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"Con la edad, algunos de mis amigos gays han vuelto al clóset": el testimonio de la mexicana Samantha Flores sobre ser transexual en la vejez

Los tiempos han cambiado para la comunidad LGTB: "ahora hay más libertad que antes", explica la activista. Pero, cuando se hacen mayores la sociedad los olvida por completo, dice.

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"Cuando me descubrí homosexual me sentí muy raro. Pensé que era el único. Que era un monstruo. Como si tuviera dos cabezas y tres brazos. No quería salir a la calle. Tal vez podía esconder el brazo, pero no la segunda cabeza", explica Samantha Flores.

Esta una mujer transexual de 85 años habla de algo que pocos en México se plantean: ¿Cómo viven adultos mayores de la comunidad LGTB? (Lesbianas, gays, transexuales y bisexuales).

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"El adulto mayor heterosexual está solo, abandonado, arrinconado y nadie le hace caso. Pero el adulto mayor de la comunidad LGTB es invisible. Nadie sabe que existimos", dice.

"Como tenemos complejo de culpa, nos separamos de nuestras familias para no ser criticados, juzgados, discriminados", cuenta.

Dice que los tiempos han cambiado mucho, que ahora en México hay mucha más aceptación de la diversidad sexual. Pero que ella, que creció en los años 50, vio una "inquisición a los grupos LGTB".

"Tan femenino que el cambio fue natural"

Samantha Flores nació hombre en 1932 en Orizaba, Veracruz. "Ahora es una ciudad hermosa, pero en esos tiempos era un pueblucho polvoroso y pequeño", dice. Así que emigró a Ciudad de México para perderse entre la multitud.

"Aquí seguí teniendo dos cabezas y tres brazos. Pero, a veces, caminando entre la calle veo a otros iguales. En los bares homosexuales todos nos comunicamos mejor. Ya no importa tener dos cabezas", dice.

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Descubrió su homosexualidad a los 13 años y poco a poco se fue aceptando. Todavía al llegar a la Ciudad de México era gay. Sin embargo, en sus 30 se convirtió en transexual.

"Un amigo nos invitó a una fiesta y nos puso la condición que nos vistiéramos de mujer. Yo lo hice como un juego. Pero me sentí bien y seguí probándolo".

Después, en un cambio de departamento, decidió dejar atrás su ropa de hombre y su nombre anterior e identificarse totalmente como Samantha Flores.

"Tuve la suerte que era tan femenino, tan femenino desde niño, que no se me notó el cambio a mujer", cuenta.

Dice que quiere ser una señora "normal, común y corriente. Mi modelo es ser como mi mamá".

Trabajó en hoteles, como recepcionista, también como relaciones públicas en discotecas. Durante 10 años ayudó a recolectar fondos para una casa de niños con VIH.

Tiene una charla muy entretenida y se le iluminan los ojos cuando habla de la ópera. "Mi segunda casa es el Palacio de Bellas Artes. Tengo siempre a la mano el programa. Por ser adulta mayor me hacen 50% de descuento", dice con orgullo.

"Mis amigos han vuelto al clóset"

Pero, no todos los ancianos LGTB se sienten a gusto en su propia piel, dice. Con la edad, algunos de sus amigos "han vuelto al clóset con el fin de ser aceptados por su familia", asegura.

Ella tuvo hace algunos meses la idea de poner una "casa de día" donde los LGTB pudieran ir a convivir y no sentirse tan solos.

En febrero, con un dinero que consiguió por crowdfunding abrió un espacio que está rentando en el centro de la Ciudad de México. Una "casa de día para adultos mayores LGTB"a la que llamó Vida Alegre.

Tiene dos pequeños cuartos, uno con unas computadoras con internet, otro con unas sillas plegables y una pantalla donde quiere poner películas.

Además, dice, ese espacio puede también usarse para las clases de yoga que quiere que se den los martes. También tiene una pequeña biblioteca con libros que ella ha donado.

Aunque por ahora, no ha llegado todavía mucha gente, ella espera que con el tiempo, se haga un centro de reunión.

Las únicas sesiones que están funcionando ya son la de terapia psicológica los sábados a las que asisten dos personas.

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"Espacio sin discriminación"

"Todo es gratuito y es para que convivan los adultos mayores de la comunidad LGTB, que no se sientan solos.

Pero dice, que en ese espacio no habrá discriminación.

"Hemos sufrido tanto el rechazo que nosotros no podemos hacer lo mismo. Tenemos que ser incluyentes", dice.

Samantha Flores está ahí sin falta todos los martes y jueves esperando que la gente se acerque.


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