Ramón Valderrama decidió dejarlo todo y empezar de cero el día en que en Venezuela el kilo de carne empezó a cotizarse en 10 millones de bolívares.
Para ese entonces el salario mínimo era de 5 millones, lo que apenas alcanzaba para pagar por medio kilo.
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“Yo ganaba bien, unos diez salarios mínimos, tenía una ayuda que me mandaban de México, pero ni con eso podía comprar la comida para la casa”, le dice a BBC Mundo.
Ese día supo que, por más que trabajara, el dinero nunca le alcanzaría para sobrevivir. Entonces tomó la decisión del exilio.
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En las siguientes semanas preparó su salida. Dejó su empleo en una compañía telefónica, reunió sus ahorros y junto con uno de sus hijos y su madre abandonó Venezuela.
Desde entonces vive en Querétaro, en el centro de México, donde ha depositado sus esperanzas en un restaurante de hamburguesas.
Se llama Panas Burguer y la especialidad es la hamburguesa venezolana, “que lleva de todo”, dice.
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Es un negocio familiar que emprendió con su madre, Nura, y con el apoyo de sus tías, Iris y Carolina, que ya vivían en México.
El nombre del restaurante, que se inauguró hace unos días, no es gratuito.
En Venezuela “pana” es la forma cariñosa de llamar a los amigos, y quizá por ello empieza a convertirse en un alegre centro de reunión de la comunidad de venezolanos en Querétaro.
Les atrae el sabor de la nostalgia. En la ciudad no hay un sitio que prepare las hamburguesas con la receta venezolana, que lleva repollo, huevo, carne, aguacate, queso y pollo, entre otros alimentos.
Pero al negocio los clientes también llegan para conocerse, conversar, consolarse por las malas noticias o dar la bienvenida a los recién llegados, que cada vez son más.
En los últimos dos años, Querétaro se ha convertido en uno de los principales refugios en México para quienes abandonan Venezuela por la crisis económica y social.
No se sabe cuántos son, pero se espera que el número crezca conforme se agraven los problemas en Venezuela.
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¿Por qué Querétaro?
Desde 2014 hay un éxodo que abandona Venezuela para huir de la crisis económica y social.
Hasta ahora suman más de 2,3 millones de personas, según la Organización de Naciones Unidas.
La mayoría se fue a países vecinos, pero al menos 35.000 venezolanos eligieron México.
Y de ellos, según los registrados para votar el año pasado, cerca del 10% se encuentra en Querétaro. ¿Por qué?
Una razón es económica.
La capital del estado con el mismo nombre es una ciudad colonial de 1,3 millones de habitantes a 240 kilómetros de Ciudad de México. También es una de las regiones con mayor crecimiento económico del país.
En los últimos años se han instalado decenas de empresas internacionales. Aquí existe, por ejemplo, la mayor concentración de empresas de industria aeroespacial de América Latina.
La estadounidense Kellog’s mantiene en la ciudad sus oficinas centrales para Latinoamérica. Hay, pues, una constante demanda de mano de obra especializada.
Y muchos que viajan de Venezuela a México son profesionales, con estudios de posgrado o especializaciones en Europa, Asia y Estados Unidos.
Para ellos –y cientos de mexicanos y personas de otras naciones que llegan cada año al estado- la prosperidad industrial de Querétaro es una oportunidad.
Y Victoria Amézquita ha sabido aprovecharla. Hace cuatro años, esta venezolana decidió independizarse e instalar una empresa de extracción de aceites esenciales y deshidratación de alimentos en su país.
Pero el financiamiento que le ofrecía el gobierno “era ridículo comparado con el mercado negro, que es lo que mueve la economía”, cuenta a BBC Mundo.
Al revisar los costos para comprar maquinaria y materia prima, así como el tiempo sólo para que el proyecto se aprobara, calculó que perdería el 30% de la inversión.
“En esa época, la inflación no era diaria, como ahora, pero sí semanal. Lo que calculé en enero para febrero no me iba a dar”, cuenta.
La única alternativa fue emigrar. En Querétaro vive parte de su familia y hacia aquí enfiló su camino.
“Llegué sin expectativas, abierta a todo lo que pudiera suceder. Al mes de estar aquí me entrevistó una empresa”, cuenta.
La compañía le ofreció un contrato y además ayudó con los trámites migratorios. Victoria y su familia en México creen que tuvo mucha suerte.
Puede ser. O quizá la respuesta es su profesión como ingeniero mecánico, y una especialización en máquinas rotativas que hizo en Francia.
"No soy feliz"
No todos pueden contar esa experiencia.
En Querétaro –como en otras partes de México- muchos venezolanos se ven obligados a aceptar empleos muy distintos a su profesión aunque sean profesionales, incluso con algún posgrado.
Algunos son meseros, otros reparten comida o atienden comercios. Quienes llegan con más recursos instalan pequeños negocios como cafeterías, restaurantes o panaderías.
Es el caso de la familia Valderrama. Ramón es ingeniero electrónico, su madre Nura es licenciada en enfermería y una de sus tías, Iris, es arquitecta. Los tres atienden el negocio de hamburguesas.
Otro caso es Edmundo Hernández, quien estudió Filosofía. En su país compraba y vendía obras de arte.
Hace poco más de un año emigró a México en busca de una buena escuela para su hijo, pues la situación en Venezuela empeoraba cada día.
Con los ahorros que tenía instaló en Querétaro un bar de cereales. Se llama El Ring y en poco tiempo se popularizó: en la ciudad no existía un negocio de ese tipo.
El establecimiento ofrece una gran cantidad de cereales y diferentes tipos de leche, café o té. Se encuentra en el centro de la ciudad, a mitad de la zona de restaurantes, bares, discotecas y mezcalerías.
Es una de las razones del éxito. Entre una gran oferta de bebidas alcohólicas resulta curioso ver en el lugar a jóvenes que comen leche con cereal.
Pero no es suficiente. “Si me preguntas cómo estoy te digo: no soy feliz”, le dice a BBC Mundo.
“Todos mis amigos están en Venezuela, aquí no tengo a nadie. Llego al bar a las 7 de la mañana y me voy a las 8 de la noche. Ceno, veo una película y me duermo. Al día siguiente es lo mismo”, cuenta.
Es la otra cara del exilio. En la distancia las noticias desde casa tienen otra dimensión. En Querétaro los problemas se sienten más graves, hay más sensibilidad hacia ellos, como cuenta Daisa Rosales.
Hace año y medio abandonó Caracas con su esposo para huir de la creciente inseguridad. “Me encerraba en casa, después de las seis de la tarde no quería salir, tenía terror de ir a un centro comercial”, dice a BBC Mundo.
“Vivíamos aterrorizados de que al coche le quitaran la batería o un caucho (llanta). Y también el problema de la alimentación, no hay comida”.
Eso quedó atrás. En su nueva ciudad Daisa imparte clases en una escuela y cada vez tiene más amigos. Hace poco recibió una buena noticia: está embarazada.
“Voy a tener un mexicano”, dice feliz.
El camino
¿Cómo llegó la diáspora de Venezuela a Querétaro? En muchos casos siguió la ruta de las migraciones tradicionales:
Alguien que se instaló en la ciudad a quien siguieron amigos o familiares. En el caso de los venezolanos este proceso se aceleró desde 2015, cuando los problemas del país se profundizaron.
Pero no todos son recién llegados. Carlos Pernalete y su familia, por ejemplo, llegaron hace 20 años contratados por Kellog’s.
El plan era permanecer cinco años pero después los hijos, que empezaban a crear su propio círculo social, no quisieron regresar.
Una casualidad que marcó su destino. Ahora su vida está hecha en este país, e incluso su esposa, Maricela Blanco, recién se nacionalizó mexicana.
En dos décadas la familia ha visto crecer a la comunidad venezolana. “Cuando llegamos sólo éramos unos 50, y de esos tres familias teníamos cinco hijos cada una”, cuenta Maricela a BBC Mundo.
Ahora el escenario es distinto. Además de las reuniones de familias o amigos la diáspora en Querétaro ha iniciado un proceso de organización comunitaria.
Carlos Pernalete y algunos más crearon la Casa de Venezuela en Querétaro, que pretende ayudar a los recién llegados o quienes planean emigrar.
En redes sociales como Facebook o WhatsApp existen varios grupos que intercambian noticias permanentemente, sobre todo con quienes siguen en su país.
Algunos ofrecen una especie de servicio de mensajería: por una comisión llevan medicinas, comida o dinero a los familiares en Venezuela.
Es parte de la nueva vida de la comunidad en Querétaro dice Cristina Valera, dueña de un próspero negocio de pan venezolano.
Quienes viven fuera se esfuerzan por ayudar a quienes se quedan, sobre todo con medicamentos que en su país virtualmente no existen.
“Mis regalos de Navidad se convirtieron en el tratamiento de las abuelas que sufren hipertensión o diabetes”, cuenta a BBC Mundo.
Una especie de lazo de familia aunque sea en la distancia. Y de paso combatir la nostalgia que no cesa.
Cristina Valera cuenta que hace un par de años se encontró con una amiga recién llegada de su país.
Con su esposo la invitaron a almorzar en Coyoacán, un tradicional barrio de Ciudad de México.
“Cuando vio el jardín, la gente saliendo de la iglesia y los niños jugando se echó a llorar”, le cuenta a BBC Mundo.
“Se acordó de cuando era niña, y claro, ese era el país de nosotros cuando éramos niñas, nosotros también tuvimos esa vida, ir a la iglesia, pasear por la plaza”, recuerda.
“Mi mamá me compraba un algodón de azúcar, todos jugaban y no pasaba nada. Ella se puso a llorar porque tenía años sin ver eso, y es un recuerdo que te conecta con la familia que no la tienes”.
Carlos Pernalete lo entiende. “En 20 años no hay un solo día que no deje de pensar en Venezuela”, dice a BBC Mundo.
“No hay desarraigo, al contrario, estamos muy arraigados ahora”.
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