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Qué nos dice la extraordinaria experiencia del Nobel de Medicina Mario Capecchi sobre la economía de la innovación

El progreso a menudo está precedido por proyectos de investigación: unos van mejorando las cosas poco a poco, sostenidamente; otros, son un fracaso a menos de que algún día den el resultado soñado. Si estuviera en tus manos, ¿cuáles financiarías?

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¿Qué tienen que ver unos pantalones calientes y unos ratones con la economía de la innovación?

Poco, pero sí ilustran el contraste entre la idea de la mejora incremental contra la de los avances arriesgados. Y las experiencias de dos científicos, Matt Parker y Mario Capecchi, proporcionan una visión fascinante de las diferentes formas de progreso.

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Parker fue jefe de mejoras marginales para el ciclismo británico y ayudó al equipo a acumular medallas en los Juegos Olímpicos de 2012 a través de innovaciones tales como unos pantalones calentados eléctricamente.

El científico notó que los deportistas calentaban sus músculos antes de la carrera, pero luego tenían que sentarse en sus bicicletas a esperar que empezara la carrera. Los pantalones ayudaron a que mantuvieran sus músculos calientes.

Se dio cuenta también de que si frotaban las ruedas con un poco de alcohol, les quitaban polvo y les daban un poco más de fricción para que al empezar la carrera ganaran un poco de tiempo. Y ese ’poco’ es clave.

Se aseguró de que se lavaran las manos a menudo para que gérmenes que circulan en los eventos deportivos internacionales no los enfermaran; que llevaran siempre una almohada ortopédica, para que no se levantaran con dolores musculares; y que maximizaran la recuperación entre las semifinales y las finales.

Cada una de esas mejoras marginales fue suficiente para darle al equipo una ventaja que resultó en siete medallas de oro para equipo de Gran Bretaña de las diez posibles.

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Pequeños y exitosos; grandes e improbables

La idea de mejoras marginales es que tomas un proceso y lo divides en partes para examinar cada una preguntándote si se puede hacer un poquito mejor.

Es algo que, por ejemplo, las compañías tecnológicas suelen hacer —optimizar sus productos, sus páginas webs—, y que quizás sería beneficioso en otros ámbitos, como en los sistemas de educación o de salud.

Sin embargo, no todas las mejoras son marginales. Algunas son enormes saltos. Y a menudo empiezan siendo posibilidades muy remotas.

El problema es que no es fácil convencer a quienes pueden financiar esos posibles saltos de que lo hagan.

Un ejemplo de ello es la experiencia de nuestro otro científico, Mario Capecchi.

"Olvídese de los ratones"

A principios de los 80, Capecchi acudió al Instituto Nacional de Salud (INS) de Estados Unidos, que financia investigación médica.

Los proyectos que más les atraen son los de mejoras marginales, lo cual es comprensible pues funciona con fondos de los contribuyentes, así que prefieren invertir en innovaciones que tengan casi una garantía de éxito.

Prefieren algo que vaya a mostrar progreso, y Capecchi llegó con tres proyectos. Dos de ellos eran sólidos, con una clara trayectoria y una cuenta paso a paso de las metas. El éxito era casi asegurado.

El tercero era una idea: iba a tomar un gen del ADN de un ratón y lo reemplazaba con un gen distinto.

Era algo difícil de lograr. Y para el INS, no solo era difícil sino imposible. Era ciencia ficción.

El instituto decidió darle fondos, pero le pidieron que se olvidara de los ratones.

Para entender el siguiente paso que dio Capecchi ayuda saber un poco de su historia.

De 4 a 9 años

Mario Capecchi nació en el norte de Italia poco antes de la guerra y su memoria más temprana es la de la Gestapo arrestando a su madre y llevándosela a un campo de concentración.

Su madre nunca se había casado con su padre, era un hombre violento, y era una disidente política. Ella sabía que era posible que se la llevaran, así que le había pedido a unos vecinos que lo cuidaran.

Un año después, algo pasó y Capecchi —quien entonces tenía 4 años— terminó viviendo con su padre.

Más tarde dijo que nada de lo que le pasó fue tan doloroso como la violencia con la que lo trató su padre.

Después de unas semanas, se escapó. Pasó la guerra en pandillas callejeras, refugios en iglesias, orfanatos.

Cuando la guerra terminó, tenía 8 años, estaba muy enfermo en un hospital, desnudo —pues las enfermeras sabían que si le daban ropa se escaparía—, comiendo pan duro y bebiendo escarola.

Así sobrevivió un año hasta que un día llegó una mujer que él no reconoció. Tras pasar tanto tiempo en un campo de concentración, su madre había cambiado notablemente. Además, lo había estado buscando durante 18 meses por toda Italia.

Le compró un traje tradicional tirolés —él aún conserva el sombrero con su decorativa pluma— y se lo llevó a Estados Unidos, donde tenían unos parientes.

Demasiada gente inteligente queriendo deslumbrar

Dos décadas después, Capecchi estaba estudiando en la Universidad de Harvard bajo la tutoría de James Watson, el codescubridor del ADN.

Un día le dijo a Watson que quería ser un biólogo molecular —en esa época, un nuevo campo— y le preguntó dónde debería estudiar. Watson le contestó que sería una locura estudiar en cualquier lugar que no fuera Harvard.

Se quedó, por dos años. Pero después se fue. La razón: Harvard se ha convertido en "un bastión de gratificación a corto plazo".

Demasiada gente inteligente tratando de deslumbrar a demasiada gente inteligente constantemente.

Demasiadas mejoras marginales.

Para Capecchi, si quieres hacer una gran trabajo, si de verdad quieres innovar, necesitas más espacio.

Se fue a la Universidad de Utah, donde estaban estableciendo un nuevo departamento de Biología Molecular.

De ese par de años que pasó en la prestigiosa universidad, Watson alguna vez dijo que Capecchi "había logrado más como un estudiante de posgrado que la mayoría de los científicos logran en sus vidas".

El ratón knockout

Unos años más tarde estaba en el INS con sus tres proyectos, intentando conseguir financiación.

Cuando le entregaron los fondos, los invirtió precisamente en el proyecto que le habían dicho que dejara de lado, el que lleva por nombre "el ratón knockout".

Bloqueó un gen, como se lo había propuesto, lo reemplazó… y sentó las bases de toda la terapia genética.

Los expertos del INS le dijeron: "Nos complace mucho que no haya seguido nuestro consejo".

En 2007, Mario Capecchi recibió el premio Nobel de Medicina.

Ganador y perdedor

Es una historia inspiradora, pero también preocupante. Pues sería maravilloso tener un sistema de innovación que apoyara no solo a genios tercos, sino también a genios tímidos, ansiosos, nerviosos, reacios a los riesgos.

Es algo posible, pero difícil.

Si eres un Matt Parker, vas a llegar al trabajo cada día con pruebas de que las todo está un poco mejor. Y eso es muy valioso.

El problema de las posibilidades remotas es que la mayoría no tienen éxito. Todos los días vas a llegar al trabajo cargado de fracaso hasta ese día que logres algo… si lo logras.

Excéntrico

Afortunadamente, hay opciones como el Instituto Médico Howard Hughes (IMHH), una organización caritativa de investigación médica creada por un multimillonario excéntrico que tiene un programa que explícitamente urge a los investigadores "a arriesgarse, a explorar rutas no recorridas, a acoger lo desconocido, incluso si eso significa incertidumbre o posibilidad de fracaso".

Lo que les interesa es saber que si la investigación logra un éxito, ese éxito sea transformativo.

No sorprende que esa posición lleve a muchos fracasos costosos.

Sin embargo, cuando tres economistas —Pierre Azoulay, Gustavo Manso y Joshua Graff Zivin— examinaron la información sobre los resultados de los programas del INS y del IMHH para proveer una evaluación rigurosa sobre cuántos avances importantes emergen de los dos enfoques contrastantes, la evidencia mostraba que el instituto que más se arriesgaba a fracasar producía las investigaciones más importantes, inusuales e influyentes.

Es por eso que no debemos olvidar quese necesitan ambos enfoques para progresar.


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