La portada ya lo dice todo: sobre un brillante fondo amarillo, se ve a La Muerte corriendo sobre una cinta de esas que hay en los gimnasios.
Una imagen que resume muy bien la idea central del nuevo libro de Barbara Ehrenreich, una conocida escritora y activista social estadounidense, bióloga de formación: que nos estamos matando en nuestro furioso intento por vivir cada vez más y más.
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Pero por si el dibujo no fuera suficiente, el título no deja lugar a dudas: "Causas naturales. Una epidemia de bienestar, la certeza de morir y el matarnos a nosotros mismos para vivir más tiempo".
Así reza el encabezamiento del nuevo y polémico libro de Ehrenreich, y que hace el número 23 de los que ha escrito en sus 76 años de vida.
Su anterior y controvertido ensayo, "Sonríe o muere", era una denuncia en toda regla contra el pensamiento positivo, esa corriente que nos obliga a aceptar con una sonrisa bobalicona y espíritu de superación las desgracias más terribles.
Barbara Ehrenreich se vio obligada a escribirlo después de que le diagnosticaran un cáncer de mama con 59 años y le repitieran sin cesar que no podía enfadarse, que debía de ser positiva, que sólo si era optimista lograría vencer a la enfermedad e incluso que debía considerar el tumor como "un regalo".
Ahora Ehrenreich ha decidido examinar con su ojo crítico la tendencia social, cada vez más arraigada, a pensar que si nos cuidamos, si vigilamos nuestra alimentación, si hacemos deporte y llevamos un estilo de vida saludable, podemos dar esquinazo a la muerte y retrasar su llegada.
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Nuestra obsesión por prolongar la vida ha llegado a tal punto que, según denuncia Ehrenreich, quien muere a una edad temprana es observado con sospecha, como si fuera culpable de su defunción por no cuidarse como debiera. Ella por su parte, ha decidido dejar de realizarse chequeos y pruebas médicas rutinarias.
A continuación la entrevista que Barbara Ehrenreich le ofreció a BBC Mundo:
¿Estamos biológicamente diseñados para enfermar y, en última instancia, morir? Se lo pregunto porque a diario nos bombardean con la idea de que cada vez es posible vivir más y más años.
Bueno, digamos que hay partes de nuestro cuerpo que no están de acuerdo con eso de que vayamos a vivir cada vez más y más. Tendemos a ver nuestros cuerpos como sistemas armoniosos en los que todo funciona conjuntamente y en buena sintonía, pero eso no es exactamente así.
Nuestro sistema inmunológico en particular ataca con frecuencia otras partes de nuestro cuerpo.
¿Pero el sistema inmunológico no es justo el que nos protege contra las enfermedades, el que defiende nuestra salud?
Siempre nos han dicho que debemos fortalecer nuestro sistema inmunológico para evitar caer enfermos. Pero varios estudios recientes muestran que nuestro sistema inmunológico se puede volver contra nosotros en el caso de determinadas enfermedades, como por ejemplo el cáncer.
¿Cómo es posible?
Los macrófagos son un tipo de glóbulos blancos. Tradicionalmente se pensaba que cuando encontraban una amenaza a nuestra salud la rodeaban, la absorbían y acaban de ese modo con ella. Pero ahora hay pruebas de que los macrófagos no siempre matan a las células cancerígenas.
En ocasiones al absorber esas células cancerígenas lo que hacen los macrófagos es protegerlas mientras circulan por nuestro organismo en busca del lugar idóneo en el que reproducirse, provocar una metástasis y matarnos.
Sin embargo cada vez se extiende más la creencia de que si uno enferma es porque no se cuida, porque no vigila su alimentación, porque no hace deporte, porque no se somete a controles médicos… Usted llega incluso a decir que la muerte empieza a entenderse como un suicidio, que está cobrando fuerza la idea de que si alguien fallece antes de cumplir 70 años es porque quiere.
Así es. Tal y como digo en mi libro, cuando alguien muere con frecuencia se le somete a una autopsia moral. Lo hemos visto por ejemplo con la muerte de David Bowie, fallecido en 2016 a los 69 años. Mucha gente se preguntaba, ¿pero qué tipo de cáncer tenía exactamente? ¿Murió acaso de un cáncer de pulmón?
Bueno, si fue de un cáncer de pulmón sería porque fumaba. Se trataba de encontrar algo para culpar al difunto de su muerte. Y eso que David Bowie murió con 69 años, que tampoco es que sea una edad muy temprana. Si hubiera muerto con más edad, por ejemplo a los 87 años, no creo que nadie le habría dado muchas vueltas.
¿Y cómo hemos llegado a este punto? ¿Cómo hemos llegado a pensar que alguien que muere con casi 70 años es porque quiere, porque no se ha cuidado como debía?
Creo que todo empezó en la década de los 70 y que hay una explicación histórica. Christopher Lasch, un famoso historiador, ha subrayado como muchas personas que en los años 60 eran activistas políticos a mediados de los años 70 comenzaron a obsesionarse con sus cuerpos, con hacer ejercicio, con ponerse a dieta.
Un ejemplo muy claro de eso es el de Jane Fondo o el de Jerry Rubin, un líder social en Estados Unidos en los años 60 que posteriormente se convirtió en hombre de negocios y que cambió su interés por la política por el del culto al cuerpo, aunque lamentablemente murió a los 56 años en un accidente.
En los años 70 en Estados Unidos había problemas económicos, de seguridad… Lo único que quizás uno podía controlar era su propio cuerpo. Y hoy ocurre lo mismo. Uno se dice: "Seguramente no puedo hacer nada contra Donald Trump, pero lo que sí puedo hacer es trabajar sobre mi cuerpo".
¿Quiere decir que este modo de pensar sobre el cuerpo y la salud que se está imponiendo tiene más que ver con la política que con la montaña de dinero que mueve el negocio y la industria del bienestar?
No, está claro que no se trata sólo de ideología, también es un enorme negocio lo que hay detrás del cuerpo y de nuestra obsesión de vivir cada vez más y más.
¿La gente con menos recursos económicos es aún más demonizada?
Sí, a las personas con menos recursos económicos se les señala y se les culpabiliza aún más por tener mala salud o por morir a edad temprana. En mi país, en Estados Unidos, es difícil encontrar gente que sienta simpatía hacia los pobres.
Lo sé muy bien porque durante años viaje por todo EEUU y realicé trabajos mal pagados para entender cómo vivía la gente con sueldos más bajos [una experiencia que plasmó en el libro "Nikel and Dimed"]. ¿Fumaba? ¿Bebía? Son preguntas recurrentes que la gente se hace cuando alguien con pocos ingresos muere.
En su anterior libro usted arremetía contra el pensamiento positivo. ¿Cree que el pensamiento positivo está relacionado también con la obsesión con el cuerpo y la salud?
Sí. Todo forma parte de la misma idea: la idea de que podemos tener el control, control sobre nuestros cuerpos y control sobre nuestras mentes.
Cuando yo tuve cáncer de pecho estaba furiosa con todos aquellos que me decían que debía de ser positiva, que ser positiva me haría sentir mejor, me ayudaría a ponerme bien.
Yo salí del cáncer, sí, pero estando todo el tiempo muy enfadada. La realidad es que el hecho de ser positivo, de pensar que uno se va a curar, no tiene el más mínimo efecto a la hora de conseguir que un tumor o un cáncer desaparezca.
Pero hay quienes afirman que el yoga o la meditación sí pueden tener un impacto en la salud…
Que me enseñen los estudios, las pruebas. Sé que lo dice mucha gente, pero me gustaría ver las evidencias.
Cuando tenía cáncer de pecho incluso le llegaron a decir que debía considerar el hecho de tener cáncer como un regalo…
Sí, es la cosa más asquerosa que he oído y uno de los ejemplos más extremos del pensamiento positivo. ¿Se lo imagina? Considerar el cáncer como un regalo, qué espanto. Desde luego, a mí no me gustaría que ninguno de mis amigos recibiera ese regalo.
¿Estamos tan obsesionados con vivir lo más posible que se nos olvida vivir, disfrutar de la vida?
Es justo eso. Hace unos años empecé a darme cuenta de que mucha gente de mi edad dedicaba cada vez más y más tiempo en prolongar sus vidas, como si la vida consistiera en alargar la existencia lo más posible, privándose de un montón de cosas agradables.
Yo, por ejemplo, tengo que aguantar miradas de censura cuando digo que como pan con mantequilla, porque hacer eso se considera malo para mi salud y que puede acortar lo que me queda de vida. Pero yo he decidido decir basta y comer pan con mantequilla.
¿Por qué nos cuesta tanto aceptar la muerte? ¿A qué edad uno no debería empezar a aceptarla?
No creo que haya una edad particular. Yo personalmente llevo pensando toda la vida en que un día moriré. No es ningún gran misterio: un día estamos aquí y al siguiente ya no. Me parece que lo preocupante es que haya gente que no se plantee que un día morirá.
Pero la realidad es que con frecuencia vemos a personas que se comportan así, como si la muerte fuera un asunto que no tuviera nada que ver con ellos. El otro día, en una tienda, me crucé con una señora que no conocía y me puse a contarle de qué trataba mi nuevo libro, y ella me comentó que efectivamente ese es un asunto del que no se habla.
Todos vamos a morir, lo sabemos. ¿Por qué no podemos hablar de ello, discutirlo juntos?
¿Qué responsabilidad tienen los médicos en todo esto?
Lo que están haciendo es presionarnos. Nos encargan un montón de pruebas y de exámenes médicos para ver si hay algo malo. Yo he dejado de hacerme esas pruebas. Ya no me hago más mamografías. No más colonoscopias, se acabó. En algún momento moriré. Y no necesito en este momento saber de qué moriré.
En Estados Unidos, sólo los ancianos tienen asegurado la cobertura médica a partir de los 65 años. Así que los ancianos somos un mercado muy importante para los profesionales médicos, y por eso nos presionan para hacernos cada vez más y más exámenes y pruebas.
Yo le he dicho a mi médico de atención primaria que iré a verle cuando algo me moleste, pero que él no debe ponerse a buscar problemas ni cosas que no funcionen bien. Ese es nuestro trato. No digo que los demás deban de hacer lo mismo, pero me parece una bobada gastar tu vida haciéndote pruebas.
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