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La misteriosa y costosa misión de la CIA que dio pie a la carrera para buscar metales preciosos en el fondo de los océanos casi medio siglo después

En 1974 la agencia de inteligencia de EE.UU. creó un complot para buscar un submarino nuclear soviético. Esa fallida misión parece haber inspirado hoy una verdadera búsqueda del tesoro submarino que está generando mucha controversia.

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Varias empresas pioneras están a punto de comenzar a minar el lecho marino en busca de invalorables metales preciados.

¿Puede esta búsqueda del tesoro submarino haber surgido como consecuencia de un fallido complot de la CIA en los años 70?

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El misterioso barco de la CIA

En julio de 1974 un enorme e inusual barco zarpó desde Long Beach en California, Estados Unidos, hacia el medio del Pacífico.

Equipado con una gran torre de perforación y un moderno equipo de minería, la nave había sido diseñada para llegar hasta el lecho marino y acceder a una fuente de enorme riqueza en el fondo del océano.

Se lo consideró el paso más audaz en búsqueda de abrir una nueva frontera para la minería, extrayendo por primera vez metales valiosos del suelo marino.

Pero en medio de todo el frenesí que generó la expedición había un pequeño detalle: era todo una mentira.

En realidad se trataba de un complot diseñado durante la Guerra Fría que dejaría profundas huellas casi medio siglo más tarde.

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El verdadero objetivo de los tripulantes del gigante barco era un submarino nuclear soviético que se había hundido seis años antes a más de 2.000 kilómetros de Hawái.

Los rusos no habían logrado hallar su K-129 a pesar de una enorme búsqueda pero, gracias a una red de vigilancia subacuática, los estadounidenses pudieron detectar el submarino hundido.

Yacía a casi 5 kilómetros de profundidad, más hondo que cualquier otra nave recuperada.

No obstante, la ventaja militar que significaba tener acceso a los misiles nucleares rusos y poder estudiar las comunicaciones navales de los soviéticos llevó a la CIA a crear un audaz plan.

El llamado Proyecto Azorian no solo buscaba recuperar el K-129, sino hacerlo sin que los rusos lo supieran.

Para crear una cortina de humo los espías pretendieron que se trataba de una expedición minera subacuática en busca de nódulos de manganeso, unas rocas del tamaño de papas que yacen en el fondo del mar.

Se necesitaba de alguien que liderara el falso proyecto, alguien lo suficientemente rico y excéntrico que lo hiciera sonar posible. Encontraron a la persona ideal: el millonario inventor Howard Hughes.

Él accedió a participar y fue así que se diseñó en su nombre el Hughes Glomar Explorer, que presuntamente estaba equipado con todo lo necesario para minar el lecho marino.

En realidad el barco estaba lleno de artefactos que parecían salidos de una película de James Bond.

El casco tenía enormes puertas que podían abrirse para meter y esconder el submarino soviético. Adentro había una pinza gigante con la que se planeaba recoger la embarcación.

Se tardó seis años para tener el barco listo y el proyecto costó unos US$500 millones, lo mismo que se gastó en cada una de las misiones Apollo para llegar a la luna.

Entretanto, para convencer a los rusos de que el interés de Howard Hughes era genuino, la CIA envió a supuestos ejecutivos del proyecto a hablar sobre la expedición en conferencias sobre minería oceánica.

"Hicimos que la minería oceánica sonara mucho más creíble", dice Dave Sharp, uno de los pocos agentes de la CIA que estuvo dispuesto a hablar con la BBC.

"Realmente engañamos a muchas personas y es increíble que el engaño durara tanto tiempo".

De hecho el complot fue tan efectivo que las universidades estadounidenses comenzaron a dictar cursos sobre minería oceánica. También comenzaron a subir las acciones de las empresas involucradas en el proyecto.

"La gente pensaba: ’Si Howard Hughes está involucrado, nosotros no podemos quedarnos atrás’", cuenta Sharp.

El agente recuerda que la tripulación del barco incluso recogió algunos nódulos, por si acaso eran vigilados por los soviéticos.

La misión recién pudo lanzarse el 3 de julio de 1974, después de que el presidente Richard Nixon regresó de una cumbre de paz en Moscú.

Las cosas no salieron como estaban planeadas. Muchas piezas del equipo sufrieron desperfectos. Si bien las pinzas gigantes lograron sujetar el submarino, este se partió cuando estaba siendo elevado.

Al final solo pudieron rescatar una pequeña porción delantera del K-129 pero los misiles y los libros con códigos nunca fueron hallados.

El fallido plan secreto salió a la luz un año más tarde y se abandonaron todos los esfuerzos por recuperar la nave.

Según Sharp, la revelación de que el proyecto minero era falso "sacudió repentinamente" a otras mineras y a diplomáticos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que en ese momento negociaban los derechos futuros a los minerales oceánicos.

Las acciones se derrumbaron y esto pudo haber marcado el fin de la minería oceánica. Sin embargo, irónicamente, el proyecto demostró que con una ingeniería ingeniosa y mucho dinero era posible operar en lo más profundo del mar.

"Era difícil pero mostramos que era posible", dice Sharp.

El excavador

En una cabina con aire acondicionado en el puerto de Papúa Nueva Guinea Leslie Kewa manipula la palanca de mando que controla una máquina del tamaño de una casa.

Casi medio siglo después de que los hombres de la CIA pretendieron minar el fondo marino él lo hará de verdad.

Kewa vive en una aldea remota en las montañas de Papúa Nueva Guinea. En un país con altísimos índices de pobreza él creció con relativo confort ya que su padre y el resto de los hombres de su familia se dedicaron a la industria minera.

Kewa se convirtió en un experto en el manejo de aparatos gigantes. Pero el que tiene frente suyo es único, no solo por su enorme poder de destrucción y su amenazante apariencia, que parece salida de una película de Mad Max.

También es único porque fue diseñado para ser usado más allá de donde puede llegar el hombre.

Kewa está aprendiendo a manejar la máquina por control remoto, usando un circuito cerrado de televisión para ver lo que hace.

Admite que tiene un poco de miedo. "Estoy acostumbrado a sentir la máquina en mis manos así que es duro tener que manejarlo de forma remota a través de pantallas", dice.

Pero no hay opción. En unos meses esta máquina empezará a trabajar no -como está acostumbrado- en una enorme mina terrestre, sino en las profundidades del océano.

Si todo sigue adelante como está planeado Kewa se ganará un lugar en la historia como la primera persona en el mundo en excavar una mina en aguas profundas.

El proyecto de la empresa canadiense Nautilus Minerals se manejará desde un barco en las aguas tropicales del Mar de Bismarck, en las costas de Papúa Nueva Guinea.

Tres de estas excavadoras serán depositadas sobre un volcán submarino. Allí trabajarán en una zona repleta de respiraderos hidrotermales.

Estas raras chimeneas acuáticas se forman por el agua hirviendo que estalla de entre las rocas y son muy ricas en metales preciados.

Pero los respiraderos también están llenos de vida marina y algunas de las criaturas que viven allí son extremadamente exóticas. Es por esto que la idea de la minería oceánicas es muy controvertida.

El plan es que Kewa guíe las máquinas excavadoras para demoler los respiraderos, pulverizándolos. Luego, los pequeños fragmentos de roca serán succionados por un tubo hasta la superficie.

En el barco habrá una planta procesadora que separará las partículas de cobre y oro que se estima podrían valer millones.

Una empresa china ya ha acordado comprar todo el lote.

Una vez que se termine de excavar esa zona las máquinas serán llevadas hasta una docena de sitios cercanos.

El suelo marino es mucho más rico en metales que el terrestre. Los respiraderos de Papúa Nueva Guinea tienen unas diez veces más cobre que las minas en tierra.

Lo mismo ocurre con el oro y otros metales preciosos. Una expedición japonesa en las costas de Okinawa detectó suficiente zinc como para abastecer a Japón por todo un año.

Nautilus Minerals estima que solamente en términos de cobre podría extraerse unos US$30.000 millones de los océanos del mundo para 2030.

Y asegura que al explotar zonas pequeñas del lecho marino se causa menos daño al medioambiente que con las minas terrestres, que destruyen grandes áreas de suelo y árboles.

Para el gobierno de Papúa Nueva Guinea la atracción es obvia: los muy necesitados ingresos que recibirá por ser socia del proyecto. Y Nautilus también ha acordado invertir parte de sus ganancias en los municipios, para beneficiar a las personas del común.

Pero la historia de la minería en ese país no genera confianza. Millones de personas viven por debajo de la línea de pobreza a pesar de las enormes extracciones mineras en las montañas.

Y algunos creen que explotar el suelo marino podría poner en peligro las preciadas aguas del lugar.

Aguas en peligro

Jonathan Mesulam se enteró de la minería en aguas profundas cuando lo leyó en la sección de negocios del diario. La historia lo conmocionó. Nacido y criado en Papúa Nueva Guinea, se dio cuenta de que la excavación ocurriría a unos 25km de su aldea.

Como muchas otras aldeas del país la suya parece un paraíso tropical pero esconde problemas crónicos de desarrollo. La gente vive en chozas hechas de bambú y hojas.

Mesulam es profesor en una escuela secundaria pero se ha dedicado a encabezar la lucha contra la minería oceánica.

"Tenemos una conexión con el mar, ha sido parte de una nuestra cultura por generaciones", cuenta.

Él advierte que muchas de las comunidades costeras dependen de la pesca, que podría verse amenazada si las aguas están repletas de polvo generado por la minería o si son contaminadas.

La industria del atún emplea a miles de personas en Papúa Nueva Guinea y muchos también se dedican a cazar tiburones. Todo esto podría ser "letalmente dañado" si se excava el lecho marino, asegura.

Según la empresa, la explotación se realizará a más de un kilómetro y medio de la superficie y a esa profundidad no afectará la pesca.

"Donde estaremos operando es frío y oscuro. No hay atún allí", señaló un ejecutivo de Nautilus. Esto ha sido reiterado en audiencias públicas.

Además la empresa ha estado invirtiendo en relaciones comunitarias, financiando un equipo de salud móvil e incluso un puente.

Pero para Mesulam son puras relaciones públicas. Él llama a la mina "experimental" y cree que podría haber consecuencias inesperadas. Algunos líderes religiosos y políticos lo apoyan.

Pero se enfrenta a una fuerza gigante: la enorme y creciente demanda mundial por minerales clave.

Nuestra necesidad

Presionados para reducir la polución aérea, los gobiernos del mundo están promoviendo la fabricación de millones de autos eléctricos en los próximos años.

Pero estos vehículos requieren mucha materia prima. El año pasado el gigante alemán Volkswagen trató de monopolizar el mercado de cobalto. También hubo mucha demanda de litio. Y el cobre nunca fue tan requerido.

Las energías renovables, como los molinos de viento y los paneles solares, también requieren metales preciosos.

Y si le agregamos la alta demanda por productos electrónicos podemos entender por qué hay preocupación real sobre los futuros suministros.

Con el cobalto se estima que Volkswagen necesitará para 2025 un tercio del suministro mundial actual para sus autos eléctricos.

También hay enormes fábricas de baterías, como la Gigafactory del dueño de Tesla, Elon Musk, que requerirán mucho cobalto.

El geólogo Bram Murton del Centro Nacional de Oceanografía del Reino Unido estimó que si todos los autos en Europa fueran eléctricos para 2040, se requerirían 28 veces más cobalto del que se produce ahora.

Más del 60% de todo el cobalto que se extrae hoy sale de la República Democrática del Congo, donde ha habido denuncias de explotación y trabajo infantil en las minas.

Quienes apoyan la minería oceánica también hacen hincapié en el enorme tamaño de las minas terrestres en comparación con las marinas.

Las áreas de exploración de la ONU

Para Michael Lodge, secretario general de la Autoridad Internacional del Suelo Marino (ISA, por sus siglas en inglés), un organismo creado por la ONU para controlar la minería en aguas profundas, hay motivos válidos para avanzar con la explotación marina.

"¿Vamos a seguir desarrollando minas gigantes que destruyen aldeas, alteran ríos, contaminan las aguas, tardan miles de años en recuperarse, remueven montañas enteras? No hay nada de eso con la minería en aguas profundas".

La ISA ha diseñado mapas que dividen el suelo marino en bloques. Hay 29 áreas de exploración permitidas, con licencias que duran 15 años.

En total se trata una superficie que abarca un increíble 1.3 millones de kilómetros cuadrados en el Pacífico, el Atlántico y el Índico.

Empresas de 19 países han pagado por los derechos para explorar allí.

China tiene cuatro áreas. Rusia y Corea del Sur tres cada uno. Francia y Alemania dos. Y el Reino Unido una, a través de una empresa controlada por Lockheed Martin, que curiosamente fue una de las compañías contratadas por la CIA para recuperar el submarino nuclear ruso y mantuvo desde entonces su interés en la minería oceánica.

Aunque nadie ha comenzado aún a minar el suelo marino hay docenas de expediciones de exploración, según Lodge.

Antes de que la explotación comience en aguas internacionales, la ISA -que está basada en Jamaica- debe confeccionar un reglamento que indique cuáles serán los controles medioambientales y cuánto del dinero obtenido irá a los países menos desarrollados.

Las empresas que excavan cerca de las costas -como los proyectos de Papúa Nueva Guinea y Japón- no necesitan esperar a la ISA ya que los gobiernos de esos países pueden decidir qué ocurre en sus aguas.

Criaturas perdidas

La explotación oceánica no puede realizarse sin un estudio previo que determine cuál es la ecología del lugar. Y el furor por minar bajo el mar ha generado algo inesperado: mucha información nueva sobre la vida en una de las zonas menos exploradas del planeta.

Se han encontrado miles de nuevas especies, que van desde esponjas hasta crustáceos.

"La planicie abisal podría tener la mayor diversidad de los océanos y quizás incluso la mayor del planeta", señala Pedro Martínez, que trabaja en el Instituto de Investigación Senckenberg en Alemania.

Existe un consenso entre los científicos que las zonas marinas autorizadas para ser minadas tienen hábitats con ecosistemas intrincados. Y la mayoría son desconocidos, debido a las dificultades para acceder a niveles tan profundos.

Algunas de las expediciones que realizan trabajos de exploración no han dado a conocer sus hallazgos sobre vida marina, como está estipulado. Y a muchos biólogos les preocupa que algunas especies sean eliminadas.

Destacan que estas especies podrían cumplir una función ecológica clave o quizás incluso tener alguna importante aplicación médica.

Ya se sabe que algunos organismos marinos tienen altos niveles de sustancias que podrían ser útiles para combatir el Alzheimer.

Si gigantes máquinas excavan el suelo marino el efecto será altamente destructivo.

Michael Lodge lo admite, pero destaca que las áreas afectadas son una porción muy pequeña de los vastos océanos -"menos del 0,5%"- y señala que grandes áreas han sido demarcadas como reservas que no pueden ser tocadas.

Esto no tranquiliza a muchos biólogos, que temen por el efecto que tendrán las nubes de sedimentos que expulsarán las excavadoras y que podrían afectar la vida marina más allá de la zona de explotación.

Un estudio computarizado realizado por Alemania que buscó estimar este daño calculó que se expulsarán cerca de 1.000 toneladas de sedimentos por hora en cada mina.

En 10 días, eso podría generar una capa de polvo que se extendería hasta 12 kilómetros, matando todo lo que vive allí. Otro estudio determinó que el efecto sobre los ecosistemas podría durar muchas décadas.

Con tantas dudas, el Parlamento Europeo ordenó una moratoria de la minería oceánica hasta que se investigue más profundamente.

¿Demasiado lejos?

Ya hemos taladrado el suelo marino en busca de petróleo y gas, creado cicatrices por todo el lecho para instalar cables de comunicación, hemos envenenado las aguas con desechos radioactivos y armas químicas y hemos contaminado hasta las zonas más remotas con plástico descartado.

¿Minar sería ir demasiado lejos?

Para el famoso divulgador científico David Attenborough sería "desgarrador" que destruyan los delicados respiraderos hidrotermales.

"La vida comenzó allí", destaca.

Sin embargo otros científicos, como el geólogo Bram Murton, advierten sobre "reaccionar de manera impulsiva y desinformada" ante algo que ofrece el potencial de sustentar un futuro bajo en carbono.

¿Cuál es la mejor opción? ¿Debería solo permitirse la explotación de nódulos y no de respiraderos?

Algunos sostienen que todo esto sería innecesario si se mejorara el reciclado de metales. Otros aseguran que eso solo produciría una fracción de lo que se necesita.

El tiempo se acaba para encontrar respuestas.

Mientras tanto, más de 40 años después de que la CIA inventó una operación minera en el fondo del mar, las primeras expediciones reales podrían comenzar a excavar antes de que la mayoría se dé cuenta.


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