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¿En qué siglo ha habido más cambios? (y no necesariamente es el XX)

Es fácil que nos parezca que el siglo XX es la respuesta obvia, gracias a un avance en la tecnología sin precedentes que parece haber cambiado toda la existencia. Pero, ¿realmente es esa la vara con la que debemos medir?

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A fines de 1999 escuché a una presentadora de noticiero de la BBC decir que nos acercábamos al "final del siglo que ha visto más cambios que ningún otro".

Tan pronto como escuché esas palabras comencé a hacerme preguntas. ¿Qué le hizo pensar que el siglo XX era más notable que el siglo XIX, cuando los ferrocarriles cambiaron el mundo? ¿O el XV, cuando se inventó la imprenta y Colón cruzó el Atlántico?

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¿Cómo definía ella lo que eran cambios?

No tuve que esperar mucho para conocer la respuesta. Imágenes mostrando las innovaciones del siglo XX aparecieron en la pantalla, desde autos Ford Modelo T hasta una nube en forma de hongo.

En un solo minuto se logró transmitir claramente el mensaje: el siglo XX había sido testigo de la mayor cantidad de cambios debido a que había experimentado un progreso tecnológico sin precedentes.

Como historiador, dudé de esto. Estaba claro para mí que algunos de los cambios más profundos en la historia de Occidente tuvieron poco o nada que ver con la tecnología.

La Peste Negra, que se calcula aniquiló a más de la mitad de la población en algunos países europeos, fue consecuencia de la biología. El logro de Colón se basó en una tecnología que ya era antigua en 1492.

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¿Y qué hay de la locura con la brujería en el siglo XVI? ¿Cómo pudo la tecnología haber sido responsable del crecimiento de una superstición en toda Europa?

Está claro que la tecnología y el cambio están relacionados. Pero ¿en qué medida? ¿Puedes, incluso, comparar los desarrollos de un siglo con los de otro?

Decidí probar. En el transcurso de dos años compilé una lista de los 50 principales temas de los últimos mil años en el mundo occidental, para tratar de comprender la naturaleza del cambio.

Lo que sigue a continuación es una breve selección de diez de los mayores ajustes sociales que hemos experimentado. En su totalidad ilustran que, si bien la cuestión de qué siglo vio la mayor cantidad de cambios es importante, lo realmente relevante es el hecho de que nos lleva a pensar de manera más profunda sobre qué es el cambio y cómo se produce.

Para mí la lección clave no es cómo el cambio se relaciona con la tecnología sino cómo se relaciona con la necesidad, algo que es fácil de olvidar en nuestro estado relativamente cómodo.

Siglo XI: Fortaleza Europa

Los reyes empezaron a pensar en sí mismos como gobernantes de un país -no solo de una tribu o un pueblo- gracias a la invención del castillo.

Muchos cambios importantes del siglo XI no fueron tecnológicos (el aumento del poder de la Iglesia y el declive de la esclavitud, por ejemplo), pero el desarrollo del castillo sí lo fue.

Se necesita tener una gran habilidad para diseñar y construir una estructura lo suficientemente fuerte como para mantener a raya a un ejército merodeador.

Por lo tanto, había muy pocos castillos en el año 1000. Pero como el sistema feudal hacía cada vez más deseable que los lores locales tuvieran residencias fortificadas en su propia tierra, más maestros albañiles aprendieron esta habilidad.

Aquellos que no pudieron obtener los servicios de esos albañiles construyeron defensas similares de tierra y madera. Para el año 1100 había unos 10.000 castillos en toda Europa.

La importancia de esto va más allá de una cuestión de vivienda aristocrática. Anteriormente las tribus habían podido barrer el continente con pocas trabas, con excepción de las defensas de las antiguas ciudades romanas.

La conquista de Guillermo I en 1066 hubiera sido considerablemente más difícil si los sajones hubieran construido castillos: habría tenido que detenerse y asediar a todos y cada uno de ellos.

Como era de esperar, tan pronto como conquistó Inglaterra se puso a remediar las vulnerabilidades que hacían que el país fuera tan fácil de atacar.

La aparición de un gran número de fortalezas cambió la vida en varios aspectos. Reforzó el vínculo feudal entre un lord y su tierra: incluso si este se veía obligado a retirarse a causa de un ataque enemigo, podía volver para reclamar su territorio invadido, siempre y cuando mantuviera el control de sus castillos.

Los reyes podían mantener un control más firme de sus reinos, a través de la capacidad de sus vasallos de defender las fronteras.

Esto no solo condujo a una mayor seguridad y estabilidad sino que permitió a los reyes comenzar a considerarse gobernantes de un país, no solamente de una tribu o un pueblo, y gobernar para todas las personas dentro de sus reinos.

Siglo XII: La superautopista eclesiástica

Cientos de nuevos monasterios, establecidos por hombres que buscaban una mayor comprensión de Dios, desencadenaron una explosión en la diseminación del conocimiento.

Podrías pensar que los monjes, habiéndose retirado del mundo, no podrían tener un gran impacto en lo que sucedía fuera de sus claustros. Sin embargo, tantos monasterios fueron fundados en este siglo que dejaron una importante huella.

En Inglaterra y Gales el número de casas religiosas se quintuplicó, de menos de 140 a más de 700. En todo el continente, las órdenes monásticas se convirtieron en las primeras organizaciones paneuropeas de Europa.

¿A qué se debió esto? Una de las razones fue la mayor estabilidad que brindaban los castillos; otro fue un ligero cambio en el clima, el Período Cálido Medieval, que permitió la producción de más cultivos, la creación de más excedentes y el aumento de la riqueza de los señores feudales que poseían la tierra.

Pero también había un dinamismo dentro de la iglesia misma, impulsado por un deseo generalizado de entender a Dios.

El éxito de la primera orden monástica organizada, los cluniacenses, inspiró la creación de otras órdenes de ascetismo cada vez mayor, como los cistercienses y los cartujos.

Mediante el establecimiento universal de un sistema parroquial la influencia de la Iglesia en el pueblo aumentó enormemente. Y la poderosa idea del Purgatorio se extendió por toda la cristiandad.

En la década de 1170 la gente creía que no necesariamente iría al cielo o al infierno tras su muerte, sino que la mayoría de ellos se encontrarían temporalmente en el limbo.

Los monasterios que fundaron, las misas cantadas por sus almas y las peregrinaciones que emprendieron tenían como fin ayudar a sus almas a subir la escalera al cielo. O al menos mejorar sus posibilidades de evitar el infierno.

Los vínculos entre todos estos monjes y los cánones de la catedral se pueden comparar con el poder de internet en nuestros días. Los monasterios y las escuelas tenían bibliotecas en las que almacenaban información.

Les enseñaron a los hombres a leer y facilitaron la composición de nuevos textos y la copia de los viejos, creando y preservando el conocimiento.

Los monjes viajaron entre monasterios, especialmente entre casas de la misma orden, difundiendo noticias y compartiendo las últimas obras teológicas, científicas e históricas.

Como resultado, cuando los estudiosos comenzaron a traducir la sabiduría de los escritores griegos y romanos antiguos de las copias árabes en el sur de España y Sicilia, hubo una red a través de la cual se pudo difundir este conocimiento.

El redescubrimiento de las obras de escritores como Aristóteles y Ptolomeo obligó a los estudiosos, muchos de los cuales eran clérigos, a repensar los principios del conocimiento.

Siglo XIII: El poder del dinero

A medida que surgieron nuevos mercados en Europa el dinero en efectivo comenzó a rivalizar con la propiedad de la tierra como principal fuente de poder.

Puede que tú des por sentado tener monedas en tu bolsillo, pero hubo un momento en que las personas apenas usaban dinero.

El trueque desempeñó un papel importante en las transacciones a principios de la Edad Media y las obligaciones feudales eran aún más importantes.

Sin embargo, a medida que la población creció y los mercados se establecieron para satisfacer las necesidades de las personas, el dinero se convirtió casi en la única forma de hacer negocios.

Alrededor de 1.400 nuevos mercados se fundaron en Inglaterra a lo largo del siglo XIII, además de los 300 que ya existían.

El mercado marcó una enorme diferencia en la calidad de vida de las personas. Mientras que anteriormente tenían que fabricar muchos artículos en la casa, ahora podían comprarlos.

En mercados de la ciudad y ferias podían tener, por primera vez, acceso a artículos más exóticos. En 1300 el azúcar y especias como la pimienta, la canela y el clavo comenzaron a aparecer en Francia e Inglaterra, junto con la seda y tintes previamente inimaginables.

Para facilitar el crecimiento del comercio se acuñaron monedas de mayor denominación. Los italianos fueron pioneros en la banca, con sucursales en la mayoría de las capitales europeas.

En el transcurso del siglo la estructura feudal de la sociedad, en la cual la tenencia de la tierra era el factor más importante, llegó a rivalizar con el poder del dinero.

Siglo XIV: La muerte acecha la tierra

Las clases trabajadoras cuestionaron su relación con la élite política, y con Dios mismo, después de que la Peste Negra aniquilara a la mitad de la población.

Es difícil transmitir el evento cataclísmico que fue la Peste Negra. El análisis moderno muestra que a lo largo de los años 1346-51 la peste mató a más del 40% de la población en algunos países, y más de la mitad en Inglaterra.

Para poner las cosas en perspectiva: la tasa de mortalidad inglesa en 1348-49 fue aproximadamente 200 veces la de la Primera Guerra Mundial.

El impacto en la sociedad fue profundo. La gente comenzó a dudar de que las enfermedades fueran enviadas por Dios para castigarlos por sus pecados, ya que ¿cómo podrían los recién nacidos merecer tal castigo?

¿Dios realmente quería lo mejor para ellos? Un nuevo y más profundo sentido de la pecaminosidad entró en la conciencia pública. Los escultores crearon mementi mori, esqueletos para recordar a la gente su inminente muerte, y los teólogos comenzaron a cuestionar la pureza del pontífice de Roma.

Del lado positivo, el valor del trabajo del hombre común aumentó y los salarios mejoraron. La servidumbre comenzó a disminuir, el capital fue liberado para que los hombres ambiciosos lo explotaran y la gente comenzó a viajar más.

Las clases trabajadoras adquirieron un nuevo sentido de autoestima. Fue particularmente después de la Peste Negra que los trabajadores en toda Europa comenzaron a rebelarse contra sus amos políticos, en levantamientos como el Jacquerie en Francia (1358) y la Rebelión de los Campesinos en Inglaterra (1381).

Siglo XV: Colón mira hacia el horizonte

Los grandes exploradores echaron por tierra el mito de que los griegos y los romanos sabían todo lo que valía la pena conocer.

Imagínate despertar con la noticia de que los exploradores descubrieron dos continentes desconocidos y una nueva ruta marítima hacia un tercero. No lo creerías.

Pero eso es precisamente lo que mucha gente debe haber sentido cuando se enteraron de las hazañas de Cristóbal Colón, quien llegó a las Bahamas, Cuba y la Española en 1492, y luego ubicó América del Sur antes de fin de siglo.

El asombro continuó con los viajes de hombres como John Cabot, que reclamó Terranova para Enrique VII de Inglaterra en 1497; Vasco da Gama, que navegó desde Portugal hasta India y de regreso en 1497-99; y Pedro Álvares Cabral, quien aterrizó en Brasil en 1500.

No hace falta decir que estos descubrimientos abrieron grandes extensiones de tierra para el asentamiento y la explotación en siglos posteriores. Pero no solo los nuevos recursos importaban.

Durante muchos años la gente había creído que los romanos y los griegos habían adquirido todo el conocimiento que valía la pena tener.

Colón los obligó a salir de esta complacencia. Si los geógrafos antiguos no habían advertido dos continentes enteros, ¿qué otras cosas podían haber malinterpretado?

Siglo XVI: La palabra de Dios en idioma sencillo

La alfabetización se disparó y las tasas de asesinatos cayeron en picada gracias a la pionera Biblia de William Tyndale.

A Johannes Gutenberg, quien produjo la primera Biblia impresa en 1455, se le acredita con frecuencia haber cambiado el mundo con su imprenta. Sin embargo, en el siglo XV, los libros se imprimían en gran parte en latín y eran caros.

Fue la publicación de la Biblia en lengua vernácula lo que cambió el mundo: la Biblia alemana de Mentelin en 1466, la versión italiana de Malermi en 1471, la Historia bíblica en 1487 y la revisión de Miles Searledale de la Biblia en inglés de William Tyndale en 1539.

Un libro que la gente no solo quería entender sino que además podía enseñarles a leer volcó a la sociedad europea hacia la palabra escrita. Permitió que las personas consideraran la palabra de Dios personalmente, sin la necesidad de la intervención de un sacerdote. Y permitió a los escépticos cuestionar la autoridad de la Iglesia católica.

También tuvo un gran impacto en la sociedad secular. En Inglaterra la alfabetización masculina aumentó de alrededor del 10% al 25%, mientras que la alfabetización de las mujeres aumentó del 1% a alrededor del 10%. Por primera vez, las mujeres podían dirigirse a otras mujeres y atacar el sexismo extremo en la sociedad.

Escribir también extendió la influencia del Estado en asuntos locales y personales. La mejor administración de la ley y el orden, por ejemplo, hizo que la tasa de homicidios en gran parte de Europa se redujera a la mitad.

Siglo XVII: La ciencia es el nuevo salvador

Los enfermos buscaron la salvación en los médicos, en lugar de solo en Dios, mientras la revolución médica se extendió por Europa.

En 1633 el Papa sentenció a Galileo Galilei a ser encarcelado de por vida por la herejía de enseñar que la Tierra orbita alrededor del Sol.

Sin embargo, en los siguientes 40 años varias sociedades científicas oficialmente reconocidas publicaron tratados científicos sobre estos temas. La Academia Naturae Curiosorum (más tarde la Leopoldina) se fundó en Baviera en 1652, la Royal Society of London data de 1660 y la Academie des Sciences en Francia se estableció en 1666.

Lo importante aquí es que no se trató de un cambio tecnológico sino social. La autoridad en asuntos científicos pasó de la Iglesia a la comunidad científica. Y las consecuencias fueron significativas.

Mientras que a principios del siglo XVII miles de brujas fueron quemadas en Europa o ahorcadas en Inglaterra y Gales, el reconocimiento oficial de hombres científicos socavó la superstición de que existía la brujería.

El segundo gran cambio fue una revolución médica. Si enfrentabas una enfermedad que amenazaba tu vida en 1600 llamabas al sacerdote; solo el 5% de las personas buscaban asistencia médica al final de sus vidas.

Un siglo después, llamabas al médico: al menos el 55% de las personas que morían buscaban ayuda médica. Ese cambio, que ponía la esperanza de tu salvación física ya no solamente en las manos de Dios sino en la de tus semejantes, fue una de las líneas más importantes que separaron a la sociedad medieval de la moderna.

Siglo XVIII: Una revolución de los derechos humanos

Los principales pensadores de Europa se iluminaron con la llama de la Ilustración y desafiaron el derecho del estado a reprimir a su pueblo.

No hace falta decir que la Declaración de Derechos que surgió de la Revolución Gloriosa de 1688 tuvo un impacto enorme en Inglaterra. Pero también tuvo un gran impacto en los pensadores que se agruparon como polillas alrededor de la llama de la Ilustración.

Montesquieu, Voltaire, Rousseau y otros se inspiraron. Rousseau, en particular, argumentó en "El Contrato Social" (1762) que un estado es injusto si reprime indebidamente la libertad del individuo.

La Revolución Francesa formuló sus objetivos en gran medida en torno a estas ideas. Y ese evento inició un replanteamiento del contrato social y de la relación entre el individuo y el estado, en toda Europa.

No fue solo la perspectiva política la que cambió. La sociedad también se vio afectada a nivel humanitario. La tasa de ejecuciones se redujo y, tras la publicación de "Delitos y castigos" de Cesare Beccaria (1764), la pena de muerte fue abolida por completo en algunos países.

La flagelación, la quema y la mutilación también disminuyeron y la intolerancia religiosa se debilitó en la última parte del siglo. Las actitudes económicas se volvieron más liberales también, a medida que las políticas mercantilistas rígidas dieron paso al libre comercio.

Siglo XIX: El mundo se convierte en un pueblo

La comunicación, los viajes y la distribución de alimentos se aceleraron con la llegada de los trenes, los buques a vapor y el teléfono.

Nuestra imagen perdurable del siglo XIX es, sin dudas, la del tren a vapor. Y es apropiado que así sea, porque el transporte a vapor cambió el mundo.

Cuando los trenes y barcos a vapor conectaron pueblos y ciudades permitieron la especialización de comercios, economías de escala y la producción en masa de productos básicos.

También facilitaron la distribución de alimentos. Si bien las hambrunas habían sido una característica habitual de la vida europea a través de los siglos, los países conectados por ferrocarril dejaron de sufrir en tiempos de paz.

Los horizontes individuales se ampliaron. Los ferrocarriles permitieron a las personas viajar largas distancias, tercera clase, a centavo por kilómetro y medio.

A finales de siglo la bicicleta aumentó aún más esta libertad, especialmente si las personas llevaban sus bicicletas con ellas en un tren, lo que les permitió viajar como nunca antes.

En términos de diseminación de información, el siglo XIX vio un cambio aún más fundamental. En 1800, la velocidad más rápida a la que se podía enviar un mensaje de larga distancia era de unos 12 km/h (lo que se tardaba en cabalgar de una ciudad a otra).

Para 1900 podías enviar un mensaje de manera instantánea por teléfono e incluso comunicarte directamente con Australia, a través del telégrafo.

Pensamos en nuestra propia época como una dominada por la comunicación, pero los mayores cambios se observaron en el siglo XIX, cuando la velocidad de la información se aceleró desde el ritmo de un jinete a la velocidad de un pulso eléctrico.

Siglo XX: La utopía perdida

La suposición de que la vida continuaría mejorando fue reemplazada por temores de daño nuclear y ambiental.

No fue lo que hicimos de manera diferente en el siglo XX lo que importó, sino los cambios que ocurrieron en el mundo que nos rodeaba.

La guerra, que había sido un asunto exclusivo de los soldados en 1900, amenazó con aniquilar todo el planeta a fines del siglo XX.

El hambre y la pobreza extrema, que caracterizaron la vida en todo el mundo antes de 1900, se consideraban aberraciones para el año 2000.

La cultura y los valores occidentales, que en 1900 se habían limitado principalmente a Europa, América del Norte, Australia y Nueva Zelanda, se encontraban ahora en ciudades de todo el mundo.

Los cambios quizás se reflejaban mejor en las actitudes de las personas hacia el futuro. Antes de la Primera Guerra Mundial, las visiones del futuro eran casi totalmente rosadas: que la vida continuaría mejorando para siempre.

La guerra sacó a la gente de esa ingenuidad. Para el año 2000 estaba claro que nuestra dependencia de los combustibles fósiles, el aumento por seis en la población mundial y el calentamiento global eran todas causas de alarma.

El pensamiento utópico se convirtió en una cosa del pasado cuando nos dimos cuenta de que las fuerzas del mercado constantemente nos conducían a una forma de vida cada vez más insostenible, sin pensar en el medio ambiente o lo que nos sostendría cuando se agoten los combustibles fósiles.

Al comparar el siglo XX con sus predecesores en algunos aspectos no están muy separados. La gente común todavía temía a la guerra y experimentó sus horrores en 2000, tal como lo hicieron en el siglo XI.

Tenían miedo de lo que estaba por venir, ya fuera el último juicio o el calentamiento global. Las diferencias fundamentales fueron, más bien, las consecuencias sociales de la tecnología, por ejemplo: religión versus secularismo, horizontes locales versus internacionales, feudalismo versus finanzas y privación generalizada versus satisfacción masiva de las necesidades.

Finalmente, si bien es tentador pensar en estos cambios en términos de progreso, los dichos de la presentadora del noticiero en 1999 (que los autos y las explosiones atómicas representan un "cambio"), nos recuerdan que todas las ventajas que hemos obtenido gracias a la tecnología tienen un precio.

Por ejemplo, la capacidad de producir fertilizantes artificiales a partir del gas natural, y por lo tanto alimentar a una población mundial de 7.000 millones, viene con la preocupación de que el suministro de gas natural es limitado y un día se agotará.

Vistos en esa luz, los mayores cambios del último milenio tienen una enorme importancia para comprender nuestro futuro y no solo nuestro pasado.

Los libros de Ian Mortimer incluyen el best-seller del Sunday Times The Time Traveler’s Guide to Medieval England: Un manual para visitantes del siglo XIV (Vintage, 2009).


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