Como los juguetes que no gustan a los niños, la ropa que la gente compra en la actualidad despierta lástima: está siendo usada cada vez menos.
El auge de los fabricantes de fast fashion, esa ropa que pasa rápidamente de las pasarelas a los consumidores y poco después al olvido, implica que los compradores pueden conseguir las prendas que están de moda casi inmediatamente después de que son diseñadas y, con la misma velocidad, dejarlas de lado para montarse en la ola siguiente.
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Muchos de nosotros intentamos librarnos del sentimiento de culpa que genera la ligereza con la que consumimos la moda llevando esa ropa que apenas usamos a tiendas de caridad.
De acuerdo con la ONG Oxfam, solamente el año pasado las donaciones que recibieron se incrementaron 2%.
De alguna manera se trata de un círculo virtuoso, aunque únicamente entre 10% y 20% de la vestimenta donada termina siendo comercializada en las tiendas de caridad como las de Oxfam.
El resto se vende a distribuidores que clasifican las prendas y las envían a países como Pakistán o Malasia, donde terminan en mercados de ropa de segunda mano o son recicladas para fabricar productos como la lana sintética.
Solamente hay un problema: cada vez hay menos países que quieren comprar ropa usada.
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Tendencia en descenso
En general, el mercado global de exportación de ropa usada se estima en unos US$4.000 millones.
Pero un análisis de datos de la ONU, realizado por la BBC, revela que este negocio que hasta hace poco era de rápido crecimiento ha caído en los últimos años tanto en términos de volumen como de valor.
Ruanda, Kenia, Uganda, Tanzania, Sudán del Sur y Burundi recientemente anunciaron su intención de detener a partir del año 2019 la importación de ropa usada desde países como Estados Unidos y Reino Unido.
"Tenemos que establecer y desarrollar nuestras propias industrias", dijo en junio de 2017 el presidente de Ruanda, Paul Kagame, al argumentar su decisión.
En América Latina, países como México y Bolivia, también prohibieron desde hace años la importación de estos artículos.
Las consecuencias para los exportadores son evidentes.
Estados Unidos, que es el principal vendedor de ropa usada, dijo el verano pasado que revisaría sus relaciones comerciales con Ruanda, así como con Uganda y Tanzania, a raíz de las prohibiciones anunciadas.
En una declaración, el gobierno de Donald Trump afirmó que esas medidas "imponen unas dificultades significativas para la industria estadounidense de ropa usada".
Pero, independientemente de si se trata de una disputa política o simplemente de falta de demanda, el cada vez más competido mercado global de ropa usada ha puesto bajo presión a las empresas británicas que compran todas esas prendas sin vender de las tiendas de caridad.
Cada vez menos
Desde hace 30 años la familia de Ross Barry ha estado a cargo de LMB Textile Recyclers, una de las compañías británicas que se dedican a este negocio.
Pero ahora, según afirma, hay "cada vez menos de nosotros en Reino Unido".
Su fábrica, ubicada en el este de Londres, tiene unas grades cintas transportadoras en torno a las cuales hay trabajadores ubicados cada varios metros que revisan cuidadosamente todas las piezas y las clasifican en 160 categorías diferentes.
La clasificación varía desde "casi nueva" hasta "solo sirve para aislamiento térmico".
Las prendas de cada categoría son empaquetadas en bolsas de plástico que pesan unos 45 kilos cada una y que luego son vendidas a compradores extranjeros por montos que oscilan entre US$7 y US$212.
Los sostenes y la ropa de los equipos de fútbol se venden a los precios más altos, señala Barry.
El trabajo de seleccionar las prendas es bastante intenso.
"No hay una máquina que te diga que ’esa es una prenda de categoría uno", comenta.
Explica que durante los últimos cinco años ha visto salir del mercado a unas 60 o 70 empresas y LMB no ha sido inmune a la crisis: ha tenido que reducir su plantilla de 100 a apenas 20 empleados a jornada completa.
"El negocio de la ropa es internacional. Pueden comprar prendas de cualquier sitio", afirma Barry al asegurar que es muy difícil seguir siendo competitivo en Reino Unido debido a los altos costos laborales.
Parte de lo que afecta a la empresa de Barry es el hecho de que la ropa que se compra en la actualidad cada vez más termina siendo catalogada en la categoría más baja, casi como "basura".
Cosas que se rompen
Los fabricantes saben que los consumidores están más interesados en bajos precios que en durabilidad, debido a que de forma creciente sus expectativas son usar las prendas unas cuantas veces y luego tirarlas.
"Entonces, ya la calidad no es tan buena, así que cuando nuestros clientes se llevan una prenda saben que no la van a poder usar 200 o 300 veces, sino apenas en un par de ocasiones", apunta.
De acuerdo con Fee Gilfeather, jefe de la división de marketing de Oxfam, eso quiere decir que "cada vez hay más ropa que termina siendo incinerada".
Es por ello que tanto Oxfam como LMB creen que el futuro del reciclaje de ropa podría ser "cerrar el ciclo de la vestimenta", hallando la forma de reciclar totalmente estas prendas en nuevos tejidos que podamos usar.
Recientemente, Oxfam se unió a la cadena de tiendas Marks & Spencer para fabricar un traje de cachemira usada de alta calidad obtenida a través de las tiendas de caridad.
Y un gigante del fast fashion como Hennes y Mauritz -mejor conocido como H&M- recientemente se alió con la Instituto de Vestimenta y Textiles de Hong Kong para financiar la investigación sobre cómo reciclar las telas mixtas (como las mezclas de algodón con poliéster) para convertirlas en nuevos tejidos e hilos.
Sin embargo, hasta que la tecnología alcance nuestra insaciable necesidad de consumir moda cada vez más rápido, un mensaje de Oxfam enfatiza es que los consumidores no deberían dejar de donar ropa solamente por el hecho de que puede acabar incinerada.
De hecho, parte de la energía de esos fuegos hechos con prendas indeseadas podría terminar siendo usada para dar electricidad a los hogares.
Así que la próxima vez que te tiente una nueva tendencia, recuerda las palabras de Coco Chanel.
"La elegancia", se dice que ella dijo, "no consiste necesariamente en ponerse un vestido nuevo".
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