cuidado con los comunistas?
Bueno, es que al papa le llegaron a contar chambres. Fueron tres obispos de El Salvador los que fueron a hablar con el papa. Los ricos les pagaron a ellos para que fueran a denunciarlo al Vaticano. Mandaron una investigación para saber qué pasaba. La comisión que vino a El Salvador asistía a las homilías de forma anónima. Monseñor no sabía que aquí estaban, pero dieron un reporte en el que decían que él estaba haciendo lo mejor y decían que los demás arzobispos fueran como él.
¿Monseñor Romero sabía que iba a morir?
No. Él decía que iba a morir de cualquier forma, pero no suponía que lo iban a matar en misa.
¿Usted cree que esa misa fue una trampa?
No. No creo eso. Lo que pasa es que el programa que tenían los asesinos era buscar el momento. Los autores intelectuales prepararon esa muerte dirigido por Roberto d’Aubuisson [fundador del derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena)]. Ellos andaban detrás de él y encontraron el momento oportuno. Se reunieron y planearon el asesinato.
¿Cuál es la certeza que usted tiene sobre los asesinos de monseñor Romero?
La Comisión de la Verdad [documento de las Naciones Unidas de 1993] señala a Roberto d’Aubuisson como la persona que dio la orden de asesinar a monseñor Romero. Él y su entorno de seguridad actuando como escuadrón de la muerte.
¿Antes de la Comisión de la Verdad usted tuvo la intuición de quién pudo haberlo matado?
Claro. Roberto d’Aubuisson siempre lo insultaba por televisión. Y esos espacios eran pagados por la oligarquía.
¿Usted es de la idea de que se investigue el asesinato?
Sí, como cualquier crimen. La obligación de la Fiscalía es investigar y aplicar la justicia…
¿Le gustaría hablar con los asesinos de su hermano?
No. No creo que sea necesario. No vale la pena. Ya lo que está hecho no tiene nada para atrás.
Durante el conflicto armado, ¿cómo era el día a día de monseñor Romero?
Desde la mañana iba a decir su misa, luego se iba a la oficina a trabajar sus cosas. Por las tardes salía a visitar a los enfermos y por la noche se iba a la iglesia a rezar el rosario. Así eran sus días.
¿Usted recuerda la última vez que lo vio?
Sí, fue un viernes. A él lo mataron un lunes. Ese viernes lo vi rápido por sus ocupaciones. Tampoco pude ir a la misa que dio el domingo por compromisos personales. Y lunes fue que lo mataron. Lo mataron por la tarde.
¿Cuál es la anécdota más hermosa que usted tiene sobre monseñor Romero?
Su frase: que perdonaba a quienes los fueran a matar. Él dijo: "Yo sé que me quieren matar, pero desde ya perdono a quienes lo vayan a hacer". Y él lo dijo sin saber quiénes lo iban a matar. Él los perdonó. Hay algo [paralelo] con lo que dijo Jesucristo: "Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen".
¿Qué actitudes recuerda de monseñor Romero?
Su generosidad. Y no solo con uno, sino con varios. Yo le decía que hasta se pasaba de generoso. Él nunca tenía cinco centavos porque todo lo que le llegaba a sus manos, pues lo regalaba a los pobres. Compraba canastas básicas y las llevaba a las zonas más pobres: cantones, barrios. Donde fuera. Y lo que a él le regalaban, él lo terminaba regalando. En su cumpleaños la gente de dinero le regalaba lo mejor. Una vez le regalaron unos zapatos de lujo y él se los regaló al jardinero del seminario. Era muy desapegado. Eso no lo he visto en ningún cura.
¿Alguna vez en su vida pensó que su hermano llegaría a ser beato y hasta santo?
No, nunca.
Y cuando lo supo, ¿cómo tomó la noticia?
A mí me avisaron desde el Arzobispado de San Salvador y me invitaron como invitado espacial. Y es un honor para la familia y para el pueblo salvadoreño.
¿Y en la actualidad cómo es su relación con monseñor Romero? ¿Lo invoca?
Claro. Sí. Siempre.
¿Qué significado tiene para la población salvadoreña su canonización?
Para los católicos es una alegría. Las otras religiones lo ponen como ejemplo.
Parece que monseñor Romero no se equivocó cuando dijo que resucitaría en su pueblo…
Sí. En la cripta de Catedral Metropolitana siempre hay gente arrodillada con una velita rezando a monseñor. Y eso es de todos los días.
Aunque me he dado cuenta de que todavía hay gente que odia a monseñor Romero…
Así es: hay gente que lo quiere y gente que no.
Monseñor Romero también está en boca de todos, pero no sus enseñanzas. ¿Cómo ve esto?
Eso es de esperarse. Usted sabe que la oligarquía en El Salvador es poderosa y ellos son los que dan el trabajo, los empleos y la gente pobre tiene que seguir esto. Monseñor pedía que se pagaran sueldos dignos.
¿Qué piensa que diría monseñor Romero sobre la clase política que tenemos y sobre las pandillas?
Él dijo que después de la guerra lo peor viene después. Y yo creo que es lo que es lo que está pasando ahora.
Fue como una profecía…
Sí, porque usted ve los periódicos y todos los días hay asesinatos.
¿Cómo se siente de ser hermano de un santo?
Honrado. Me siento indigno de ser hermano de un santo, [pero estoy] orgulloso. La familia, todos estamos contentos. Estamos contentos de la beatificación, no del asesinato. Vemos que entre más tiempo pasa, más crece la devoción hacia monseñor Romero. A esta casa han venido periodistas desde Rusia, Argentina. A mí me invitaron a Londres a la develación de una estatua que han colocado en el centro de la ciudad de Londres. En el acto de inauguración estuvo presente la reina Isabel.
A la cripta de Catedral Metropolitana ha llegado Barak Obama, Rafael Correa, Hugo Chávez y otros que no recuerdo. Esto es bueno para todos, porque le repito que es bueno que se conozca la verdad. Porque hay biografías y biografías malas. Por ejemplo: salió una película que se llama Romero y es pura mentira todo. Quizás la hicieron solo por venderla.
¿La beatificación y canonización le ha cambiado la vida a usted?
No, en ninguna forma. Lo que he visto es que viene mucha gente a visitarme, muchos periodistas. Mi hermano atiende en San Miguel a la gente que llega de Honduras, Nicaragua. Yo me siento agradecido. Y lo que me gusta es que se divulgue la verdad [sobre monseñor Romero] porque hay muchas mentiras y eso sí que no me gusta.
¿Cuál es la mentira más grande que existe sobre monseñor Romero?
Las calumnias que hicieron los obispos. El de San Vicente, San Miguel y Santa Ana lo fueron a calumniar allá [al Vaticano con Juan Pablo II]. Afirmaron que monseñor Romero era comunista y que estaba con la guerrilla y que estaba contra el gobierno.
Hablando de comercialización: ¿cómo ve que se hagan tazas, camisas, gorras sobre monseñor Romero? Hay un lucro con la imagen de su hermano…
Sí. Y eso es algo que no se puede detener. En primer lugar esto podría ser una devoción. En segundo lugar es gente pobre que se gana la vida haciendo estas cosas artesanales. Y así se ganan la vida con el nombre de monseñor.
¿Qué lección de vida le dejó monseñor Romero en su vida?
A ser un hombre bueno, sano, recto. Ser un hombre que prefiera a los humildes. Esas son las lecciones.
¿Tiene algún objeto de monseñor Romero que tenga como bien preciado?
Tenía muchas cosas. Las tenía aquí en la casa. Pero pensé que esas cosas solo las miraba la familia y pensé que deberían estar en la Divina Providencia [lugar donde mataron al arzobispo]. Las cosas las mandé para allá: un escritorio, una máquina de escribir, un radio. Y no recuerdo qué otras cosas. Allá las hermanas las tienen muy bien cuidadas. El lugar es muy visitado. [La entrega] La hicimos con una escritura en la que digo que dono todo lo de monseñor con la condición de que no se vaya a mover, prestar o vender. Me pasó que me pedían prestado libros de monseñor y no me los devolvían. Otros me pedían una fotografía para hacer un libro y no me la devolvían. Así me fui quedando sin cosas de él.
Hay algo que no se conoce de monseñor Romero y es que era aficionado a la fotografía…
Sí. Él tenía mucha afición a la fotografía. Eso no se conoce. Hay muchas cosas de monseñor que no se conocen…
¿Por ejemplo?
Que él era muy caritativo. Eso poco se conoce. Él iba a visitar a los enfermos y les llevaba algunas monedas. Mandaba a repartir la canasta básica a los pobres, a los que vivían debajo de los puentes. A los paupérrimos los invitaba al seminario y los atendía [con alimentación]. Eso era lo que yo admiraba de él.
¿Le ha hecho un milagro monseñor Romero a usted?
El milagro que me ha hecho es ser indigno de ser famoso [gracias a él] . Mucha gente me conoce. Y cuando salgo a la calle muchos me saludan y yo no los conozco. Eso es algo que no me gusta. Quien se merece todo eso es monseñor. Cuando designaron cardenal a Gregorio Rosa Chávez, él dijo que lo recibía, pero quien se lo merecía era monseñor Romero.
Ahora puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.