La plaza fue tomada por miles de personas que bailan, cantan, aplauden y agitan banderas.
Es el Zócalo, el corazón político del país, durante la noche del 1 de julio después que el Instituto Nacional Electoral confirmara la noticia que esperaban:
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Es el tercer intento del candidato identificado con la izquierda, y muchos de esos miles que ahora festejan estuvieron a su lado.
La plaza se enciende cuando AMLO, como se le conoce en el país, repite sus promesas centrales de campaña que ahora, dice, serán eje en su gobierno:
"No mentir, no robar, no traicionar al pueblo", promete. Una noche de alegría que muchos esperaron vivir por mucho tiempo. Algunos por varias décadas.
Porque no siempre fueron tiempos felices. Hace 30 años, el entonces candidato considerado de izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas, encabezó inéditas jornadas de protesta contra un presunto fraude electoral.
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El político es hijo del expresidente Lázaro Cárdenas, uno de los mandatarios más queridos de México.
Ese año participó en la contienda presidencial apoyado por una coalición de partidos de izquierda, pero perdió tras un controvertido proceso.
La noche de la elección, por ejemplo, el sistema oficial para recibir el conteo de votos se apagó.
Cuando fue reactivado, la ventaja que tenía el opositor había desaparecido. Cárdenas inició desde el Zócalo un recorrido por todo el país para denunciar el presunto fraude.
Calmar ánimos
Meses después, en septiembre de 1988, la multitud reunida en la plaza le exigió al candidato tomar el Palacio Nacional, a unos metros del mitin.
El Ingeniero, como se le conocía (es su profesión), tardó un rato en calmar los ánimos.
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Al igual que las veces que en sus recorridos por el occidente del país, donde en esos años era mi lugar de trabajo como periodista, me tocó atestiguar.
Cárdenas retrasaba sus eventos para hablar con las columnas de campesinos –a veces con escopetas de caza- que llegaban para unirse al movimiento.
"Usted es el hijo de El Tata", decían. "Y lo que diga el hijo de mi General es una orden".
En algunos pueblos indígenas, al padre de la familia se le llama Tata. El mismo nombre utilizaban para nombrar al expresidente Cárdenas.
Fue el preámbulo de las protestas en la principal plaza política del país.
A quienes entonces le reclamaron una salida violenta a la crisis electoral, Cárdenas anunció allí la creación del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
La plaza se convirtió en el centro de protestas diarias contra el ganador del controvertido proceso, Carlos Salinas de Gortari.
Desde entonces, la plaza se convirtió en bastión de los movimientos de izquierda.
En cada elección presidencial, Cárdenas y después López Obrador colmaron este espacio donde caben miles de personas.
En Ciudad de México, los periodistas aprendimos que era sólo una primera fotografía de la historia.
La otra, al final de la campaña, eran multitudes reunidas para protestar.
Hasta la noche de este 1 de julio de 2018, cuando López Obrador festejó la victoria con miles de seguidores. "No les voy a fallar", prometió.
Su imagen apareció en las pantallas gigantes de televisión usadas para transmitir el Mundial de Rusia 2018.
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Todos aplauden, eufóricos. Un festejo pendiente porque el Zócalo, el corazón político del país, tardó 30 años en recibir a un victorioso presidente de izquierda.
La nueva etapa
La noche del triunfo es muy distinta a la de hace 12 años. El Zócalo recibió a una multitud como ésta, pero en lugar de canciones había gritos de enojo.
Ese julio de 2006 fue la primera vez que López Obrador quiso ser presidente. Tras una controvertida campaña, perdió la contienda por una diferencia del 0,56%
No había sonrisas ni abrazos. En su lugar, se asentó una espesa y extendida sensación de tristeza, coraje, frustración, impotencia.
En una asamblea particularmente concurrida se decidió resistir a lo que llamaron intento de fraude, y en pocas horas se instaló un enorme campamento desde el Zócalo hasta la mitad de Paseo de la Reforma.
Es una de las avenidas más emblemáticas de la capital mexicana. Durante meses, en sus banquetas y jardines permanecieron cientos de casas de campaña.
En casi todos los medios hubo una intensa campaña de críticas. Según varias encuestas, el Plantón de Reforma -como se llamó a la protesta- tuvo entonces un alto costo en la imagen del candidato.
Fidelidad
Atrincherados, los seguidores de López Obrador soportaron mañanas de calor con tardes y noches de lluvias.
Con jornadas como ésas parecía fácil perder la paciencia. Pero no fue así. Se notó especialmente entre los ancianos que acamparon, quizá los más fieles seguidores de AMLO.
En aquellos meses, en el Zócalo había asambleas casi a diario. Los adultos mayores, como las autoridades llaman a los ancianos, fueron siempre los primeros en llegar.
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Y también los más dispuestos a hablar con los periodistas. En las respuestas de algunos entendí que ese movimiento no había nacido en aquel 2006.
La resistencia, contaron, no era sólo contra el intento de fraude que denunciaban en aquel momento, sino por defender al político –decían– que los había tomado en cuenta.
Cuando fue jefe de Gobierno de Ciudad de México (2000-2005), López Obrador implementó un sistema universal de pensiones a los adultos mayores.
El programa fue severamente criticado, pero después varios gobiernos –incluso el federal– lo aplicaron.
Para los ancianos en el campamento, AMLO era uno de los pocos que se había preocupado por ellos. Y amor con amor se paga, repetían entonces.
Lo recuerdo en 2018, durante las primeras horas del día siguiente al triunfo presidencial de López Obrador.
En Paseo de la Reforma caminan cientos de personas que regresan de la plaza central mientras cantan y agitan banderas.
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Decenas de automóviles se detienen mientras suenan las bocinas. El escándalo se prolonga por horas.
Son las mismas calles que conocieron de frustración y enojo. Hoy celebran la alegría de la victoria.
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