"Nadie es perfecto, pero ¡quién quiere ser Nadie!", bromea Lutz Kliche, con un entrañable y sorprendente acento nicaragüense, desde su escritorio en Baviera, luego de algunas excusas por nuestros accidentados intentos de coincidir para la reunión por videocámara.
Traductor al alemán de autores como Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Ernesto Cardenal, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Fernando del Paso y Rodolfo Walsh, me relata con el mismo buen humor, agudo, sus comienzos con esa literatura a fines de los 70: a través de la política, cooperando en Alemania con exiliados de los regímenes militares latinoamericanos, y trabajando en la editorial alemana que publicaba a Cardenal, Ramírez y Galeano.
PUBLICIDAD
Luego del derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza, Lutz se trasladó a Nicaragua y ayudó a propulsar la industria editorial y a organizar festivales del libro para sortear el bloqueo político de Estados Unidos. Vivió 20 años entre ese país y El Salvador, sus hijos nacieron allí, y según dice, "ya no me siento ni de aquí ni de allá, y me siento cómodo en eso, me gusta, no quiero otra cosa. Y la traducción a lo mejor puede ser un puente, un puente que es importante establecer en la cultura".
De una generación más reciente, Alexandra Ortíz Wellner, docente e investigadora de la Universidad Libre de Berlín, lleva más de 15 años investigando, debatiendo y difundiendo la literatura del istmo.
De madre alemana y padre salvadoreño, era apenas una niña durante los conflictos armados de los 70 y 80, y vivió su infancia entre mudanzas por El Salvador, Nicaragua, Guatemala y Costa Rica.
"Cuando empecé la universidad, no lo pensé mucho. Dije bueno, voy a estudiar este mundo en el que crecí, ¿no?". Después, decidió recuperar su vínculo con su lengua materna, el alemán, y obtuvo una beca para doctorarse en Berlín.
Desde entonces, forma parte de una activa escena literaria en español, dentro y fuera de Europa, es fundadora de la Red Europea de Investigaciones sobre Centroamérica, y ha formado parte de numerosos proyectos académicos y editoriales que son una referencia internacional en el área.
PUBLICIDAD
Ambos trabajan con la literatura centroamericana desde Alemania, ya sea traduciendo, editando, haciendo conferencias y cursos. Sirven como puente cultural. ¿Qué sentido le dan a este trabajo?
Alexandra: Primero hay que enfrentarse a un desconocimiento muy grande. Yo diría que mi compromiso es ocupar la academia para visibilizar y desarmar estereotipos: como el de que no se produce pensamiento en Centroamérica, de que es una literatura "sin valor", que no es la "gran literatura", etc., sentencias hechas desde una comprensión limitada de la literatura y el espacio cultural. He dado clases en Francia, España, India, Chile, e incluso la geografía suele desconocerse: ¿es Centroamérica lo mismo que el Caribe, y dónde está entonces México?
Lo bueno, es que hay una gran curiosidad, los cursos que he dado se llenan, los estudiantes se apasionan y se especializan en el tema. Esto me demuestra qué tan viva está esa producción literaria, a pesar de la precariedad que hay allá, en cuanto a las instituciones, la falta de apoyos estatales, las desigualdades, la corrupción, la violencia cotidiana.
¿Qué les interesa difundir de esta literatura, más allá del tema omnipresente de la violencia, que ha pasado a ser un estereotipo en los medios?
Lutz: Es difícil. En Europa se tiene a Centroamérica estereotipada como uno de los lugares más peligrosos del mundo, y eso pesa en el mercado del libro, eso es lo que se espera, entonces crea una dinámica donde los autores y autoras empiezan a escribir lo que ellos piensan que puede pegar en el mercado, ¿no?
Y también los medios de comunicación crean una expectativa, crean momentos de shock, que nos tienen siempre esperando una sorpresa, y eso no es muy positivo. La novela policial ha tenido presencia ahora, pero también puede haber una novela policial donde no muera nadie. La última novela de Sergio Ramírez, que estoy traduciendo, Ya nadie llora por mí, es una novela negra, pero no hay ningún muerto.
Entonces, no se trata de la cuestión sensacionalista de la violencia, o de una literatura comprometida políticamente, sino de una literatura comprometida con la realidad. Y viéndolo como sociólogo, me parece que lo que caracteriza a Centroamérica es el choque drástico entre lo tradicional y moderno: en Nicaragua andan las carretas de bueyes sobre los caminos bordeados por las antenas de celular, como lo dijo Sergio Ramírez alguna vez; en El Salvador puedes caminar desde la posmodernidad de un rascacielos, y en diez minutos estás en la pre-modernidad, entre volcanes.
Al respecto, Sergio Ramírez tiene Baila de máscaras, una novela sobre esas relaciones rurales muy tradicionales, entre las empleadas de adentro y las empleadas de afuera, y eso es un mundo que persiste.
Pienso también ahora en una novela muy buena que traduje hace dos años, de Arnoldo Gálvez, Puente adentro (F&G, 2015). Él habla de Guatemala en los años 80 y en el presente, y está toda la cuestión política, la represión, y en el presente el narco y la migración, pero con una excelente artesanía del lenguaje y los tiempos. Y eso es lo que me interesa, la realidad, que puede ser contada de muchas maneras.
¿Cómo lo ves tú, Alexandra, fuera del mercado editorial?
Alexandra: Desde los años 70 la mayoría de estas narrativas han estado muy cerca de acontecimientos históricos y traumáticos que rompieron el tejido social, entonces la violencia parece inevitable. En ese contexto, donde yo veo una gran fuerza y potencial en la narrativa es lo que escritores y escritoras hacen con el lenguaje.
Por ejemplo, El abogado y la señora (Sophos 2015), del guatemalteco Dante Liano, una novela que también vuelve a esos años 80 muy oscuros de Guatemala, pero está totalmente atravesada por el humor; trae la figura del pícaro al mundo contemporáneo; e introduce el tema de los desaparecidos por violencia política desde otra perspectiva. Para mí es una de las mejores novelas de los últimos años.
También me parece fascinante el caso de Claudia Hernández en de El Salvador, que ha escrito cuentos brevísimos, en clave fantástica, pero que el año pasado publicó su primera novela, de casi 400 páginas, Roza, Tumba, Quema (Laguna Libros, 2017) de carácter realista. Cuenta la historia de una guerra (que uno podría pensar que es en El Salvador) a partir de la voz de mujeres de distintas generaciones. Es una escritura extraordinaria, que desafía a los lectores, es un libro exigente.
Además, indicaría a Rodrigo Rey Rosa, como un autor que ha sido encasillado en el tema de la violencia, pero cuya obra ofrece mucho más, por ejemplo, sobre nuestras relaciones con la naturaleza, como en Otro zoo (Seix barral 2005), la maestría con que convierte al paisaje en un personaje más, en sus novelas de comienzos de los 90’, como en Cárcel de árboles (Seix Barral 1992), o en algunas de sus no ficciones en el libro La cola del dragón (Contrabando 2014).
El tema de la naturaleza también está en Canto de las guerras preventivas (Farben, 2006), del costarricense Fernando Contreras. Ahí hay una crítica al extractivismo, a la persecución de los activistas, a la huida de comunidades en torno a la lucha por los recursos naturales, problemas que se están discutiendo ahora, (basta pensar en el asesinato de la hondureña Berta Cáceres o los recientes asesinatos de campesinos en Guatemala o en la lucha contra el canal que lleva adelante la nicaragüense doña Francisca).
Otra increíble novela que se podría decir es una novela indígena, escrita en español, es El tiempo principia en Xibalbá, de Luis de Lión, un desaparecido en 1984 durante el conflicto armado en Guatemala. La novela se relata desde adentro de un pueblo indígena, y recrea el gran choque entre modernidad occidental y tradición pre-hispánica, la herencia católica y una cosmovisión indígena, en una relación trágica. Luis de Lión escribió la novela a principios de los 70’ y no se publicó sino hasta el 85. Para mí es una de las más importantes novelas de la segunda mitad del siglo XX en Centroamérica.
¿De qué manera esta literatura enriquece el imaginario del extranjero, cómo lo puede conmover, impactar?
Lutz: Aquí (en Europa) el lector quiere encontrar relatos que le comuniquen algo sobre la realidad centroamericana, y no relatos que puedan pasar en cualquier lugar. Es una expectativa justa, creo. No se trata de exotismo, de mostrar las bananeras, los dictadores, ni el mundo del realismo mágico. Se trata de ir a la realidad real, valga la redundancia.
Por ejemplo, respecto a la situación desgarradora de la migración, lo que interesa allí no es la información y la cifra estadística, sino que darle cara. Y lo que puede hacer precisamente la ficción es eso, darle rostro y nombre a una situación que de lo contrario se queda en el anonimato.
Pero ahora, en comparación con los últimos 20 y 30 años, América Latina ha perdido la atención del público europeo. Es cínico decirlo, pero es porque ya no hay guerras abiertas ahí, ni dictaduras, ni guerrillas de liberación. En cambio, están los refugiados y ahora hay mucha literatura de Medio Oriente y creo que tampoco vamos a empezar a decir si es más importante leer sobre Siria o Irak que sobre Latinoamérica.
Me preocupa porque yo siento que Europa se ha vuelto en los últimos años como autista.
Durante los 80 había movimientos de solidaridad, mucha generosidad, ahora no, ni con Siria ni con Afganistán. Quizás porque es más difícil y no entendemos esas sociedades. Es un cambio, y no sé para dónde va a ir. Por ahora, es una literatura que va quedando relegada a las universidades.
Alexandra: Claro, hay un mercado que compartimenta qué se nos ofrece de ciertas regiones del mundo. Y no sólo está Centroamérica vinculada al tema de la violencia, sino también México ¿verdad? Ahora, también hay mayor interés en Colombia, quizás por el proceso de paz. Y sin duda, este interés necio por la violencia se relaciona con el mercado de las series de televisión, que ha tenido mucho éxito. O tal vez también con la insistente creencia de que en el Sur del mundo todo está perdido.
Fuera de esa industria, en el campo de la enseñanza universitaria, puedo hablar de dos casos. En la Universidad de Delhi, por ejemplo, los estudiantes tuvieron gran afinidad con la literatura centroamericana. Ellos leen en español y se identificaron con las formas en que se representa la ciudad en esos relatos, cómo se construye y destruye la ciudadanía, cómo se narran los tiempos de la guerra y la posguerra. La lectura dio pie a una sensibilidad compartida, una empatía entre culturas muy distintas.
Con mis estudiantes alemanes ha sido muy distinto. Al leer literatura latinoamericana, la mayoría prefiere traducciones. Y se orientan más por los marcos del realismo mágico. También son lectores más vulnerables cuando se trata de literatura más explícitamente violenta. Entonces, nuestro trabajo ahí es ampliar, o relativizar, los esquemas culturales en que se encuentran estas comunidades de lectores.
¿Qué libros recomendarías a un curioso que no sabe de Centroamérica ni de su literatura?
Lutz: Bueno, están obviamente los que hemos mencionado, Rodrigo Rey Rosa, Castellano Moya, Arnoldo Gálvez, Gioconda Belli.
Otro escritor muy interesante es el costarricense Carlos Cortés, que publicó "Larga noche hacia mi madre" (Alfaguara, 2003), muy personal y muy íntima, la historia de un hijo cuyo padre es asesinado antes de que nazca y que cuenta en primera persona sobre su relación con su madre que fue maestra y que muere en el manicomio.
También hay que mencionar el rol de las mujeres, porque, como en todas partes del mundo, para las mujeres es cuesta arriba conquistar el lugar que les corresponde en el mundo literario y estoy viendo cosas muy interesantes, por ejemplo, una escritora costarricense que se llama Catalina Murillo, Tiembla memoria (Uruk editores, 2016), sobre una tica que va a trabajar a Madrid. Ahí están los "sudacas" en España, y lo cuenta con un sentido de humor buenísimo, juguetón, mordaz, autocrítico, sin tomarse demasiado en serio, pero no superficial.
Y del Caribe, no exactamente Centroamérica, la dominicana Rita Hernández es muy buena, con unas escenas descriptivas increíbles, que son una crítica a esa sexualidad exagerada, de las relaciones sexuales en el Caribe. Hay muchísimos que te podría nombrar. En mi experiencia he visto que ahora hay mucha más experimentación y búsqueda, y eso me encanta.
Alexandra: Pensando en algo muy, muy actual, creo habría que leer la novela que mencioné de Claudia Hernández. Ese libro va a tener una gran presencia. Y sugeriría La diabla en el espejo (Linteo, 2000), de Horacio Castellano Moya, una de sus novelas claves, un monólogo con una velocidad impresionante y un tono único, de una mujer de la clase alta salvadoreña y que muestra la forma siniestra en que esta clase opera.
Luego, sobre la migración, los que están tomando el problema son los cronistas, como Oscar Martínez. La mayoría ha trabajado en torno a El Faro, el periódico digital de El Salvador, un caso muy exitoso, junto a otros más recientes: en Guatemala aparecieron Nómada, No-ficción y Plaza Pública, y en El Salvador la revista Factum. Gracias a estos espacios ha empezado a surgir una sensibilidad y un conocimiento de lo que está pasando.
El último libro de Oscar Martínez, Una historia de Violencia.Vivir y morir en Centroamérica (Debate, 2017), es muy preciso para comprender la tragedia de la migración y su funcionamiento, la violencia, el narcotráfico, los grandes focos. No es un periodismo sensacionalista, hay un gran cuidado del lenguaje y un claro proyecto político.
Su primer libro, donde primero se reconoció que la migración estaba marcando a la región, se llama Los migrantes que no importan (Icaria, 2010), que tradujeron al inglés como The Beast, La Bestia, en referencia al tren que cruza México desde la frontera sur con Guatemala hasta la frontera norte con Estados Unidos, que es el medio de transporte elegido por miles de migrantes centroamericanos, a pesar del peligro que conlleva.
En ese mismo tema de la migración he descubierto recientemente al poeta hondureño Deniss Ávila, con el poemario Ropa Americana (Amargord 2017. Es un trabajo fascinante, desolador, acerca de nuestra migración centroamericana y su relación con "el sueño americano" y con Estados Unidos.
¿Ha cambiado la manera en que se refleja la relación con Estados Unidos desde la literatura centroamericana?
Alexandra: Un caso que conozco poco es la literatura de la diáspora a Estados Unidos, la llamada Central American-American Literature. Hay varias generaciones de narradores y poetas, tienen revistas, antologías, pero no sé si podemos hablar de una literatura con impacto en sus países de origen. Es una literatura que está cambiando el perfil de la literatura dentro de los Estados Unidos y eso es un fenómeno muy interesante.
Por otro lado, a principios del siglo XX, hubo una literatura antiimperialista, crítica y combativa en contra de Estados Unidos, desde Centroamérica, apuntando a problemas que hoy describiríamos como formas del "extractivismo": el robo descarado de territorio, la imposición de relaciones económicas de dependencia, etc. A lo largo de todo el siglo XX y hasta hoy, la relación con los Estados Unidos ha sido de corte esquizofrénico.
Me impresiona no ver ese tema más en la literatura actual, aparte de las crónicas que ya mencioné. Por eso me sorprendió que apareciera el poemario Ropa Americana. También la novela más reciente de Castellano Moya, Moronga (Random House, 2018) sobre esta relación, que me parece interesantísima.
Esta entrevista fue elaborada para la versión digital de Centroamérica Cuenta, un festival literario que se celebraría en Managua del 21 al 25 de mayo, pero fue pospuesto indefinidamente a causa de la crisis política y social que se vive en Nicaragua. Durante esta semana, sin embargo, BBC Mundo publicará parte de ese material, que trata de dar una idea de la diversidad y riqueza cultural centro y latinoamericanas.