Si la crisis financiera que estalló hace 10 años nunca hubiera existido, quizás Donald Trump aún sería apenas un empresario y personaje de TV, la Unión Europea mantendría su pujanza de antaño y la política en muchos países sería más previsible.
Quizás.
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Es imposible saber con certeza cómo luciría el mundo hoy sin aquel terremoto financiero y económico que sobrevino tras el colapso del banco de inversión Lehman Brothers en septiembre de 2008, pero sí es factible medir las secuelas de esa crisis.
Y algunas de esas consecuencias repercuten hasta el presente, afectan la forma en que sociedades occidentales ven a sus gobiernos y alimentan el populismo o la radicalización política, afirman expertos.
Adam Tooze, un historiador económico de la Universidad de Columbia y autor de "Crashed", un libro sobre los cambios en el mundo tras aquel colapso, coincide con la idea de que en 2008 se vivió la peor crisis financiera de la historia, como dijo el entonces presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke.
"Todos pudieron ver cómo terminaría el mundo, y luego no fue así. Pero nunca vuelves a ser el mismo después de eso. Ya sabes cuán terribles son los posibles riesgos y cuán frágiles son las políticas que evitan el desastre total", dice Tooze a BBC Mundo.
A continuación, tres efectos políticos de esa crisis que persisten una década después.
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1. Furia con el establishment
La debacle financiera de 2008 erosionó la confianza de la gente en los funcionarios e instituciones que los gobernaban, sobre todo en Estados Unidos y Europa.
Eso se tradujo entre 2008 y 2010 en derrotas electorales de partidos políticos que gobernaban a ambos lados del Atlántico y un aumento en los niveles de desconfianza en las instituciones europeas en años siguientes.
Primero fue la noción de que la economía en EE.UU. y algunos países europeos estaba insuficientemente regulada para evitar lo que pasó.
El fenómeno se exacerbó con la idea extendida de que la inquietud central de las autoridades fue rescatar a los bancos, en gran medida responsables de la crisis, con dinero del fisco y sin enfocarse en aliviar el sacrificio que debió hacer la gente común.
Mientras la Fed destinaba billones de dólares para instituciones financieras alrededor del mundo, dentro de EE.UU. nueve millones de personas quedaban sin empleo, prácticamente la misma cantidad que perdió su hogar, sin que un solo alto ejecutivo de Wall Street fuera a juicio.
En Europa, las políticas de austeridad post-crisis aumentaron el descontento en medio de una débil recuperación económica.
El estancamiento de los ingresos reales y la desigualdad social, junto con fenómenos como el debate migratorio y el terrorismo en Occidente, podrían explicar "por qué los votantes todavía están enojados", señala Christoph Trebesch, profesor del Instituto Kiel para la Economía Mundial en Alemania.
"La confianza que se destruyó con la crisis financiera no se ha recuperado", dice Trebesch a BBC Mundo.
2. Polarización y populismo
El desencanto popular que dejó la crisis fue caldo de cultivo para populistas y extremistas, sobre todo de derecha, que polarizan sociedades y ganan espacios de poder, señalan los expertos.
El ejemplo más reciente fueron las elecciones del domingo en Suecia, donde un partido de extrema derecha prácticamente igualó los votos de la coalición de centro-izquierda gobernante.
Previamente la derecha y el nacionalismo ganaron votos hasta alcanzar puestos de gobierno en países europeos como Italia, Austria o Hungría.
En el Reino Unido los nacionalistas impulsaron con éxito el referéndum del Brexit en 2016 para salir de la Unión Europea
Y, por supuesto, en EE.UU. Trump asumió la presidencia el año pasado con un discurso anti-inmigrante y enfrentado a la élite política, que cayó bien en un sector del electorado castigado por la crisis de 2008.
"Los populistas mejoran en manejar el debate público, por lo que más que nunca su estrategia política está funcionando", dice Trebesch.
Tanto él como otros investigadores creen que este fenómeno esta directamente vinculado a la debacle financiera de hace una década.
"Una crisis no afecta a todos por igual: hay ganadores y perdedores. Puedes pensar en esto como una forma de polarización en la sociedad", sostiene Francesco Trebbi, un profesor de la Universidad de British Columbia en Canadá que junto a otros expertos analizó los efectos de crisis en decenas de países a lo largo de décadas.
"Podría ser hacia extremos de izquierda, piensa en Ocupa Wall Street (un movimiento de protesta que surgió en EE.UU. tras la crisis de 2008) o un desplazamiento hacia la derecha, lo que parece ser más frecuente ahora", dice Trebbi a BBC Mundo.
"La crisis financiera de 2008 fue particularmente profunda, y una crisis excepcional produjo resultados excepcionales", explica.
3. Un nuevo escenario internacional
Si bien la comunidad internacional reaccionó con cierta unidad ante la crisis de 2008, con el tiempo afloraron diferencias entre los países que los especialistas también vinculan con el colapso de hace una década.
Un ejemplo de ello es la Eurozona, primero con tensiones entre países deudores y acreedores, y luego con las fisuras que produjo el crecimiento de partidos nacionalistas.
"También entre los países hay ganadores o perdedores relativos de las crisis. Pensemos en Grecia o hasta cierto punto en Italia: son perdedores, países que lo estaban haciendo relativamente bien antes de la crisis y después básicamente retrocedieron dos o tres pasos", señala Trebbi.
"Este tipo de tensiones es muy común después de una crisis", agrega.
El comercio mundial también declinó tras el sismo financiero y ahora enfrenta la amenaza de una creciente disputa entre EE.UU. y China, aunque la rivalidad entre estos dos gigantes data de antes de 2008.
Algunos señalan también consecuencias indirectas en las relaciones internacionales.
Tooze menciona como ejemplo que la confrontación de los últimos años entre Occidente y Rusia puede verse como un producto del revés que la crisis dio a la voluntad de Occidente de integrar a antiguos países soviéticos mediante la economía y las finanzas.
A nivel general, el historiador afirma en su libro que, contrariamente a lo que muchos asumían hace cinco años, la crisis no había terminado sino que apenas estaba mutando.
"La crisis financiera y económica de 2007-2012 se transformó entre 2013 y 2017 en una crisis política y geopolítica general del orden post-Guerra Fría", sostiene.
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