Es casi impronunciable, pero hay una palabra para definir una costumbre que consiste en quedarse en casa, tomando y en ropa interior: kalsarikänni.
Puede que no sea algo habitual en muchos países, pero sí en Finlandia donde es incluso una celebrada costumbre nacional y no se ve como un hábito depresivo o problemático.
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De hecho, se menciona también con orgullo en una página web (This is Finland) sobre costumbres finlandesas del ministerio de Asuntos Exteriores del propio país.
Se ha creado hasta un emoji específico para reflejar esta costumbre.
¿Por qué tomar en casa?
Este hábito (o arte, como lo llaman algunos) se entiende en un país donde los fríos y nevosos inviernos pueden durar hasta seis meses: de noviembre a mayo. ¿A quién le puede apetecer salir a la calle con temperaturas bajo cero? Tampoco ponerse ropa encima cuando la climatología te obliga a vestir miles de capas cada día.
Este es el argumento que defiende la escritora finlandesa Miska Rantanen en su libro El arte finlandés de beber en casa. Solo. Y en ropa interior.
Pero en la sociedad finlandesa, explican desde el gobierno, beber en casa es una solución a los "problemas de comportamiento público" frecuentemente ligados al consumo excesivo de alcohol. Reconocen que tienen reputación de bebedores.
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Según datos de 2015 del Banco Mundial, el consumo medio de alcohol puro por habitante es de 11,9 litros al año, en la línea de otros países nórdicos pero muy por encima de los 6,8 de México, por ejemplo.
Restricciones al alcohol
Por eso hasta hace poco en Finlandia existía una legislación muy restrictiva sobre la venta de alcohol. Una simple cerveza o una sidra (que tienen una graduación baja), no podía comprarse en un supermercado. Los impuestos al alcohol son también muy altos.
Tampoco todos los restaurantes gozan de licencia para servir bebidas alcohólicas porque son difíciles de conseguir.
Para vino y otro tipo de bebidas alcohólicas de mayor graduación la única manera (legal) de hacerse con una botella fuera de un restaurante es acudir a Alko, una cadena de tiendas gestionada por el estado que controla la importación mayorista y venta de bebidas alcohólicas en el país.
En diciembre del pasado año, el parlamento finlandés suavizó un poco estas leyes que llevaban en vigor desde 1960 y ahora puede comprarse cerveza y sidra en otros establecimientos, aunque con horarios limitados.
Pero para sortear las restricciones muchos restaurantes hacen compras al por menor en el extranjero.
También lo hacen los ciudadanos de a pie. Si uno toma un ferry desde Tallin, la capital de Estonia, hasta Helsinki, la capital finlandesa, puede ver a muchos pasajeros cargados con bebidas alcohólicas que traen desde el país vecino en un cómodo viaje de dos horas.
Teniendo en cuenta todas estas restricciones e impuestos a las bebidas graduadas, además de unas condiciones meteorológicas duras, quizás no sea tan extraño entender por qué muchos finlandeses prefieren simplemente recluirse en el calor del hogar y en la comodidad de su sofá (y de su ropa interior) para tomarse unas copas.
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