Hace 75 años, durante la Segunda Guerra Mundial miles de soldados de las fuerzas aliadas fueron capturados por los japoneses y forzados a construir un tren que se extendería desde Tailandia hasta Birmania.
Se llegó a conocer como "el Tren de la Muerte" porque muchos de los prisioneros murieron de hambre, enfermedades tropicales y brutalidad en manos de sus captores japoneses.
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La BBC habló con uno de los sobrevivientes, Cyril Doy, un exprisionero de guerra británico, quien nos contó su experiencia.
"Fue un lugar terrible. Dejamos la civilización y entramos a otro mundo", dice Cyril Doy, que tenía sólo 21 años cuando fue capturado por los japoneses y llevado a la jungla.
Le quitaron su uniforme y todas sus pertenencias y le dieron un taparrabos para que se cubriera.
"Todas esas pequeñas cosas que damos por hecho hoy en día, como el cepillo de dientes, una toalla para secarte, un plato para comer… nunca existieron. Nos lo quitaron todo", cuenta.
A principios de 1942, el bastión británico de Singapur fue tomado por los japoneses que estaban combatiendo del lado de Hitler en el este de Asia.
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Cyril fue uno de unos 60.000 prisioneros aliados. Fue retenido a kilómetros de distancia de alguna parte en un campamento en la jungla de Tailandia para trabajos forzados.
"Era un campamento controlado por los japoneses con guardias coreanos. No tenía alambre de púas ni jaulas ni nada de eso que lo rodeara, pero no había forma de que pudieras escapar de allí porque podías caminar cientos de kilómetros sin llegar a ninguna parte".
"En el tiempo que yo estuve allí, tres intentaron escapar, fueron capturados y se les forzó a excavar sus propias tumbas y fueron abandonados allí".
A través de Asia
Los japoneses usaron a los prisioneros de guerra para construir un tren de 400 kilómetros para unir a Tailandia con Birmania y transportar alimentos, municiones y tropas a través de Asia.
Era una tarea gigantesca que involucraría abrirse paso en la jungla, las montañas y la roca pura.
"Los japoneses de alguna forma aprendieron a usar la palabra ’rápido’ en inglés, y nos gritaban: ’¡rápido! ¡rápido!’ todo el tiempo", relata Cyril.
"Así que teníamos que apurarnos y trabajar con muchos kilotones para excavar la tierra, y luego, por supuesto durante los monzones teníamos que trabajar sobre el barro, el fango y todo lo demás".
Cyril pasó gran parte de su tiempo a la orilla del río talando árboles para ayudar a construir el puente sobre el Río Kwai, una experiencia que después se hizo famosa en una película.
"Los que estábamos en lo alto teníamos que cortar los árboles sobre la ribera y toda esa tierra caía sobre los que estaban abajo".
"Les gritábamos ’¡serpientes!’, y ellos tenían que estar alerta a las serpientes que caían con toda esa tierra desde lo alto".
Era un trabajo duro e implacable.
En el abarrotado campamento, los hombres dormían tocándose la cabeza de uno con los pies de otro sobre cañas de bambú y sin privacidad alguna.
"Los baños eran terribles, eran zanjas en el suelo con barras de bambú atravesadas y por supuesto tenías que agacharte en éstos y se llenaban de gusanos y cieno".
"Por supuesto no había papel de baño así que usábamos hojas de la jungla. Tuvimos que acostumbrarnos a muchas cosas lo mejor que podíamos", recuerda Cyril.
Pero incluso los que lograron fortalecerse mentalmente con la situación eventualmente descubrieron que sus cuerpos sufrían.
Alimentados con sólo una taza de arroz al día, los hombres comenzaron a sufrir las consecuencias de la falta de vitaminas.
"Lo más común era sufrir beriberi, con la cual se te inflamaban las piernas casi como las de un elefante, se te llenaban de agua por la falta de vitaminas".
"El beriberi también afectaba el corazón y los ojos. Yo sufrí todo esto, era algo usual entonces".
Atención médica
Los japoneses no ofrecían ninguna atención médica, eran los médicos que estaban entre los prisioneros de guerra los que se encargaban de ello.
Cuando una cicatriz en la pierna de Cyril se infectó peligrosamente, su única esperanza fue un médico australiano.
Cyril le describió a la BBC la cirugía rudimentaria que le salvó la vida.
"Me apareció un pequeño orificio en la pierna y estaba lleno de pus. Este médico australiano me dijo que teníamos que hacer algo al respecto y me llevaron cargando a una choza, me colocaron sobre una mesa y sin anestesia me cortó la pierna y me extrajo un tendón grisáceo".
"Eso por supuesto me salvó la vida. Pero el hombre que estaba a mi lado, estaba cubierto de larvas, delirando y le salían moscas de la boca. Tenía gangrena y lo vi morir".
El tren de Tailandia a Birmania fue completado en sólo 14 meses.
Se calcula que construyendo el tren murieron unos 16.000 soldados aliados, incluidos británicos, australianos, holandeses y un estadounidense, y también más de 100.000 asiáticos que habían sido esclavizados.
Por eso se dice que uno de cada cuatro vagones de este ferrocarril representa la muerte de un hombre.
Le preguntamos a Cyril Doy qué siente hoy en día sobre sus captores.
"¿Quieres apagar el micrófono?", dice bromeando. "No, honestamente, en ese momento simplemente haces lo que te dicen y no tienes ningún sentimiento al respecto".
"Pero si hubiera tenido un rifle seguramente les habría disparado a todos. Tenía energía suficiente para odiar a los japoneses, y sobre todo a los guardias coreanos", afirma.
Cyril Doy pasó cuatro años como prisionero de guerra. Los japoneses fueron los últimos que se rindieron a los aliados al final de la Segunda Guerra Mundial después de que se lanzaron bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
"Nunca te rindes porque quieres sobrevivir de cualquier forma", expresa Cyril. "Y además, siempre tuve presente en la mente que algún día sería libre".
Cyril vive hoy en el este de Inglaterra con su esposa. Tiene dos hijos, cuatro nietos y nueve bisnietos. Y todos los martes se reúne con sus amigos para jugar bolos.
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