Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) es, sin ninguna duda, uno de los grandes escritores latinoamericanos contemporáneos y una de las voces más reconocibles de la literatura centroamericana.
Esto último a pesar de que el autor salvadoreño -que se marchó a los 22 años al exilio para regresar a El Salvador poco antes del fin de la guerra civil, a inicios de la década de 1990- no ha vuelto a residir de forma permanente en la región desde 1997.
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Un año antes Castellanos había publicado "El asco", su tercera novela y el octavo libro de una obra que para ese entonces ya le había valido el Premio Nacional de literatura y un puesto de finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos.
Y las amenazas de muerte que generó esta hilarante diatriba contra su propio país lo terminaron de convencer de que había llegado la hora de volver a marcharse de un El Salvador que sin embargo ha seguido presente en su cada vez más celebrada obra literaria.
"Yo creo que (mi partida) era inevitable, porque lo de ’El asco’ en realidad fue como la última gota que derramó un vaso que tenía que ver también con todo el trabajo periodístico que estábamos haciendo en El Salvador", dice hoy Castellanos, quien también fue uno de los fundadores del ya desaparecido periódico salvadoreño "Primera Plana".
"Nosotros tratamos de ser el primer periódico de posguerra, lo hicimos, pero fuimos asfixiados por los dos bandos y fracasamos. Aunque en medio de todo eso hicimos señalamientos, investigaciones", le dijo a BBC Mundo el escritor, quien en la actualidad de desempeña como profesor asociado de la Universidad de Iowa.
La pérdida del periodismo fue, en cualquier caso, ganancia para la literatura, como destacó en su momento el mismo Roberto Bolaño, quien no dudó en incluir al salvadoreño en la lista de sus autores preferidos.
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Y eso que a la muerte de Bolaño, en 2003, Castellanos Moya todavía no había publicado "Insensatez", "Tirana memoria", "La sirvienta y el luchador" o El sueño del retorno", que lo han terminado de confirmar como uno de los grandes referentes de la nueva literatura latinoamericana.
Sobre esta obra, y la región y el país que las alimenta, BBC Mundo conversó con el Castellanos Moya, quien era uno de los invitados a la sexta edición del festival Centroamérica Cuenta y actualmente se encuentra de regreso en la región para presentar su última novela: "Moronga".
Me preguntaba si presentarte como escritor salvadoreño o más bien definirte como centroamericano, puesto que naciste en Tegucigalpa y también viviste en Guatemala, entre muchos otros países. ¿De dónde son los escritores: del país en el que nacen, del que dice su pasaporte o del lugar sobre el que escriben?
Bueno, mi pasaporte es salvadoreño y yo soy salvadoreño desde mi nacimiento, porque mi padre era de El Salvador. Aunque también podría ser hondureño, porque nací en Honduras. Pero digamos que eso, lo de los pasaportes, es secundario: yo creo que un escritor fundamentalmente es del lugar en el que se forma y donde adquiere las experiencias de vida más importantes para su creación.
Eso, para mí, es lo que importa más. Y, en ese caso, la época de la que yo sigo escribiendo es una época relacionada con El Salvador, que viene de mis experiencias, de mis fantasmas con El Salvador y con la guerra civil salvadoreña.
Pero también has escrito sobre Guatemala ("Insensatez, 2004) y cuando te dieron el Premio Iberoamericano de Narrativa en 2014 te describieron como el gran escritor de la guerra centroamericana…
Lo cual es un poco abultado ¿no? porque yo no tengo "la novela" de la guerra. No creo que se haya escrito la novela de la guerra en Centroamérica. Ni siquiera sé si es esta generación la que la va a escribir. A veces la literatura y la Historia tienen unos ritmos tan distintos: se necesitaron mas de 50 años para que Tolstoi escribiera de la invasión napoleónica y yo todavía no conozco la novela de la guerra. Es decir, en mis novelas hay mucho de la guerra, pero esas definiciones son siempre un poco traídas de los pelos.
Ahora, así como en cierta manera ese conflicto te formó a vos, ¿crees que ese también formó a la Centroamérica que tenemos hoy?
Yo creo que Centroamérica está formada no sólo por esos conflictos, aunque estos abonaron el terreno que tenemos hoy. Pero cada país centroamericano tiene una historia que por lo general se tiende a olvidar y siempre se magnifica el último evento: los años 80, las guerras, lo que sea.
Y yo creo que una obligación intelectual es tratar de leer la Historia de una manera mucho mas amplia.
En el caso de El Salvador, estamos hablando de un país que siempre ha tenido una violencia altísima, un estado que durante 60 años controló a la población a través de un régimen de partido militar único; en el caso de Nicaragua tenés toda la dictadura de Somoza.
Por lo general nos quedamos con la caída de la dictadura y lo que fue la Revolución (Sandinista), pero probablemente los años de la dictadura fueron más determinantes para entender lo que está pasando ahora en Nicaragua que la Revolución.
Entonces, de esos lodos se hacen estos polvos, o al revés. Y en el caso de los países centroamericanos encontramos una serie de taras, de deformaciones, de aberraciones históricas, que se reproduce, mutan, se transmutan, en fin, que parecemos estar en un laberinto sin salida.
Se comparte además otra constante que es la violencia, que también es otra de las etiquetas que han usado para tratar de describir tu obra: el gran escritor de la violencia…
Sí, esa es una simplificación que… Bueno, los críticos o los académicos que apelan a eso buscan cosas como más sencillas que permitan guiarse en el universo de una obra.
Y por supuesto la violencia es una factor de identidad muy fuerte en El Salvador.
El Salvador en 1912 tenía tantos asesinatos como en el 2006. Es decir, pasan 100 años y lo que es la tasa de asesinados anuales por cada 100 mil habitantes ha sido casi la misma siempre (con excepción de la guerra, cuando no se pudo contar porque hubo un poquito más). Es, sin duda, una sociedad violenta.
Pero, al mismo tiempo, la literatura nace de la violencia: la primeras obras de la historia literaria occidental son La Ilíada y La Odisea y todo el teatro griego nace de la violencia. Entonces decir literatura de la violencia es una tautología.
Es una tontería, de alguna forma, porque la literatura es el hombre y el hombre en grandes momentos de su desarrollo lo que hace es ejercer la violencia, ya sea en forma privada o en forma social.
Entonces es una forma como me clasifican, pero es como si no hubiera violencia en los demás países de Latinoamérica, que se están cayendo a pedazos también.
¿Y no será porque la violencia es lo que mejor define a la región?
Indudablemente es uno de los componentes que mejor definen a El Salvador, a Guatemala y a Honduras en estos momentos: la violencia expresada en inseguridad publica, la violencia expresada en descomposición del tejido social profundo, en la destrucción de las familias, de las redes que permitían la sobrevivencia; la violencia como un ejercicio de expulsión de la población hacia Estados Unidos a niveles masivos, porque no se les puede ofrecer nada.
Tenemos Estados incapaces: no fallidos sino tullidos, diría yo. Son Estados tullidos que no le pueden ofrecer nada a su población, como no sea que salgan corriendo hacia EE.UU. Y todas esas son distintas formas de violencia.
¿Es eso lo que explica por qué otra de las constantes de tu obra -desde "El asco", publicado hace 21 años, a más recientemente "El sueño del retorno" (2013)- parece ser la idea del regreso? Esa ruptura, y sobre todo ese querer volver, ¿qué tanto define a Centroamérica y los centroamericanos?
Yo creo que nos define cada vez menos. Las primeras olas migratorias tuvieron el sueño del retorno, las olas del siglo pasado. Pero yo creo que en este siglo XXI lo tienen cada vez menos: por el nivel de deterioro de la vida cotidiana, en especial en El Salvador, en Honduras, en Guatemala; por esta pérdida de control por parte del Estado y el control que tiene las pandillas; por esta violencia insensata y totalmente anárquica (porque no la rige ninguna idea política ni ninguna idea de carácter ideológico, sino que es una violencia que la rige -como en el gran capitalismo- cierta rentabilidad: es estar ahí, quitándole el dinerito a la gente tan pobre como uno).
Entonces, para la gente es una realidad insoportable y el sueño del retorno cada vez se hunde más, cada vez es más lejano. Tan es así que la gran amenaza para la gente es ser regresada al país, es ser deportada a su país: esa es la pesadilla. Ya no es el sueño del retorno, sino la pesadilla del retorno.
¿Es por eso que en tu última novela ("Moronga", 2018) está situada en Estados Unidos y los personajes parece mucho más instalados?
Instalados, pero igualmente vulnerables. El primero de los dos personajes, el exguerrillero que consigue una nueva identidad y se va a vivir a EE.UU, es un tipo totalmente derrotado, fracturado emocional y psíquicamente por los recuerdos de la guerra y ciertas iniquidades que cometió y porque tampoco calza en la sociedad estadounidense, porque tiene que vivir bastante guardado para no ser notado.
De hecho, él tiene el TPS, el estatus de protección temporal, lo que significa que la novela agarró cierta contemporaneidad ahora que lo suspendieron (aunque cuando yo lo escribí eso todavía no estaba en la mesa del debate). Pero él vive con eso y ahora ni siquiera en una nueva novela podrá tener legalidad.
Y el otro, que es el profesor Aragón -que es el mismo personaje de "El sueño del retorno", solo que 20 años después- es un profesor invitado, también vulnerable, que al final de la novela lo pierde todo, no sabemos que le pasa, seguramente lo van a expulsar. Es decir que hay cierta vulnerabilidad en los dos personajes.
¿En qué medida esos trayectos, esa relación con el retorno de tus personajes, representan tu propia evolución en ese respecto?
Yo trato de separar a los personajes lo más posible de lo que es lo mío. Hay personajes como este Zeledón, el primero de "Moronga", que es un personaje que realmente no tiene nada que ver conmigo.
Y a Aragón le presto ciertas características de oficio, de apariencia física y de historia personal, pero lo meto en otra mentalidad, porque si no sería escribir un texto confesional de "non fiction", lo que me aburre profundamente y no podría nunca escribir.
Así que su psiquis es distinta a la mía. Tenemos una historia personal parecida, pero su forma de abordar esa historia personal es una forma que yo no tengo.
Pero en cualquier caso el hecho es que mi relación con el retorno no es coincidente con la de los personajes, porque en su momento yo retorné. Y tengo una idea como más tranquila de lo que es mi vida, estoy como un poco más resignado a lo que me ha deparado el destino, digamos, como ser humano, mientras que mis personajes no están resignados.
Mis personajes todavía están peleando con eso, están peleando con lo que les ha tocado, tratan de buscar otras cosas, todavía están en la búsqueda de ya sea retornar, a través de la memoria al país, o ya sea de de escapar del país y de la memoria, como en el caso de Zeledón, a quien ni siquiera le gusta recordar el país.
Memoria es justamente otro de los conceptos que había anotado como clave para tu obra: está en el título de uno de tus libros ("Tirana Memoria", 2008) y asedia a muchos de tus personajes…
Claro. Y en esta última novela es mucho más evidente, porque en la anterior, en "El sueño del retorno", el personaje (de Aragón) todavía tiene la ilusión, es un personaje con la ilusión del retorno…
Y tiene la memoria muy escondida en el subconsciente, al punto que la trama gira en torno a lo que puede haber dejado al descubierto unas sesiones de hipnotismo…
Porque la memoria personal es una construcción, al igual que la memoria histórica y social. De hecho, con ese personaje, en "El sueño del retorno", tú te das cuenta que hay un momento en que él duda si sus recuerdos son recuerdos o cosas que le metieron en la cabeza de tanto repetírselos desde que era chico.
Y yo creo que eso pasa también a nivel social y a nivel histórico: que puede que haya cosas que son muy falsas pero nos repiten una y otra vez y las convierten en verdades en la historia de nuestros países.
Por ejemplo, hay gente que sostiene que el líder indígena Atlacatl, un líder indígena de El Salvador, nunca existió, y que esa es una invención que de repetición en repetición uno tiene ahí…
Ahora, los personajes en mi nueva novela tienen una relación distinta hacia la memoria, porque el personaje del exguerrillero trata de neutralizar su memoria, de olvidarla, trata de anestesiarla a través de las series de TV y de una serie de cosas contemporáneas, de devices y cosas que te permiten no ir al pasado, porque la culpa es demasiado pesada.
Él tiene la culpa pesada. Y fue tal su derrota en la guerra que lo que logró en la guerra, no quiere recordarlo. Sus únicos puntos de recuerdo son viejos personajes que han salido derrotados también de ahí, pero cuando se juntan a él no le gusta recordar, le gusta hablar de otras cosas.
No pertenece a ese círculo de emigrados de la plática nostálgica.
Y en el caso de Aragón, él tiene una relación más contradictoria con la memoria, porque ya no se plantea regresar, pero la memoria lo pasa fustigando. Y por eso está hurgando en la muerte del poeta Roque Dalton: porque todavía tiene un sentido de pertenencia que el otro personaje ya no quiere tener.
Porque la memoria lo que te da es un sentido de pertenencia: si yo tengo memoria de El Salvador, tengo un sentido de pertenencia a El Salvador, mis personajes son salvadoreños, y su forma de ver el mundo pertenece a esa memoria.
Pero uno de mis personajes ya no quiere formar parte de esa memoria, él quiere construir algo nuevo.
Lo que pasa es que la memoria es tirana -como dice precisamente el titulo de esa otra novela- y a veces se le mete y le pega unas sacudidas que lo están matando. Y en el caso de Aragón, el otro personaje, el profesor universitario, sí le interesa recordar, si le interesa pertenecer.
¿Y por qué esa diferencia? Yo creo que la relación con la memoria de alguna forma esta relacionada con el hecho de si quien recuerda es un victimario o es una víctima. Claro que todos los seres humanos de alguna u otra manera somos víctimas y victimarios.
Pero si el peso de la memoria es el peso de un victimario, tu relación con la memoria es distinta que si el peso de tu memoria lo asumes como una víctima.
El peso de la memoria de mi primer personaje es como victimario: ha matado, ha hecho iniquidades, a veces queriendo, a veces sin querer. Y el otro siente que ha sido victima de iniquidades e injusticias, entonces su relación con la memoria es otra.
¿Y es parte de tu intención reconstruir parte de esa memoria, que no se pierda ni se olvide la historia y que sea al menos objeto de lectura y con ello tal vez de reflexión y debate?
La relación con la Historia -con h mayúscula- de mis novelas es ambigua, en el sentido de que yo utilizo, reconstruyo hechos, sólo si son necesarios para la trama.
Es decir, el mayor peso, lo determinante en la escritura de mis novelas, es la historia -con minúscula- que estoy contando: la historia de los personajes, sus situaciones, sus ansiedades, sus derrotas, sus gustos, sus formas de relacionarse con el mundo.
Ahora bien, si en todas esas formas de relacionarse con el mundo y consigo mismo tiene peso la historia del lugar del que proceden, la historia política, entonces esa está presente. Si no tiene peso, entonces no está presente. No es que yo me proponga "voy a escribir de este momento histórico". No.
Para mí la obra siempre surge de un impulso subjetivo. Hay una novela que yo publiqué que se llama "La sirvienta y el luchador" (2011) que es sobre una época histórica muy importante en El Salvador, porque es el inicio de la guerra civil, en las semanas en que matan a monseñor Romero. Previo al asesinato sucede la novela, no sé en cuántos días.
Pero si yo escribo todo eso, si reconstruyo todo eso 25 o 30 años después de que sucede, y lo publico 31 años después de que sucede, no es porque mi idea inicial fuera "esta es una época historia importante, hay que reproducirla". No.
Mi idea inicial fue que cuando yo estuve en El Salvador en febrero de 1980, nunca había sentido el terror como una capa pesada de aire sobre las calles como lo sentí esa vez, que se sentía que uno podía rajar con un cuchillo, con una Gillette el aire, porque el terror era tan denso. Aterrorizaba.
Esa emoción subjetiva que yo no pude asimilar, digerir en 30 años, me llevó 30 años después a escribir sobre ese mes. Pero qué pasa, que ese terror existía por toda la historia que había alrededor y por lo tanto había que reconstruirla. Pero la génesis de la novela es una emoción muy personal y muy subjetiva que en ese momento rompió mi aparato psíquico y emocional.
"Política" es otra de las etiquetas que he visto asociada a tu obra, aunque vos has dicho no estar de acuerdo…
Lo que yo planteo es que existe un subgénero, el de la novela política, que yo no practico. La novela política es aquella en la que un grupo de políticos pelean por el poder y son los personajes de la novela peleando por el poder.
Mientras que los de mis novelas son afectados por la política, pero son personajes que no necesariamente se dedican a la política, como María Elena en "La sirvienta y el luchador", o incluso El Vikingo, porque en realidad él es un torturador porque le toca, pero no es político.
Es decir, son personajes afectados por la política, la política se filtra en sus actos, pero no se trata de la lucha por el poder de una clase política precisa. Ese tipo de novela política creo que solo en México se ha desarrollado.
Por eso siempre sostengo que la política en mis novelas es como un telón de fondo que a veces aplasta a los personajes, pero es muy distinto de una novela estrictamente política per se.
¿Pero no crees que el peso de la política en la vida cotidiana también dice algo sobre Centroamérica? Un poeta nicaragüense cuyo nombre ahorita no recuerdo alguna vez escribió: "Mi país es tan pequeño que la vida privada sólo puede ser a favor o en contra del gobierno". ¿Pesa más la política allá que en otras latitudes?
Sí, por supuesto. De hecho yo creo que una de las características perversas de las sociedades latinoamericanas es que viven solo y alrededor de la política, porque no han logrado definir las institucionalidades políticas que permitan ampliar los horizontes de la población hacia otros campos del conocimiento, del placer, de la vida.
No es un fruto de un gran avance civilizatorio, sino que yo mas bien diría de un gran retraso civilizatorio, porque en la medida que no consolidás instituciones…
Es decir, la política es importante en todos lados, pero hay otras esferas de la vida. Vos podés estar ahora en Londres muy preocupado por el Brexit, muy preocupado con las próximas elecciones, muy preocupado con lo que va a pasar con los rusos, pero salís de tu trabajo vas a un bar y hablás de cien mil otras cosas.
Hay una vida cultural, hay una vida con distintas esferas del acontecer humano que te equilibran. Mientras que las sociedades centroamericanas son devoradas por los políticos. Y por eso en las novelas de los que procedemos de esas sociedades la política pesa tanto.
Y el hecho de que la política también esté mediada por la violencias, que aquellos que en teoría nos deberían proteger a menudo también sean actores de esa violencia, ¿es lo que explica que la paranoia también sea un tema recurrente de tu obra y un rasgo común de muchos de tus personajes?
La paranoia es propia de nuestra contemporaneidad, por los medios vigilancia que hay en todos los lugares y en los distintos niveles. Pero en el caso específico de Centroamérica la paranoia es el reflejo de sociedades donde la violencia y el homicidio son practicas comunes.
Evidentemente, el hecho de que se mate con tanta facilidad eleva la paranoia de la población, porque uno tiene que estarse cuidando todo el tiempo y saber detectar y olfatear situaciones de peligro en las que uno puede ser asesinado.
Entonces, la gente se paranoiza cuando va en el bus y si entran unos mareros, se paranoiza en una esquina donde están unos policías a la espera de esto o de lo otro… Es decir, la paranoia se convierte en parte de la vida cotidiana, se convierte en un mecanismo de sobrevivencia para evitar ser asesinados, y los personajes que vienen de esos lugares no pueden sino ser paranoicos.
Y yo creo que las sociedades centroamericanas -básicamente El Salvador, Guatemala y Honduras- son muy paranoicas en el sentido de que el nivel de homicidio es tan alto, el nivel de crimen es tan alto… más allá de las razones, el motivo y quién comete esos crímenes estos están tan generalizados a lo largo de los territorios naciones, que la paranoia se convierte en parte de la cultura nacional, parte natural.
Ya no es algo extraño, te acostumbrás. Más bien los que ya no vivimos ahí, cuando regresamos tenemos que volver a asumir niveles de paranoia a los que ya no estamos acostumbrados que nos cansan, aunque antes los asumíamos como naturales. Porque la paranoia se convierte en una forma de ser, una forma de sobrevivir, en un instrumento parta la sobrevivencia.
En Centroamérica quien no se convierte en paranoico, muere. Y quien es paranoico también puede morir, porque la violencia es demasiada, pero los paranoicos seguramente tienen más oportunidades de sobrevivencia que quien no es paranoico.
Esta entrevista fue elaborada para la versión digital de Centroamérica Cuenta, un festival literario que se celebraría en Managua del 21 al 25 de mayo, pero fue pospuesto indefinidamente a causa de la crisis política y social que se vive en Nicaragua. Durante esta semana, sin embargo, BBC Mundo publicará parte de ese material, que trata de dar una idea de la diversidad y riqueza cultura de la región.