El llamado corazón tecnológico de Estados Unidos parece que no late como muchos quisieran.
Desconfianza por la venta de datos personales, escándalos por acoso sexual, acusaciones de propagación de noticias falsas… los titulares que protagoniza últimamente Silicon Valley están más relacionados con polémicas que con nuevos e importantes hallazgos.
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Si tras la crisis financiera de 2008 los bancos se convirtieron en los malvados de la película en el imaginario colectivo estadounidense, ese desprestigio parece haberse trasladado a las empresas tecnológicas.
¿Por qué?
Bastión de resistencia frente a Trump
Tras la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos en noviembre de 2016, se esperaba que Silicon Valley se convirtiera en uno de los bastiones de resistencia frente al nuevo mandatario.
En parte, así fue.
Empleados de grandes empresas tecnológicas lideraron una campaña para oponerse al veto migratorio anunciado por Trump el año pasado.
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Trabajadores de Facebook, Google, Intel, Cisco y Stripe se manifestaron contra la empresa Palantir por el desarrollo de tecnología de vigilancia creada para que la usaran agentes migratorios federales.
Y recientemente, más de 3.000 empleados de Google firmaron una carta oponiéndose a la participación de la empresa en un programa del Pentágono para utilizar inteligencia artificial para mejorar la precisión de los ataques con drones.
Justo esta semana, Google anunció que no renovará su compromiso con este proyecto.
Sin embargo, las noticias negativas surgidas en torno a algunos de los gigantes tecnológicos erosionaron la admiración y han hecho crecer el recelo hacia Silicon Valley.
"Ahora se percibe a estos gigantes como un recolector poderoso y potencialmente siniestro de datos personales, un socio propagandístico de censores gubernamentales, o como alguien que permite la publicidad discriminatoria", escribe Erin Griffith en una columna en el portal The Wired.
Este rechazo contra las empresas tecnológicas es difícil de ver desde dentro de la burbuja de Silicon Valley, añade Griffith, especialmente con los buenos datos económicos que acompañan a firmas como Apple, Google o Facebook.
Gradual caída en desgracia
A finales de los 2000, golpeado como estaba por la crisis financiera, el mundo estaba ansioso por oír historias positivas sobre tecnología.
El rápido éxito de redes sociales como Twitter o Facebook era emocionante, suponía un punto de optimismo en un ambiente gris y pesimista.
Sus fundadores eran genios con apariencia de ratones de biblioteca y se les miraba con mucho mejor ojo que a los avariciosos banqueros de Wall Street que hundieron la economía.
Facebook convertía al mundo en un lugar más abierto y mejor conectado. Twitter, por su parte, ayudaba a las revoluciones de Medio Oriente.
Es cierto que esos chicos jóvenes con aspecto de estudiosos se hicieron multimillonarios, pero sus empresas se percibían como nobles.
El mundo empresarial celebró la novedad y la libertad que caracterizaban estas compañías e intentó adoptar la filosofía cultural de las startups, en cuanto a diseños de las oficinas, compensaciones a los empleados y la ética de la innovación.
Parecía imposible, por ejemplo, que una empresa como Uber pudiera enfrentarse a críticas morales.
Pero todo eso fue antes de 2017, cuando los periodistas revelaron que Uber permitió una serie de prácticas de negocio potencialmente ilegales, además de no haber actuado a tiempo ante numerosas denuncias de acoso sexual contra sus directivos.
La crisis de Uber fue el detonante de una sucesión constante de revelaciones negativas sobre el mundo de las startups.
Las más recientes, las protagonizadas por Mark Zuckerberg, que ha tenido que dar explicaciones ante una comisión del Senado de Estados Unidos y ante el Parlamento Europeo por el traspaso de datos de usuarios de Facebook a Cambridge Analytica.
Leslie Berlin, historiadora de la Universidad de Stanford especializada en Silicon Valley, apunta en conversación con BBC Mundo que, hace unos años, las empresas tecnológicas no afectaban la vida diaria de la gente de una forma tan patente.
"Ahora, con los teléfonos inteligentes, la gente empieza a preguntarse quién está detrás de la tecnología, qué saben las empresas de ellos. El público empieza a hacer preguntas importantes", indica Berlin.
"La gente quiere transparencia".
El papel de los empleados
"Durante muchos años, Silicon Valley era el que tenía las de perder en el capitalismo, el que intentaba hacer las cosas de forma diferente frente a las grandes compañías", le dice a BBC Mundo Kevin Roose, escritor de tecnología en el diario The New York Times.
El periodista explica que el público se está haciendo más receloso al darse cuenta de la gran cantidad de poder que las tecnológicas han atesorado rápidamente.
Roose subraya que la industria tecnológica sigue creando cosas útiles y da trabajo a mucha gente decente y ética.
"Los empleados son el mejor activo que tienen los directivos", señala, "y si se organizan y alzan la voz, las cosas pueden cambiar".
En este sentido, el periodista explica que, a diferencia de otros sectores en los que los empleados de menor rango no tienen mucho que decir, las empresas tecnológicas viven y mueren por su capacidad de atraer y retener al talento.
Grupos que pretenden un cambio desde dentro
No solo Roose piensa que Silicon Valley está a tiempo de recuperar el prestigio del pasado.
En los últimos dos años han surgido grupos o asociaciones que abogan por una industria tecnológica diferente.
Hablamos de Tech Solidarity, Tech in Action o la Coalición de Trabajadores Tecnológicos, un grupo de cientos de empleados preocupados que tiene sedes en San Francisco, Seattle y San José.
Además, el Centro para una Tecnología Humana, formado por extrabajadores de la industria, ha empezado a exigir un desarrollo ético de productos.
Está por ver si esta creciente sensibilización de los empleados y las críticas que llegan desde fuera son suficientes para que los líderes de las empresas más poderosas en Silicon Valley salgan de su burbuja y decidan un cambio de rumbo.
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