En el corazón de cualquier democracia moderna está la idea de que hay que elegir a los líderes para que ejerzan el gobierno.
Pero, a la vista de casos como los de Alemania e Irlanda del Norte, que empiezan 2018 sin que sus líderes hayan logrado formar un ejecutivo, la pregunta que se plantea es: ¿realmente necesitamos a los políticos?
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Hace 12 meses, los norirlandeses se encontraron sin gobierno después de la dimisión del viceministro principal del país en medio de una polémica por la gestión de un programa energético.
La consiguiente merma en la confianza entre los nacionalistas en el gobierno y los partidos unionistas no muestra visos de resolverse.
Dado que para la aprobación de toda ley es necesario el apoyo de ambos bandos, la actividad ha quedado reducida al mínimo en la Asamblea de Stormont, el Parlamento del Ulster.
El presupuesto de este territorio autónomo británico ha tenido que aprobarse desde Londres y las decisiones del día a día sobre las competencias transferidas las están tomando funcionarios y no dirigentes políticos.
Semejante situación podría parecer extraordinaria, pero la falta de liderazgo político no ha derivado en un colapso de los servicios públicos y la gente sigue adelante con sus quehaceres habituales.
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Y, como el caso de Irlanda del Norte no es en absoluto excepcional, los cínicos podrían preguntarse si tiene algún sentido tener un gobierno, teniendo en cuenta que, aparentemente, funcionamos tan bien sin ellos.
Alemania, por ejemplo, no ha tenido un gobierno desde las elecciones federales del pasado septiembre, que dejaron un panorama político nada concluyente.
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Aunque las conversaciones para encontrar una solución arrancaron el pasado domingo, podrían pasar meses antes de que los nuevos ministros tomen posesión de sus cargos.
En Bélgica, se estableció entre los años 2010 y 2011 el récord del periodo más largosin gobierno, después de que la disputa entre dirigentes flamencos y valones condujera a 589 días de bloqueo político.
España se pasó los diez primeros meses de 2016 en una situación similar, un "impasse" que solo terminó cuando los socialistas en la oposición se abstuvieron en el Parlamento y permitieron que los conservadores formaran gobierno en minoría.
Países rotos
No es difícil encontrar otros ejemplos fuera de Europa.
Somalia estuvo sin nada que pudiera ser llamado un gobierno durante 15 años entre las décadas de 1990 y 2000, una época en la que el país fue desgarrado por las milicias tribales, los clanes piratas y los extremistas islámicos.
E Irak se pasó en una situación parecida gran parte de 2010, lo que provocó temores de que los insurgentes pudieran explotar el bloqueo y aprovechar la reducción en el despliegue militar estadounidense.
Pero, ¿qué significa carecer de gobierno en un estado estable y avanzado, donde las consecuencias son menos profundas?
En Alemania, la política es capaz de seguir en marcha mientras los "ministros en funciones", un presupuesto prorrogado en vigor y los gobiernos locales y regionales, que son los responsables inmediatos de la aplicación de las políticas, aseguran la normalidad.
El país sigue representado en las instituciones de la Unión Europea (UE).
En cualquier caso, hay al menos tres consecuencias profundamente negativas.
En primer lugar, sin un adecuado escrutinio parlamentario o político, existe el riesgo de que alguien lleve a la práctica inadvertidamente decisiones de calado.
El ministro alemán de Agricultura en funciones, Christian Schmidt, provocó asombro en su país cuando votó en la UE a favor de permitir el uso continuado de un polémico pesticida, lo que iba en contra de lo acordado por los principales partidos germanos y no contaba con el respaldo de la canciller Angela Merkel.
En segundo lugar, un país sin gobierno puede ser simplemente incapaz de adoptar medidas estratégicas, tanto en el plano doméstico como en el internacional.
Por ejemplo, ¿cómo responderá el gobierno alemán a los ambiciosos planes de reforma de la Unión Europea del presidente francés Emmanuel Macron?
La respuesta es que, simplemente, no lo sabemos, y no podemos saberlo porque no hay ningún gobierno para fijar una postura.
Alemania tampoco puede introducir reformas internas con las que hacer frente a desafíos como estimular la construcción de viviendas o mejorar el sector de la atención social.
Por último, esta situación implica que los ministros en funciones están todavía respondiendo a decisiones sobre las que se pronunció el electorado en 2013, en lugar de ofrecer una reacción a los asuntos en torno a los que se votó en 2017.
Con todo, esta situación no es tan dramática como otras formas de quiebra democrática.
Como la que se produce periódicamente en Estados Unidos cuando el Congreso y el presidente son incapaces de alcanzar un acuerdo sobre la financiación del gobierno y este tiene que suspender las actividades y servicios a su cargo.
Esto acarrea consecuencias como el cierre al público de museos, el cese de la expedición de pasaportes o retrasos en la aprobación de hipotecas.
Los tecnócratas
En tiempos de crisis nacional, los países pueden recurrir también a "gobiernos tecnocráticos", como el que lideró Mario Monti en Italia entre 2011 y 2013.
Tras el colapso del gobierno de Silvio Berlusconi, en lugar de a políticos, se nombró a expertos para que tomaran las decisiones.
De todo esto, ¿qué lecciones cabe extraer del caso para Irlanda del Norte?
La buena noticia es que no hay razón para temer un estallido social.
Pero Irlanda del Norte tendrá menos pegada más allá de sus fronteras.
Esto es especialmente problemático en una época en la que se están negociando los términos del Brexit (La salida del Reino Unido de la Unión Europea), sobre todo para los nacionalistas, ya que los unionistas tiene algo de influencia en Londres gracias a su acuerdo para apoyar el gobierno en minoría de Theresa May.
Además de que muchas cuestiones de calado se queden sin respuesta política por el momento, el riesgo es que Londres opte por gobernar directamente el territorio autónomo si el récord de 598 días de los belgas llega a estar en entredicho.
Sobre esta nota
Este es un análisis que la BBC encargó a un experto que trabaja para una organización externa.
El doctor Ed Turner es jefe de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Aston.
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