Me llamo Ella, tengo 26 años, y desde que tengo memoria mi madre ha sido alcohólica.
Mi propia relación con el alcohol es compleja.
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No es porque tenga un problema con la bebida. En realidad, soy muy buena para saber cuándo tomar y cuándo no.
Es más, soy una persona sociable y sé que el alcohol forma parte de varios de los recuerdos más divertidos de mi vida.
Pero también me quitó la relación con mi madre, la persona que me trajo a este mundo, quien me amó y me cuidó y juró que nunca pondría nada por encima de mí.
Es por eso que amo y odio el alcohol.
Me encanta la forma en que puede unir a las personas y desprecio la manera en la que llega a crear división entre la gente.
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La infancia borrada
Tuve una infancia idílica. Crecí en un pequeño pueblo inglés junto al mar. Mi familia tenía todo lo que necesitaba y hasta un poco más.
Teníamos una casa unifamiliar, una mascota y acudía a la escuela primaria del pueblo. ¿Qué podía ser más perfecto que aquello?
El problema es que, conforme fui creciendo, mi madre se volvió más dependiente del alcohol y más enferma mentalmente.
Así que mis recuerdos están empañados por varias frases que me dijo, como que yo era para ella un "pérdida de tiempo", y por todas aquellas veces que, al encontrármela desplomada en la cocina, me tocó ayudarla a levantarse.
Me acuerdo asimismo que prefería que no me organizaran una fiesta de cumpleaños, por vergüenza, por temor a que los otros niños se dieran cuenta de que mi madre estaba ebria.
La lista de las situaciones que manchan mis memorias de ella es larga: su aventura amorosa, la venta de la casa, el inevitable divorcio, nuestra pelea durante mis exámenes porque se llevó la computadora, la angustia de cuando se llevó al perro, la falta de tarjetas de felicitación en mi cumpleaños, las idas y venidas al hospital, la negación, el remordimiento, la culpa.
Y al fin, la pérdida de mi ser más querido, sino de todo mi mundo.
Mi madre siempre puso la bebida por encima de mi hermana y de mí.
"Hijos adultos de alcohólicos"
En realidad, estaba muy enferma. Negaba su propia adicción y, por tanto, no era ella la que hacía todo aquello, sino su enfermedad.
Para mi hermana y para mí es difícil explicarle a la gente por qué nuestra madre no estuvo en nuestras vidas.
Durante muchos años fue difícil lidiar con la pérdida de una persona que todavía estaba viva, presente, que existía y seguía siendo parte de la sociedad, pero sin ti.
Es difícil recordar los buenos momentos, porque mi mente eligió borrar casi todo de cuando era niña.
En términos psicológicos se nos conoce como "hijos adultos de alcohólicos".
Tenemos problemas de confianza, somos propensos a agotarnos en el trabajo, y sentimos que somos diferentes pero no sabemos por qué.
Sin embargo, como todos los demás, tenemos días buenos y días malos.
El 22 de agosto del año pasado tuve un día especialmente malo: supimos que mi madre había tenido un ataque cardíaco inesperado y que se fue.
Aunque en realidad ya llevaba nueve años ausente de mi vida.
Madres alternativas
Todavía hoy, siendo yo adulta, son muchas las veces en las que pienso que me gustaría recibir consejos de ella o que me consolara. Pero sé que es imposible.
Y fechas como el Día de la Madre suelen ser increíblemente dolorosas para aquellos en mi misma condición.
Ante eso, yo he elegido celebrar a todas las personas que me ayudaron a criarme.
Así, dedico ese día a mis "mamás alternativas": mi papá, mi hermana, mi abuelo, mis tías, mis primos, colegas y amigos que me han amado, que me han educado y que me han ayudado a crecer.
A pesar de todo, soy muy afortunada.
Tengo la suerte de haberla tenido en mi vida antes de que la enfermedad se la llevara, y de tener un padre, una hermana y un abuelo increíbles que me ayudaron a criarme.
Soy agraciada porque tengo grandes amigos, una gran carrera y buenos recuerdos.
Y sí, a veces esas memorias implican alcohol.
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