Colombia se ha propuesto la misión de darle sentido a su rica biodiversidad, la cual estuvo aislada tras años de guerra. Para los investigadores, se trata de una oportunidad de oro y de una hermosa aventura.
Glenn Seeholzer luce increíblemente fuera de lugar en medio de la selva. Carga un objeto que tiene la forma de una antena de televisión y de su hombro cuelga un rifle.
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Seeholzer está persiguiendo una escurridiza ave con hábitos mañaneros y que emite un agudo silbido. Hasta ahora, no la ha podido encontrar.
Ha pasado las últimas dos semanas recorriendo los bosques que se encuentran cerca de Medina, un pequeño pueblo en las adyacencias del Parque Nacional Chingaza, en el centro de Colombia.
Con otros 59 investigadores, Seeholzer es parte de la expedición Colombia Bio, que durará dos semanas y cuya misión es tratar de comprender la biodiversidad de esa región.
Seeholzer es un becario postdoctoral del Museo de Historia Nacional de Estados Unidos, ubicado en Nueva York, y es colaborador del Instituto Alexander von Humboldt de Colombia.
El explorador quiere grabar el canto que entona un copetón capirotado, también conocido papamoscas triste (Myiarchus tuberculifer), y luego buscar ese mismo pájaro que grabó.
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Es una misión que busca responder preguntas sobre uno de los grandes misterios de la ciencia evolutiva: ¿qué lleva a la formación de nuevas especies?
Sólo 30 minutos
Seeholzer se despierta antes del amanecer, se pone sus zapatos de montañismo y camina, a un paso frenético, cuesta arriba, hacia el bosque.
Sólo cuenta con 30 minutos para encontrarlo: este pájaro canta su "canción del amanecer", que es su sonido más distintivo, en un corto periodo de tiempo que va desde el final de la noche hasta el inicio del día.
Como si alguien presionara un interruptor que tiene dentro de él, Seeholzer entra en "modo oculto" cuando escucha al pájaro por primera vez.
Comienza a seguir el canto sin hacer ruido, caminando y respirando tan silenciosamente como puede.
Los arbustos bajos, las áreas fangosas y las piedras afiladas del bosque hacen que su recorrido sea muy difícil y su oído derecho, en el que sufre sordera, empeora aún más la situación.
El pájaro silba de nuevo y Seeholzer apunta su antena hacia él. Se trata de un micrófono parabólico que puede aislar el silbido de un pájaro del restante ruido del bosque.
Luego espera a que cante una vez más, pero se mueve.
Hace un par de años, caminar por el bosque al amanecer con un rifle y una mochila llena de unos objetos extraños habría sido un acto suicida.
A los miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC (guerrilla desmovilizada desde los acuerdos de paz con el gobierno en 2016) no les habría importado si lo estuvieras haciendo en nombre de la ciencia.
La guerra
"Le solía aconsejar a mis alumnos que recordaran la canción de Shakira, "Ciega, sordomuda", cuenta Jhon César Neita.
Esa era una regla de supervivencia.
Neita es un veterano entomólogo que tuvo que aprender a lidiar con el conflicto colombiano para hacer su trabajo de campo.
Estudia los escarabajos coprófagos, los que comen las heces de otros animales.
Perseguirlos en los espesos bosques de la región del Pacífico colombiano a menudo significaba encontrarse con guerrilleros o paramilitares cara a cara.
Esta es una historia familiar entre los biólogos colombianos. Durante décadas, solicitar el permiso del ejército que gobernaba cierta zona fue un procedimiento estándar para planificar una excursión.
Reaccionar a sus órdenes, a menudo cambiantes; dar cabida a un guerrillero o a un paramilitar en el equipo de investigación y evitar las zonas donde no querían un ojo indiscreto, eran asuntos de vida o muerte.
Si el comandante de la zona decía que el viaje había terminado, todos tenían que empacar y salir antes del anochecer.
Si el jefe tenía dudas, el equipo era tomado rehén, a veces durante varios días, hasta que las preguntas eran respondidas.
Si no le gustaban las respuestas, alguien era asesinado.
La oportunidad
Cuando los líderes de los guerrilleros de las FARC firmaron un acuerdo de paz con el gobierno colombiano en 2016, la violencia en muchas zonas rurales disminuyó significativamente.
El final de la guerra no solo significó un indulto largamente esperado para millones de personas que viven en áreas remotas del país, sino que los biólogos y otros investigadores ahora podrían explorar los bosques, ríos y zonas montañosas del país.
No dejaron pasar la oportunidad.
Colombia es considerado el segundo país con mayor biodiversidad en el mundo, pero su fauna y flora han eludido el estudio debido a la guerra.
El gobierno ahora ha comenzado el programa Colombia Bio que financiará 20 expediciones a zonas remotas donde los combates habían limitado la investigación.
El objetivo principal de estas expediciones es dar sentido a la biodiversidad colombiana. Pero también está la cuestión de qué se puede hacer con ella.
"La biodiversidad es la respuesta para muchas necesidades. La mayoría de los medicamentos provienen de la biodiversidad. Se usa en alimentos, salud y cosméticos ", dice Hernando García, subdirector del Instituto Humboldt.
El gobierno colombiano quiere que estas expediciones sean el primer paso para crear nuevos negocios basados en los recursos vegetales y animales del país, desde la observación de aves hasta la investigación farmacéutica.
En esas exploraciones, los investigadores se adentran en un área remota para obtener muestras de plantas y animales, a menudo caminando durante horas en ambientes hostiles.
Toda esta información alimentará al Sistema Colombiano de Información Biológica y muchas de las muestras, cuerpos y órganos preservados terminarán en la colección del Instituto Humboldt, donde estarán disponibles para otros investigadores en el futuro.
Tres mundos
Medina y el Parque Natural de Chingaza solían ser fortalezas de las FARC.
En 2002, sus miembros hicieron explotar una presa que había en esa zona, la cual era una parte del sistema que le proporciona agua a la capital, Bogotá.
También escondían a sus rehenes en el medio del bosque y las huellas de lo que fueron sus campamentos aún permanecen.
No muy lejos del lugar donde los investigadores han estado durmiendo, hay una cabaña abandonada que solía ser un campamento de las FARC.
Es un lugar interesante para que los biólogos exploren.
"Hay tres mundos que chocan allí: las praderas del río Orinoco, el bosque andino y algunos elementos amazónicos", explica Andrés Cuervo, biólogo del Instituto Humboldt.
La última expedición al área fue en 1997 y realmente no se obtuvo mucha información. Llegar allí es difícil. Tienes que tomar un pequeño autobús desde Bogotá a Medina. Allí tienes que alquilar un auto que te lleve a un pequeño pueblo que queda al lado de las montañas.
Después, tienes que caminar desde allí, pero el equipo y la comida deben viajar en mulas de carga. Es una caminata de una hora cuesta arriba hasta el primer campamento. El segundo está a dos horas y media de distancia, a través de un camino cubierto por un bosque espeso y tan empinado como un tramo de escaleras.
No es de extrañar que los guerrilleros quisieran controlar la zona. Es el lugar perfecto para esconderse.
Del bosque al laboratorio
¿La guerra protegió la naturaleza colombiana de la destrucción?
Es difícil de saberlo.
Los guerrilleros y los paramilitares pudieron haber ayudado a aislar los bosques de la deforestación y la explotación, pero "hubo muchos impactos brutales en el medioambiente", dice García.
La destrucción de las tuberías de petróleo contaminó los cuerpos de agua en muchas partes del país y las minas terrestres o las bombas pudieron haber matado a grandes mamíferos, como osos o jaguares.
Hasta ahora, el efecto del conflicto en el ecosistema local es en gran parte desconocido. Es por eso que Andrés Acosta estaba tan feliz de haber encontrado una pequeña rana dorada, un Rhaebo glaberrimus.
"Solo se reproducen en cuerpos de agua que cumplen ciertas condiciones y necesitan hábitats bien conservados, como los bosques tropicales", dice el experto mientras la sostiene en sus manos.
Haberla encontrado es una buena señal y significa que ese bosque está en buenas condiciones.
En la oscuridad
Acosta y su equipo salen por las noches, a medida que el bosque se va oscureciendo.
Sin otra fuente de luz que las linternas que llevan en sus frentes, los exploradores se mueven principalmente guiados por sus oídos a través de estrechas manchas de barro y piedras resbaladizas.
Se detienen cada vez que escuchan un graznido, un sonido agudo. De repente, alguien agarra una rana de una hoja y la mete en una bolsa de algodón blanca. Lo hacen docenas de veces durante la noche. Siempre parece un truco de magia: las ranas parecen salir de la nada.
A la mañana siguiente, Erick Higuita y Mariana Cruz caminan por el mismo bosque.
Están buscando las rayas de tela naranja que indican dónde están las trampas para ratones. Las dejaron al lado de árboles grandes, donde es probable que los roedores busquen la fruta que se cayó.
El cebo es una mezcla pegajosa de plátano, mantequilla de maní, vainilla y miel. "El dulce aroma atrae a los roedores", dice Cruz. De hecho, huele como una panadería.
Pero no es un día productivo: solo logran atrapar una rata gris oscura que parece pertenecer más a una alcantarilla de ciudad que a un bosque.
Higuita comienza a trabajar en ella. Primero, saca su interior y limpia la piel completamente: si deja solo un trozo de tejido, las hormigas se darían un festín con el cuerpo. Luego, lo llena de algodón y endereza las patas con un alambre, teniendo cuidado de dejarlas intactas: "las almohadillas de los pies son útiles para identificar al animal", explica.
Cuatro horas más tarde, el ratón se está secando al sol. Ahora es un animal de peluche, preparándose para la inmortalidad rígida detrás del cristal del museo.
"Nunca se sabe lo que otra persona compra"
En la mesa de al lado, Acosta se está preparando para hacer su propio trabajo. Comienza colocando las ranas, una por una, dentro de una caja de luz para fotografía. Luego, toma unas notas y algunas fotos.
Una vez que todas han sido fotografiadas, vierte un anestésico en un algodón y lo frota en una rana, que muere en menos de un minuto, sin ningún dolor. Su cuerpo se vuelve flácido y su piel brillante.
Acosta es un hombre canoso que ha estado en el negocio de la captura de ranas desde que era un niño. Conoce todos los pequeños trucos.
Él puede detectar la especie de una rana tan rápido como una madre puede decir los nombres de sus hijos.
Escribe con una pluma estilográfica antigua porque la tinta no se desliza si la libreta cae en un río.
Trae sus propias herramientas, alcohol y formaldehído, porque "nunca se sabe lo que otra persona compra".
Prepara y mata a sus ranas en el mismo orden en que las atrapó porque tiene que "mantener la ’cadena de custodia’, por así decirlo".
El último paso es colocar una aguja sobre la llama de un quemador hasta que se vuelva roja, perforar la rana con ella, extraer un poco de tejido adhesivo y ponerlo en un recipiente lleno de nitrógeno líquido: se escaneará su ADN.
Una base de datos mundial
El escaneo de ADN es necesario porque le ayuda a los científicos a entender la diversidad en un nivel profundo.
Dos especímenes aparentemente distintos pueden tener genes muy similares o dos ejemplares que se parecen pueden presentar diferencias sustanciales entre sí.
"La diversidad genética está oculta y es menos explorada, pero ofrece una visión crucial para comprender la diversidad, la distribución de las especies y la evolución", dice Maylin González, un investigador de genética del Instituto Humboldt.
Cada una de las 55 especies de grillos, 70 especies de mariposas, 200 plantas, 200 especies de aves, 25 especies de anfibios y reptiles, y 21 especies de mamíferos encontradas tendrán su ADN codificado.
Las muestras obtenidas aquí alimentarán una base de datos mundial de códigos de barras de ADN, la cual pretende convertirse en el mayor registro de biodiversidad jamás construido.
El ADN puede decir qué tan saludable es la población de cualquier animal y cuán vulnerables son a una posible enfermedad. También es un registro viviente de la historia de una especie y, por lo tanto, del nivel de conservación de una zona determinada.
Se trata del mejor juez del trabajo de los biólogos, pues puede revelar si un espécimen es lo que una vez se identificó como tal.
La división de una especie
El ADN es también la razón por la cual Seeholzer está persiguiendo a su escurridiza ave.
Algo sucedió en el viaje anual de los papamoscas por la región: la parte peruana de los Andes era demasiado alta para que volaran, por lo que se separaron.
La mitad de la bandada se dirigió a las montañas del este, la otra mitad se dirigió hacia el oeste. Se encontrarían de nuevo más tarde, pero después de años haciendo lo mismo, un día los grupos no pudieron reproducirse entre ellos.
Según la mayoría de los estándares, se convirtieron en especies separadas. Pero es más complicado que eso.
"Parecen dos especies distintas, pero al mismo tiempo, son una especie. Es una especie de anillo", explica.
El objetivo del investigador es estudiar el proceso de especiación tal como sucede. Su investigación es sobre si el canto de esta ave tiene un papel o no en ese proceso.
"Para hacer eso, es realmente importante tener muestras genéticas que estén conectadas a muestras de cantos y la única manera de hacerlo es registrar al pájaro y luego recogerlo para establecer la conexión entre la canción, el plumaje y la genética".
Seeholzer tiene muchos especímenes y muchas grabaciones, pero aún no ha encontrado una correspondencia directa entre los dos.
El tiempo vuela
Después de su cacería, pasa el resto del día ayudando a otros ornitólogos con sus colecciones, o simplemente explorando el bosque. Incluso cuando el arduo trabajo comienza a hacer mella en la mayoría de los demás investigadores, Seeholzer todavía tiene la energía para ir y trepar a un viejo árbol con un guía local.
"Pasé muchos meses encerrado en una oficina en Nueva York", dice.
De hecho, le espera una gran cantidad de papeleo cuando regrese a la gran ciudad.
Trasladar material biológico de un país a otro es un proceso largo. Tiene que esperar algunos resultados de ADN que podrían tomar un año.
Hay informes que escribir, reuniones a las cuales asistir, burocracia que seguir.
En el campamento, otros científicos le sugieren en medio de bromas que regrese a Colombia para que haga su investigación allí.
Responde, también medio en broma, que podría hacerlo. El último día tuvo una epifanía, dice.
Irá al bosque más a menudo. Será una vida más emocionante y productiva, una con menos oficinas y más naturaleza.
Se mudará a Colombia en unos meses, asegura desde su oficina en Nueva York.
"El tiempo en el campamento se siente tan corto". Y todavía tiene un papamoscas que encontrar.
*Lee la nota original en inglés haciendo clic aquí
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