Premio Ortega y Gassett, Premio María Moors-Cabot (dos veces), Premio Gabriel García Márquez de Periodismo, Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación (también dos veces), Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa a la Excelencia Periodística, Premio Internacional a Libertad de Prensa, World Press Photo y, más recientemente, el Premio Hillman, solo por mencionar algunos.
La lista de galardones obtenidos por el diario digital El Faro y sus periodistas en las últimas dos décadas es extensa e incluye virtualmente todos los grandes reconocimientos a los que se puede aspirar cuando se hace periodismo desde El Salvador y en lengua castellana.
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Y este mes de mayo el que presume de ser el primer periódico exclusivamente digital de Latinoamérica celebra 20 años de estar contando como nadie a una región a menudo olvidada por los grandes medios internacionales: la centroamericana.
La efeméride coincide además con la celebración de la octava edición del Foro Centroamericano de Periodismo, también organizado por El Faro.
BBC Mundo aprovechó la ocasión para conversar con su actual director, José Luis Sanz, sobre esa trayectoria y sobre lo que la misma dice acerca de Centroamérica y el periodismo de la región, sus retos y posibilidades.
Este mayo la celebración del Foro Centroamericano de Periodismo coincide con el 20 aniversario de la fundación de El Faro. ¿Qué tanto ha cambiado la región en todo ese tiempo que llevan cubriéndola?
Centroamérica, como tantas regiones con historias convulsas de injusticia o de violencia, tiene una capacidad para regenerar la esperanza casi literaria. Pero lo cierto es que 20 años después creo que tenemos una región menos esperanzada, que tiene cierta sensación de agotamiento de las herramientas por las que se luchó durante décadas: hablo de herramientas democráticas, de contextos de libertad de prensa, de espacios de pluralismo que se suponía iban a ser un puerto de llegada o un marco de solución.
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Porque lo cierto es que, 20 años después de ese 1998, Centroamérica sigue siendo igual de violenta o lo es más. Y si haces un recorrido por la Centroamérica del norte la encuentras en situación de fragilidad democrática o de cuestionamientos fortísimos a las instituciones democráticas o sus protagonistas.
¿Por ejemplo?
Pues si hablamos de Guatemala ahí está el pulso institucional con la CICIG [la Comisión Internacional contra la Impunidad] que no deja de ser todavía una herramienta supuestamente de transición, o de primera transición, a pesar de que ya han pasado 22 años desde los acuerdos (de paz), o el hecho de que en el país todavía se hable -precisamente en estas semanas, por ejemplo- de estados de excepción como una herramienta política.
O el hecho de que Honduras tengamos un gobierno bajo más que sospechas de fraude electoral y con un nivel de concentración de poder enorme. ¿Y qué podemos decir de Nicaragua con el régimen de los Ortega? O de El Salvador, donde hay un evidente agotamiento del sistema bipartidista que salió de los acuerdos de paz.
Si a eso sumamos que en la región aproximadamente 7 de cada 10 jóvenes lo que quieren hacer es irse, no es el escenario que nadie imaginaba hace 20 años. Porque hace 20 años se pensaba que por fin estaban dadas las condiciones para construir otra Centroamérica. Y en ese sentido no es que no haya cambiado nada: hay es una sensación como de círculo vicioso, que en sí es una diferencia con lo que había hace 20 años.
Mencionabas esa estadística que da cuenta del gran número de Centroamericanos que quieren irse. Y, para los que lo vemos de fuera, la primera gran época de El Faro parece haber estado en cierta forma definida por su extraordinario trabajo sobre el tema de la migración, seguido, en un segundo momento por su trabajo sobre crimen organizado en Centroamérica con el proyecto Sala Negra…
Lo que pasa es que uno de los grandes tabúes de la región, y en concreto de El Salvador es su relación con la verdad. Es decir, estamos hablando de sociedades que vivimos en constante negación: negación de los problemas y negación además -en estas polarizaciones baratas en las que nos vemos envueltos- de las podredumbres y las incapacidades de cada bando.
Yo sé que Europa y Estados Unidos están conmocionados en los últimos años por el tema de las fake news y el grado de manipulación que han traído las redes, pero si me permites el humor negro en América Latina y en Centroamérica somos expertos en esto. Y en ese contexto El Faro siempre ha tenido como prioridad (aunque nuestra aspiración es tratar todo tipo de temas) el tratar nuestros problemas más profundos e intentar de tratarlos de la manera más profunda.
Ahora, tú hablas del tema migratoria como una primera etapa y en realidad sería una segunda etapa, el comienzo de nuestra etapa pública, nuestra etapa de proyección internacional.
Pero cuando El Faro inicia su proyecto "En el camino" ya tiene 10 años de vida. 10 años de lenta construcción, basada muchas veces en trabajo voluntario, construcción de equipo a partir de apenas un par de periodistas profesionales, el resto un grupo de estudiantes de periodismo; construcción de un pequeño respeto ya dentro de El Salvador a base de mirar adonde otros no miran o de contar lo que otros no cuentan.
Pero con el proyecto "En el camino" efectivamente hay un cambio. Uno de los aspectos es la proyección internacional, pero el otro es la configuración de una mirada que es: dejemos de tratar de ser generalistas y -aunque aspiramos a tener una cobertura en la mayor cantidad de facetas y temas posible- entendamos que tenemos que dedicar todos los esfuerzos necesarios a cada tema que elijamos para cambiar narrativas.
Y eso efectivamente la primera vez que cambia es con el proyecto "En el camino", que como ya sabes fue un año y medio de trabajo en México, con un cronista, tres fotoperiodistas y un video-documentalista involucrados, y que termina, aparte de con un montón de publicaciones en El Faro, con dos libros y un documental.
Esa misma fórmula, con algunos cambios y revisada, la aplicamos luego, efectivamente, al tema de la violencia y el crimen organizado, porque en ambos casos había narrativas asentadas que queríamos romper. Y sabíamos que solo lo podíamos hacer desde la permanencia, desde los materiales de largo aliento, y además desde una mirada transfronteriza.
Pero lo que me preguntaba es qué tan cerca están de identificar un tercer gran tema. Es decir, ¿además de la migración y la violencia con impunidad, qué otros temas ven como claves para una mejor comprensión de la región?
El dilema de El Faro viene por el lado de las ansias de crecimiento y de efectivamente seguir sumando temas a esa capacidad de mirada profunda, permanente, de incidencia, y por el otro lado el tener que dar coherencia a un proyecto que en 20 años ha crecido mucho y no solo periodísticamente. Porque sostener durante 20 años a una redacción que ya tiene a más de 20 personas y a un equipo que en total suma a más de 35, es otro malabar…
Pero yo creo que El Faro va a dar pasos-en los próximos meses de manera evidente, pero también en los próximos años- en varias líneas al mismo tiempo.
Por un lado queremos ampliarnos temáticamente, hacer más esfuerzos por relacionar al poder económico con el resto de fenómenos: su papel en la política, su relación con la desigualdad, su relación con las grandes realidades y debates de la región.
Porque al poder económico solo se lo cuenta, generalmente, desde la política o desde la corrupción, pero no como un tema en sí mismo. Y creo que ahí hay una deuda. En una de las regiones más desiguales del mundo, todavía con una herencia casi feudal, en algunos casos, ahí hay una deuda, sin duda.
Por otro lado, queremos consolidar cosas: queremos consolidar nuestra apuesta regional. El Faro quiere seguir consolidándose como un periódico que se hace en San Salvador pero es un periódico centroamericano, y en ese sentido hacer cada vez más cobertura regional en diferentes temas.
Y por otro lado tenemos que asegurarnos que hay coherencia entre nuestros diferentes ejes temáticos, que la cobertura de violencia no opaque nuestro trabajo en otros aspectos, o que ciertas coberturas de investigación de corrupción -más allá de su obvia importancia y trascendencia- no limiten nuestra capacidad para alimentar el debate sobre los procesos políticos.
En ese sentido, El Faro también se enfrenta al reto de tratar de definir su propia madurez, porque siempre nos hemos visto como un periódico, no como un proyecto de investigaciones sueltas, y en ese sentido aspiramos a ser más constantes, a tener mayor equilibrio entre las diferentes áreas temáticas que nos interesan y que la sociedad salvadoreña la sociedad centroamericana necesita que se hable de ellas, y eso incluye incluso la cobertura cultural.
Por último creo que si el periodismo centroamericano tiene una última gran deuda, es con la diáspora. Es con el hecho de que nuestras sociedades -y de nuevo hablo sobre todo del Triángulo Norte- son transnacionales. Y no solo porque muchos fenómenos son centroamericanos -no solo salvadoreños, guatemaltecos u hondureños- sino porque tenemos una enorme población en Estados unidos y en otros lugares y porque no se ha hecho periodismo desde EE.UU., sobre EE.UU., para dar sentido a esa realidad.
Ya sabes que se estima que hay alrededor de tres millones de salvadoreños viviendo en EE.UU. Eso es un tercio de la población global de salvadoreños. Es muchísima gente y el periodismo centroamericano no ha prestado atención. Entonces estamos explorando alianzas para hacer más trabajos en EE.UU. y tener más relación también con los lectores centroamericanos en EE.UU. que ya tenemos.
Más allá de esos cambios internos de El Faro ¿qué tanto han cambiado las condiciones en las que hacen periodismo? ¿Han cambiado para bien? En cierto sentido el éxito y reconocimiento de El Faro pareciera sugerir que al menos hay mejores condiciones para hacer mejor periodismo…
Los soportes para nuestro periodismo se han desarrollado al mismo tiempo que evolucionaban también las amenazas. Evidentemente el nivel de respaldo internacional (y cada vez más también nacional) que tenemos, la visibilidad y el prestigio que podemos haber acumulado -sea mucho o poco- en estos años y el desarrollo de la propia organización de El Faro hace que estemos más fuertes que nunca.
Pero también es cierto que con los años las amenazas que recibimos también son mayores. Hablo de amenazas físicas, amenazas a la integridad de nuestros periodistas.
- Los reportajes por los que amenazaron de muerte a los periodistas de El Faro y Factum en El Salvador
Al mismo tiempo, hay también una enorme presión por parte de los lectores, el nivel de exigencia cada vez es mayor. Hay una nueva conciencia, sobre todo en gente joven, de qué es lo que debería darte el periodismo.
Como en general creo que el periodismo centroamericano ha evolucionado poco, la presión sobre los medios no sólo afecta a El Faro, que estamos tratando de hacer periodismo de calidad e independiente, pero a veces bromeo diciendo que 20 años después nosotros seguimos siendo una start-up pero hay lectores que creen que somos The New York Times. Nos exigen -y eso es agradable, pero también es desafiante- un nivel de cobertura, un alcance, una periodicidad, una capacidad de reacción y unos niveles de calidad que la verdad es que son muy altos, y es un desafío.
Pero si hablamos de las condiciones de trabajo sí es cierto que recibimos más amenazas que nunca. Nuestra capacidad para fiscalizar y hacer daño al crimen organizado, a estructuras de corrupción o actores de la política con nuestras publicaciones ha crecido. Y en ese sentido la respuesta también es más violenta, más agresiva, las campañas de descrédito son constantes, todos los días estamos en el punto de mira.
¿Y cuáles son las historias particulares que creés que definen mejor tanto al Faro y al mismo tiempo pueden ayudan a comprender mejor la esencia de los diferentes países centroamericanos? Empecemos por El Salvador…
¡Qué difícil esa!
Pues habrá que mencionar algunas de las más conocidas de El Faro. Y sin duda una es "Así matamos a Monseñor Romero" (de Carlos Dada), que define a la región, define a El Salvador y a nuestro periodismo, por muchas razones.
Una, porque considera la historia, sobre todo la historia reciente, como parte central del presente. Y la impunidad de los años de la guerra, como un elemento central para la construcción y la discusión sobre el presente y el futuro.
Dos, porque a través de la investigación periodística va más allá de la investigación judicial y la investigación histórica que se había hecho en un caso tan importante como el de Romero.
Y tres, porque es una de las piezas que simboliza una de los aportes que yo creo que El Faro puede haber hecho en estos años a uno de los grandes debates del periodismo centroamericano, rompiendo las barreras entre periodismo narrativo y periodismo de investigación.
No sólo lo ha hecho El Faro, obviamente, pero si hay algo de lo que yo estoy muy satisfecho y me alegra mucho es que El Faro ayudó a que el mundo de los cronistas de Indias y el mundo del periodismo clásico de investigación en América Latina se encontraran, ayudó a que se entendiera a que había un terreno común y que las herramientas del periodismo narrativo no pertenecen a una categoría distinta que la del periodismo de investigación.
En ese sentido, que una investigación que en otros contextos se hubiera convertido en un reportaje clásico diera lugar a una crónica, a una gran crónica -igual que sucede con el trabajo de Óscar Martínez sobre migración o buena parte del trabajo que hemos hecho sobre violencia- me parece importante.
Y hay otra pieza, mucho más reciente, que me parece también ejemplifica bien lo que hace y lo que quiere hacer El Faro, y es el trabajo con el que el año pasado ganamos el Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación (Colpin), que se llama "Un paraíso para los violadores de menores".
Es un trabajo que aúna periodismo de datos con una temática que El Faro históricamente no había tocado demasiado, como es la violencia sexual. Y de nuevo es una pieza que apuesta por explicar el fenómeno, más allá de los casos individuales. Y que además es una pieza hecha por María Luz Nóchez y Laura Aguirre.
Maluz es parte de una nueva generación de periodistas de El Faro, y en ese sentido (el trabajo) refleja la incorporación de formas de periodismo, de herramientas de periodismo, que hace 20 años no nos imaginábamos, siempre al servicio de una crónica o un reportaje, de una nueva generación de periodistas, y de un tema que no estaba en la agenda típica del Faro y es parte de esa ampliación temática.
¿Y de Guatemala? Mi candidata sería tu crónica sobre el juicio por genocidio a Efraín Ríos Montt…
Podría ser la cobertura del juicio. O una pieza que también hice yo al año siguiente, que tiene dos partes, y la primera se llama "El fin de la primavera de Claudia Paz", que yo creo que también define a El Faro en otra de sus características que es el no irse, que parece obvio, pero es que hay veces en que incluso el periodismo local se va de su propio país, se va de sus propios temas.
Pero analizar un año después del juicio la batalla, el pulso por el control de la justicia que aún hoy sigue en Guatemala, más allá de la relativa pequeñez del pulso porque saliera o no una funcionaria como la fiscal general Claudia Paz, creo que es otro de los aportes de El Faro: no perder de perspectiva los procesos y los fenómenos.
No siempre lo logramos, pero intentamos no centrarnos en sucesos, en hechos aislados, sino en aquellos que nos permiten explicar procesos y explicar fenómenos. En ese sentido, en Guatemala, "El final de la primavera de Claudia Paz" y la segunda parte, que se llamó "El regreso de los viejos dueños", utilizaban la salida de la fiscal para explicar un pulso y unas estructuras de corrupción que habían estado ahí desde hacía años, que se habían visto sacudidas por el juicio. Y de hecho yo creo que es un texto que todavía explica mucho lo que está pasando cuatro años después en Guatemala.
¿Honduras?
De Honduras diría "La revolución de las palmeras", porque ahí, mucho antes del asesinato de Berta Cáceres, ya se hablaba del pulso por la tierra en el Bajo Aguán y de la relación entre corrupción e intereses económicos y actores políticos en Honduras. Es una crónica de Daniel Valencia, que de nuevo tiene que ver con esa mirada regional y con eso de, a pesar de no ser hondureños, ayudar a contar Honduras incluso dentro de Honduras.
Ese es siempre un desafío que nos planteamos: nosotros no somos corresponsales de El Salvador en Honduras, nosotros cuando escribimos sobre Honduras tratamos de hacerlo desde una mirada de pertenencia, desde una mirada centroamericana, y en se sentido ser relevantes cuando escribimos sobre Guatemala, sobre Honduras y sobre Nicaragua, ser relevantes para los guatemaltecos, para los hondureños, para los nicaragüenses.
En el caso de Nicaragua da la impresión que esa pieza emblemática todavía está por escribir…
Está por escribir probablemente. Francamente la primera que viene a la mente es una pieza que en realidad es una columna de opinión de Carlos (Dada), del año pasado: "El fin de la poesía". Que yo creo que retrata un poco lo que está pendiente de hacer, que es dimensionar el proceso nicaragüense más allá de los estallidos, con una perspectiva de historia y con una comprensión de las características propias de Nicaragua. Porque incluso en Centroamérica tendemos a repetir los mismos clichés en los que nos hemos dejado encasillar.
Nosotros hemos trabajado muchísimo más en el Triángulo Norte, lo sabes. En Nicaragua hemos hecho algunos trabajos, pero Nicaragua es la siguiente frontera. En El Faro llevamos varios años lamentando no haberle prestado más atención a Nicaragua, porque a pesar de que no cumpla el requisito que parece que te define como país centroamericano del norte, que es la violencia, en el resto de aspectos tiene el ADN del Triángulo Norte.
Pero lo cierto es que hemos mirado menos a Nicaragua. Pero Nicaragua es, junto con EE.UU., probablemente la siguiente frontera.
Ahora, en la introducción a la versión en inglés de "Los Migrantes que no importan", de Óscar Martínez, -uno de los grandes productos que dejó "En el camino"-, Francisco Goldman dice que una de las respuestas a la preguntan de cómo es que el mejor periodismo de América Latina se hace desde San Salvador y no desde México o Buenos Aires, una respuesta es "¿Y por qué no?". Pero, ¿creés que el nacimiento de un proyecto como El Faro también era posible en otros países centroamericanos o habían circunstancias muy particulares en El Salvador?
No creo que tan particulares. El Faro nace en un momento de esperanza, y de enorme esperanza, por la construcción de una sociedad democrática, en un marco de progreso que durante los años de la guerra no se soñaba, con una nueva fe en la libertad de expresión. Y es un proyecto periodístico que quiere ser coherente con esa nueva etapa.
En ese sentido, en otro momento de la historia de El Salvador no habría nacido un Faro. Pero lo cierto es que esas circunstancias, ese contexto se dio en otros países de Centroamérica. Y yo creo que ahí es donde hay que reconocer la visión, pero sobre todo la pasión y a veces casi la irresponsabilidad de quienes fundaron este periódico, de Carlos Dada y Jorge Simán, que por suerte no pensaron demasiado en el largo plazo, porque yo creo que no lo hubieran hecho.
Es decir, las perspectivas de viabilidad de un proyecto como este eran nulas, por mercado, por acceso a internet y por tradición periodística.
Pero el actuar desde la voluntad, desde los principios de lo que debía ser el periodismo de postguerra, y un poco desde la irresponsabilidad de no aspirar necesariamente un modelo de negocios y una estrategia de sostenibilidad, sino anteponer el hacer periodismo -como dice ahora eldiario.es "a pesar de todo"- es lo que yo creo que nos tiene acá. Y en otros países, en ese momento, no hubo gente tan visionaria, tan audaz o tan irresponsable.
A partir de ahí yo estoy de acuerdo con lo que dice Paco: "y por qué no". Yo creo que una de las claves de El Faro fue cierta feliz falta de perspectiva. Cuando El faro se imaginaba a sí mismo o discutía sus estándares -y esto puede sonar muy estúpido, pero dado el contexto se puede ver casi con ternura- no pensaba compararse o en ser mejor que los otros medios salvadoreños centroamericanos, pensaba en los estándares de calidad de los grandes medios estadounidenses.
Y en ese sentido "el por qué no" sí es cierto que aplica para El Salvador y para cualquiera. Si tú te pones estándares altos, y consigues que quien quiere hacer ese tipo de periodismo lo vea como posible y se acerque a ti -que es algo que también le ha pasado a El Faro, que ha sido un polo de atracción de talento y de periodistas con ganas de hacer un periodismo de calidad- esto mismo podría haber sucedido en otros lugares y de hecho creo que ya está sucediendo.
¿Es esa la gran lección de estos 20 años?
Para mí la gran lección de estos 20 años es que las esencias siguen siendo mucho más importantes que las formas. Y lo dice alguien de un medio que cuida mucho las formas, y lo sabes.
Pero no me refiero a la forma del periodismo sino a esta obsesión con el modelo de negocio (que no digo que no sea necesaria o no sea valiosa), o la obsesión por un contexto de éxito que sigue teniendo que ver más con el medio que con el periodismo. El Faro es un proyecto periodístico, y desde el principio tuvimos claro que era menos importante seguir existiendo como medio al año siguiente que hacer en el año presente el periodismo que queríamos y podíamos hacer.
Por lo demás, yo creo que si hubiéramos pensado más en el largo plazo no estaríamos acá. Y no estaríamos acá porque la velocidad a la que han cambiado los contextos, las tendencias, los paradigmas, los modelos de sostenibilidad y los hábitos de consumo de internet en estos 20 años ha sido de revolución diaria.
Y obviamente nadie, si no eres The Washington Post o The Guardian, tiene la capacidad para además de mantener la visión, adaptarse. Nosotros en ese sentido nos mantuvimos fieles a ciertas esencias de periodismo clásico, tratando de desarrollarlas en una plataforma -internet- que daba enormes ventajas para realizarlo.
Tratamos de innovar y de afrontar nuevos desafíos contantemente, pero sin perder de perspectiva los grandes valores del periodismo clásico. Y yo creo que eso nos tiene aquí. Si hubiéramos estado obsesionados por el modelo de negocio, obsesionados por la innovación, obsesionados por ser trendig topic, creo que no hubiéramos cumplido 20 años.
¿Y qué tan optimistas son con respecto a esa semilla que han sembrado con su trabajo y también con iniciativas como el Foro Centroamericano de Periodismo?
Yo no sé si es porque me estoy haciendo mayor, pero no soy demasiado optimista sobre el futuro de la región. Creo que vienen etapas muy difíciles. Viene una nueva generación, una generación joven, que tiene exigencias democráticas y una conciencia de voz propia muy importante, pero lo van a tener difícil sobre todo porque a pesar y en contra de lo que se esperaba a estas alturas de los procesos de posguerra, han crecido sin tradición democrática.
Los centroamericanos no son países democráticos en un sentido sofisticado, y en ese sentido van a tener que construir democracia sin demasiados referentes y sin demasiada ayuda de las generaciones anteriores. Entonces va a ser un camino difícil y yo creo que todavía con una buena dosis de dolor. O sea no soy muy optimista, por lo menos no en el corto plazo.
En contraste, si hablamos del periodismo es lo contrario. A pesar de las enormes dificultades para hacer periodismo en Honduras o en Nicaragua, aun si El Faro despareciera el año que viene -que ya sabes que no tenemos el futuro garantizado-, la semilla está sembrada y ha generado un montón de proyectos en estos últimos diez años que están para quedarse y que están transformando el diálogo a pequeña o gran escala en cada uno de los países.
Aquí en El Salvador tienes Factum, que apenas tiene tres años; en Guatemala tienes proyectos como Plaza Pública, que ya cumple siete, o como Nómada, que también cumple tres años; en Nicaragua Confidencial ya existía cuando empezó El Faro y sigue peleando, sigue existiendo y siendo una voz imprescindible; en Honduras hay muchas pequeñas inquietudes que todavía no se convierten en medios estables, pero yo creo que sí hay una generación de periodistas que efectivamente se articula con la región en el Foro Centroamericano de Periodismo cada año, y que toma como referentes a otros medios, a medios fuera del país.
Y en toda América Latina hay un montón de proyectos que son muchísimo más sólidos que El Faro a su edad y que de alguna manera corroboran o son coherentes con aquella misma locura con la que nació El Faro, que es hacer periodismo de la máxima calidad posible, periodismo absolutamente independiente, y que están sacudiendo y tienen ya una posición de prestigio y solidez en sus países extraordinaria, de la increíble La Silla Vacía (Colombia), hasta la gente de Ojo Público (Perú) que en apenas cuatro años han casi revolucionado el periodismo, por no hablar de otros proyectos más veteranos.
Esta entrevista se realizó en ocasión de la 8va edición del Foro Centroamericano de Periodismo (ForoCAP) de El Faro, que tiene lugar en San Salvador del 14 al 19 de mayo con la participación de BBC Mundo.
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