A tempranas horas de la mañana, hora local, los medios estatales de China confirmaron que el misterioso visitante que había cruzado el río Yalu, llevado a bordo de un tren blindando y recibido con mucha pompa y circunstancia en Pekín, no era nadie menos que el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un.
El viaje marca la primera salida de Kim fuera de su país, desde que asumió el poder después de la muerte de su padre Kim Jong-il, en 2011.
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Después de más de seis años de purgas, consolidación interna del poder y avances en tecnología nuclear y balística, Kim abandonó el "Reino Ermitaño" ante la invitación del presidente de China, Xi Jinping.
Bajo circunstancias normales, un viaje de esta naturaleza hubiera sido interpretado como una marca de la confianza de Kim; teniendo un firme control del régimen, ya se sintió listo para alejarse del país. Un líder menos seguro podría estar temeroso de que su autoridad fuera desafiada en su ausencia o, inclusive, que le dieran un golpe de estado.
No solo Kim tiene la confianza suficiente para abandonar su país sino que se le está viendo en el papel de un estadista, al lado de Xi, quien es líder de una potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.
Y al igual que Kim, es muy probable que Xi continúe liderando su país de por vida -tras el cambio en la constitución china- así que la relación personal entre los dos es relevante.
Se informa que China notificó a Estados Unidos de la visita de Kim después de que ésta ocurriera, subrayando aún más el estatus del líder norcoreano como el rey de la fiesta en el Noreste Asiático. Kim ve en sus armas nucleares la carta de presentación de su país, dotado de cierto estatus y prestigio. Y su viaje a China sirve para resaltarlo.
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La ausencia de China
Pero, al observar la visita de Kim, no se pueden obviar las circunstancias internacionales que están por fuera de lo común.
Empezando por su discurso de Año Nuevo, en el que declaró que sus programas nucleares y balísticos se habían completado, Kim inició lo que se convertiría en un largo proceso de contactos diplomáticos a través de la línea militar que demarca la separación entre su país y Corea del Sur.
El proceso continúa.
El próximo jueves, enviados de ambas Coreas se reunirán otra vez para discutir una agenda de lo que será la tercera cumbre entre las dos naciones a finales de abril, cuando Kim se sentará a la mesa con el presidente surcoreano, Moon Jae-in, en Panunjom, la aldea donde se firmó el armisticio de 1953.
Al mismo tiempo, parece que todavía continúa el rumbo hacia lo que sería la primera cumbre entre Estados Unidos y Corea del Norte. El presidente Donald Trump ha aceptado la invitación que Kim Jong-un le envió con unos delegados surcoreanos para reunirse a discutir la desnuclearización de la península coreana.
En medio de todas estas novedades, China brillaba por su ausencia.
Teniendo en cuenta que es la potencia regional dominante y el único aliado y principal socio comercial de Corea del Norte, China ejerce una considerable influencia material y política sobre Pyongyang. La relación fue descrita por el otrora líder chino Mao Tse Tung como "tan cercana como los labios y dientes", una frase diseñada para evocar cercanía e independencia a la vez.
Sin embargo, desde 2013, muchos analistas han visto señales de distanciamiento entre Pekín y Pyongyang. Kim Jong-un purgó a Jang Song-thaek, su tío y el hombre que en su tiempo era visto como el encargado de manejar la relación bilateral de parte de Corea del Norte. (Jang era particularmente influyente en materia económica).
Además, en 2016 y 2017, Corea del Norte realizó lanzamientos de misiles balísticos durante períodos cruciales para China. Las pruebas ocurrieron cuando China recibía a los líderes mundiales para la cumbre G20 de 2016, en Hangzhou, durante la apertura de del Foro de la Franja y la Ruta y la cumbre de los BRICS en Xiamen, en 2017.
Entretanto, en 2017, China votó a favor de nuevas y fuertes sanciones contra Corea del Norte en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Aunque el cumplimiento de las sanciones no es completo, especialmente en lo que se refiere al comercio marítimo ilícito y las instituciones financieras en las fronteras, Pekín ha tomado nota de lo que Washington llama una campaña de "máxima presión" para cumplir los objetivos de Trump.
Corea del Norte fustigó estas sanciones, interpretándolas como una forma injusta de agresión.
A pesar del resentimiento que esto pudo generar entre los antiguos socios, no fue suficiente como para que Kim Jong-un prefiriera que sus primeras reuniones con líderes mundiales fueran con los presidentes de Corea del Sur y EE.UU.
En cambio, Kim hizo lo mismo que su padre y abuelo: escogió a Pekín como su primer destino en el exterior.
Los próximos meses abrirán una caja de Pandora en el Noreste Asiático. Kim ha sido citado por funcionarios de Corea del Sur y de China como dispuesto a discutir la desnuclearización.
No obstante, como siempre, ese término significa cosas muy diferentes para Corea del Norte que para Washington. Pyongyang se imagina una "península" desnuclearizada como una sin las garantías nucleares que EE.UU. le ofrece a Corea del Sur.
A medida que comienzan los preparativos para la cumbre entre las dos Coreas y una caótica Casa Blanca en Washington da tumbos hacia su propia cumbre con Pyongyang, China ha dejado en claro su relevancia en el asunto.
Aunque Moon, de Corea del Sur, fue quien estuvo al mando de los controles en el acercamiento con el norte durante febrero y marzo, ese período parece haber llegado a su fin.
*Ankit Panda es analista de la Federación de Científicos de Estados Unidos
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