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"Vamos a salir": la esperanza en Jojutla, la ciudad más cercana al epicentro del terremoto que devastó México hace cuatro meses

El municipio del estado de Morelos fue el más destruido en Ciudad de México tras el terremoto que afectó al país el pasado 19 de septiembre. Sus sacudidas dejaron allí huellas que no se borran. BBC Mundo visitó la llamada "zona cero" mexicana.

Las pesadillas no se van. Muchas veces en los últimos cuatro meses María Jiménez recuerda el momento en el que el sismo del 19 de septiembre de 2017 le cambió la vida.

"Cuando empezó a temblar la casa de la contraesquina se recargó en la que está al lado y que estaba detrás de la mía", le cuenta a BBC Mundo.

"La primera se cayó luego luego, allí murieron creo que dos personas. La otra jaló a la mía y las dos se derrumbaron también".

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Después, en un par minutos y como fichas de dominó, una a una las construcciones de esa manzana del barrio Emiliano Zapata de Jojutla, del sureño estado de Morelos, se fueron al suelo.

La ciudad es la población más cercana al epicentro del terremoto de magnitud 7,1, que causó la muerte a 369 personas y dejó a otras miles sin hogar.

En Jojutla murieron 73 y otras cien resultaron heridas. Más de 150 casas se derrumbaron y otros cientos tienen daños graves.

Cuatro meses después de la tragedia, en la entrada de lo que fue su casa, María revive el momento. Pero todo es distinto.

Estrés y pesadillas

En lugar de la vivienda "con dos recámaras, biblioteca cocina, baño" que tenía, lo que existen ahora son casas de campaña que les regaló una organización civil de Israel.

Lo que fue la casa vecina es hoy una cocineta, donde jóvenes voluntarios de una iglesia evangélica preparan ensalada y sándwiches.

El patio ahora es un enorme terreno con mallas metálicas para dividir lo que fueron las propiedades de cada familia. Todas las viviendas de esa manzana se cayeron. Algunas piedras y ladrillos recuerdan su existencia.

Casas de plástico, baños portátiles, una lona para proteger el improvisado altar de lo que fue la iglesia de La Santa Cruz, derruida como las construcciones vecinas.

Polvo. Mucho. Y pesadillas, estrés. "Ha sido muy difícil", reconoce María.

"Quienes más lo resintieron fueron los niños, empezaron a preguntar dónde vamos a vivir, qué vamos a hacer. Hay que darles seguridad, aunque personalmente no tengas ninguna".

Sobrevivir. Aguantar la vida en un campamento de damnificados. Proteger la casa o lo que queda de ella. No importa, insiste María Jiménez.

"Vamos a salir, esto es temporal", dice. "A veces parece que no pero es cierto: nuestra vida no es bajo un techo de plástico".

Asustados

Jojutla se encuentra a 91 kilómetros al sur de Ciudad de México, en una zona de clima húmedo y caluroso que favorece el cultivo de arroz y caña de azúcar.

Es también un atractivo turístico. El calor y su cercanía con ríos y la laguna de Tequesquitengo permitieron la instalación de numerosos balnearios, casi todos populares.

Antes del sismo cientos de personas viajaban desde Cuernavaca, la capital de Morelos, para refrescarse en las albercas o visitar los museos alusivos a la Revolución Mexicana y a Emiliano Zapata.

Pero eso cambió el 19 de septiembre. Después de Ciudad de México, Jojutla fue la población más afectada por el terremoto.

Los videos de casas que se derrumbaban o de testimonios dramáticos de los damnificados fueron virales en redes sociales de internet.

Dejó huella, le dice a BBC Mundo Jorge Ayala, vendedor de tacos en el centro de la población.

"Una semana después del sismo me preguntaban mis amigos si todavía existía Jojutla, porque vieron en Twitter los videos y creyeron que no quedaba nada", dice.

"Yo creo que mucha gente está asustada pero, ¿cómo los convences de venir, si aquí hay escombros en todas partes?".

"Zona cero"

Tiene razón. En muchas calles del centro de Jojutla hay casas o edificios derrumbados, otros sin fachada o con los muros fracturados.

El Palacio Municipal está en ruinas, el techo de sus portales sostenido por troncos de madera.

Es frecuente encontrar campamentos en esquinas o terrenos polvosos donde alguna vez hubo casas. Los dueños permanecen sentados afuera de las casas de campaña para huir del calor.

Hay montañas de escombros que no fueron removidos en cuatro meses, calles cerradas, edificios de cuatro o cinco pisos acordonados con cinta plástica amarilla o roja, según el riesgo de colapso.

Las personas caminan en silencio, incluso en el fin de semana que BBC Mundo visitó la ciudad. Los comercios tienen pocos clientes.

No era así. Esos días eran de fiesta, de visitar los restaurantes y algún bar. Las reuniones en los barrios como Emiliano Zapata eran también muy comunes.

Allí, por cierto, es donde más prevalece el impacto del sismo, tanto que en Morelos se le conoce como "Zona cero".

Es donde hay más campamentos de damnificados y el sitio donde se concentró la atención de los medios y autoridades.

Pero de poco sirve, dicen algunos vecinos, porque la ayuda para reconstruir el barrio sigue lenta, atorada en trámites y burocracia.

Cuatro meses después del terremoto, por ejemplo, Hortensia Navarro aún lucha porque el gobierno federal reconozca que su casa se derrumbó por completo.

"Fue pérdida total, no quedó nada pero la tarjeta que me entregaron es para daños parciales y no para reconstruir", le dice a BBC Mundo.

Se refiere a una tarjeta bancaria donde el gobierno deposita un subsidio.

La cantidad es distinta según el impacto en cada propiedad: 15.000 pesos (unos US$790) para reparar daños, y 120.000 pesos (US$6.320) para construir de nuevo la vivienda.

Por eso la desesperación de Hortensia, quien vive con su hija en una casa de plástico en el terreno de lo que fue su casa. "Dicen que sí nos va a llegar el apoyo, pero nos dan largas y largas", se queja.

Cuando reciba el dinero de todos modos será insuficiente. El valor comercial de la casa que perdió era de un millón de pesos aproximadamente.

"Los 120.000 que están dando apenas alcanza para construir un cuartito, a lo mucho dos", dice.

"No recibí nada"

De cualquier forma es más de lo que otros recibirán. A unos pasos de la casa de Hortensia vivía Delia Ramírez con su esposo y una hija.

El día del sismo su vivienda se derrumbó por completo. Durante varios días se refugió en un albergue pero la mayor parte del día se quedaba en las ruinas de su casa.

Perdió todos sus muebles pero la única ayuda que recibió fueron algunas bolsas con maíz, frijol, harina, azúcar, sal y comida enlatada.

Cuando las autoridades empezaron a repartir subsidios para la reconstrucción tampoco le tocó nada.

"Yo rentaba la casa y el apoyo fue para los dueños”, explica a BBC Mundo. "Y como no era mi propiedad no recibí nada, ni siquiera para los muebles".

La familia vive ahora en una pequeña habitación que rentaron cerca de lo que fue su barrio. Lo que sigue para ellos es un misterio. "No hay nada. Se olvidaron de los que rentamos, los que no tenemos propiedades", lamenta.

Una de las facetas de Jojutla a cuatro meses del terremoto, que incluso desde su origen pareció hacer evidentes las diferencias:

La manzana donde estaba la casa de María Jiménez se derrumbó por completo, pero en la acera de enfrente, a unos pasos, la casa de Sara Navarro Parra quedó en pie, con unas pequeñas grietas en los muros.

¿Por qué? No se sabe.

La familia de María tendrá su casa reconstruida en unas semanas (eso le prometieron), pero a Delia Ramírez las autoridades no la tomaron en cuenta.

Y paradójicamente, a unos metros de lo que fue su vivienda se encuentra la primera casa reconstruida tras el sismo en Jojutla.

Se trata de una vivienda de fachada naranja de un nivel, con tres habitaciones, una pequeña sala, cocina y un baño. Los constructores aseguran que resiste cualquier sismo.

Canciones y realidades

Anochece. Frente a lo que fue la iglesia de la Santa Cruz los voluntarios que ayudan a la familia de María colocaron un micrófono, dos bocinas y una batería.

Es una zona en ruinas. A unos pasos los vecinos de casas destruidas cortan troncos de madera para sostener la base del muro de la vivienda que quieren edificar de nuevo.

Israel, uno de los hijos de María Jiménez, toca la batería y entona una canción con ritmo de rock, pero la letra es religiosa. Canta a Dios, al amor y la esperanza.

Los jóvenes voluntarios –de Brasil, Suecia y Estados Unidos- aplauden, ríen, cantan, levantan los brazos para seguir el ritmo de la canción.

Los vecinos que reconstruyen su casa apenas los miran.


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