BBC Mundo

"No precisas un pene para hacer todas esas cosas locas y valientes": Lady Pink, la ecuatoriana que se convirtió en la reina del grafiti en Nueva York

Acaba de ganar junto a otros artistas de grafiti un juicio millonario que podría sentar precedentes en Estados Unidos. Pero esta inmigrante latina comenzó a escribir su historia con un spray en la mano muchos años atrás.

PUBLICIDAD

El submundo del grafiti de Nueva York en el albor de la década de 1980 era riesgoso, oscuro y de hombres. Pero la ecuatoriana Sandra Fabara entró en él por amor.

Lo hizo siendo quinceañera, sin pensar que un día llegarían a llamarla "reina" o "primera dama" del grafiti, ni que marcaría un mojón para este arte al ganar un juicio millonario con otros muralistas semanas atrás.

PUBLICIDAD

Su primer novio fue arrestado en 1979 por pintar grafitis en las calles de la gran ciudad y enviado por sus padres a su tierra original, Puerto Rico. Y eso a ella le partió el corazón.

"Lloré por un mes y empecé a escribir su nombre alrededor de la escuela secundaria. Sus amigos me pusieron bajo sus alas y me enseñaron el estilo" del grafiti, cuenta en una entrevista con BBC Mundo.

"Finalmente me enamoré del movimiento y del propio grafiti", continúa.

Adoptó el seudónimo de Lady Pink, que destacaba su lado femenino cuando las mujeres parecían ajenas a eso de saltar vallas por las noches o escabullirse en túneles del subte para pintar trenes.

"Tuve que probarles a ellos que no precisas un pene para hacer todas esas cosas locas, valientes e imprudentes", explica.

PUBLICIDAD

Hoy con 53 años, retirada de la pintura ilícita pero activa como pintora y muralista, integra un grupo de 21 artistas de grafiti que en febrero obtuvo US$6,7 millones por la destrucción de sus murales en un viejo edificio del distrito de Queens.

  1. 5Pointz, la "capilla sixtina" del grafiti en Nueva York que fue demolida y por la que un grupo de artistas recibirá US$6,7 millones de indemnización

Chau selva, hola selva

La de Pink también es una historia de migración sin papeles y casi sin dinero, desde su Ecuador natal, donde vivía cerca de la ciudad amazónica de Puyo, hacia EE.UU., donde aterrizó con siete años junto a su hermana y su madre.

"Le dije adiós a la selva, y llegamos a la selva de concreto", evoca esta mujer menuda y de larga cabellera negra.

Fue una transición difícil: ingresó con su hermana a una escuela católica siendo las únicas latinas, sin hablar inglés, y recuerda que sufrió el racismo de niños blancos que las veían como diferentes.

Un par de años después se cambió a una escuela pública llena de niños latinos y se integró rápidamente.

Era una época en que el grafiti hacía explosión en Nueva York, donde el movimiento llegó a reunir a miles de jóvenes e inspiró a muchos más alrededor del mundo.

Antes que ella hubo otras mujeres grafiteras, pero de forma más ocasional, sin la perseverancia que esta ecuatoriana mostró entre 1980 y 1985 ni la visibilidad de sus obras coloridas en vagones de trenes que recorrían la ciudad con las letras de "PINK".

Sostiene que estuvo "en el lugar correcto en el momento adecuado", justo cuando ese tipo de arte llegaba a galerías, libros o filmes como Wild Style, que en 1983 reflejó la floreciente cultura del hip-hop y del grafiti, con ella en un papel destacado.

"Necesitaban una chica", explica. "Había tantos chicos que hacían un trabajo maravilloso, pero no había chicas… y estaba yo".

Como un ninja

Pink dice que ser grafitera en aquel entonces implicaba actuar como un ninja por las noches, moverse como una sombra con una mochila pesada de pinturas en spray, sin que te escucharan o te vieran.

"También tenías que sentirte un poco como un criminal, para querer quebrar la ley", señala. "Es rebelión, es como desobedecer órdenes y sacarlo a la luz".

Recuerda esos años como impresiones de una vida agitada junto a sus compinches: una noche en un túnel oscuro donde creyeron por error que había un cadáver, otra de fiesta en una disco, la siguiente en una galería de arte donde las obras se vendían como pan caliente…

Tenía su cuenta bancaria y hacía lo que quería. Prefería ir a eventos con Andy Warhol antes que a la escuela, así que debió dar un examen especial para terminar la secundaria.

Pero en 1985 decidió alejarse del mundo ilegal del grafiti, por varias razones.

Una de ellas fue ver cómo las obras que creaban eran destruidas cada vez más rápido, incluso por otros grafiteros. También pasó a vivir con una pareja que no quería que saliera por las noches a divertirse con un montón de chicos jóvenes.

Además, en Nueva York comenzaron a aplicarse penas más duras contra el grafiti y el vandalismo, por lo que cada vez tuvo menos sentido para Pink arriesgarse de forma infantil, siendo ya una artista reconocida.

Legal vs. ilegal

Pink pasó a pintar también con pincel y sus obras, que tratan temas de la mujer, la sexualidad, la lucha de género y otras cuestiones sociales, llegaron a lugares como el museo Metropolitan de Nueva York, el Brooklyn Museum o el museo Groningen de Holanda.

Junto con su marido, otro exgrafitero con quien lleva 24 años casada sin hijos, creó una compañía de murales y pasó a realizar trabajos por comisión.

También suele participar de charlas en escuelas sobre arte y conversar por Skype con jóvenes de diferentes partes del mundo interesados en su obra.

Sin embargo, dejar atrás la vieja fama no fue tan sencillo.

Cuenta que en la casa de Queens donde vivían ella y su marido hubo dos redadas policiales en busca de evidencia de obras ilícitas en espacios públicos, la última en 2013 cuando les confiscaron pinturas, computadoras y fotos.

Eso los llevó a mudarse fuera de la ciudad, a una zona de bosques y montañas en el norte del estado de Nueva York, lejos del área de operación de la brigada policial anti-vandalismo.

"Nueva York es en buena medida un estado policial, en cierta forma están ganando", asegura.

De hecho, ahora hay muchos menos trenes pintados con spray en la ciudad y se ven algunos murales de grafiti en barrios a la moda, donde son más visibles para el negocio del arte.

Pink dice que el movimiento de grafiti en Nueva York dejó de tener una mayoría de negros y latinos como antes, y pasó a ser sobre todo de jóvenes blancos de clase media, que pueden pagarse el hobby.

"La pintura de spray ya no se roba más, porque en Nueva York está toda (a la venta) detrás de mostradores, con rejas y es muy cara", explica.

El reciente fallo judicial millonario que benefició a ella y otros pintores por la destrucción de sus murales en el edificio 5Pointz de Queens indica que los artistas públicos están protegidos si realizan sus obras de forma legal, con el aval del propietario del lugar como ocurrió en este caso, que puede sentar precedentes legales.

"Pero (el fallo) no legaliza el grafiti de ninguna forma", advierte Pink. "Si lo que haces es ilegal, no puedes reclamarlo, a menos que te incrimines a ti mismo".

PUBLICIDAD

Tags

Lo Último