Brenda Grant tenía clarísimo lo que quería o más bien lo que no quería.
Tras perder paulatinamente a su madre por la demencia, Brenda temía más a la degradación y a la pérdida de dignidad que a la propia muerte.
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Y por eso decidió hacer un testamento vital: se trata de un documento legal con instrucciones médicas por anticipado en el que se documentan los deseos del paciente ante un potencial tratamiento médico al final de su vida, en caso de que no pueda hablar por sí mismo.
El deseo de Brenda, de Inglaterra, era que no la mantuvieran artificialmente con vida.
El testamento decía que si ya no tenía lucidez mental o si sufría alguna de una lista de enfermedades, no quería recibir tratamientos que le prolongaran la vida.
También decía que no quería que la alimentaran pero que si tenía síntomas de dolor sí le dieran analgésicos para quitárselos, aún cuando la administración de esos analgésicos le acortara la vida.
Pero a los 81 años, después de haber sufrido un derrame cerebral, los médicos la alimentaron artificialmente durante casi dos años.
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22 meses de agonía
En octubre de 2012 Grant sufrió un catastrófico derrame que la dejó incapaz de caminar, hablar o tragar alimentos.
Después de pasar tres meses ingresada en el hospital George Eliot de Inglaterra los médicos le hicieron una gastrostomía endoscópica percutánea en el estómago para poder ser alimentada directamente.
Después la enviaron a una residencia para ancianos.
El hospital había recibido el testamento vital de Grant, pero se había quedado oculto en el medio de una gran pila de papeles médicos, según su hija, Tracy Barker.
Ya en la residencia, Grant se volvió inquieta y trató de quitarse los tubos del brazo, lo cual hizo que el personal le cubriera las manos con manoplas.
"Tenía miedo de que la mantuvieran con vida porque tenía miedo de que la pusieran en una residencia", le dijo Tracy Barker a la BBC.
"Ella nunca quiso ser una carga para nadie, así que no habría querido que ninguno de nosotros la tuviéramos que cuidar".
Sus hijos no sabían nada del testamento
Brenda Grant no le había dicho nada a sus hijos sobre su testamento vital.
Fue su médico de familia el que los alertó sobre la existencia del documento después de que Grant volviera a ser ingresada en el hospital.
Durante una reunión son los médicos del hospital, el doctor argumentó junto a los miembros de su familia que su voluntad expresada en momentos de lucidez debería ser respetada, contó Barker.
Finalmente, le quitaron los tubos de alimentación y murió pocos días después, el 4 de agosto de 2014.
"Estoy muy, muy enfadada conmigo misma por haber dejado que mi madre sufriera durante dos años por algo por lo que no necesitaba sufrir", dijo su hija.
"Yo no quería que mi madre muriera, nadie quiere que su madre muera", dijo.
"Pero mi madre murió el día en que tuvo ese derrame, porque ya nunca podría volver a hacer nada de lo que podía hacer antes".
"Yo sé que no habría querido vivir de la manera en que estaba viviendo".
Barker buscó ayuda legal para llamar la atención sobre el caso de su madre, con la intención de que ninguna otra persona tuviera que pasar por algo similar.
"Fue un caso realmente interesante", le dijo a la BBC Richard Stanford, de la firma BTTJ.
"Desde una etapa muy temprana involucramos a un abogado en derechos humanos porque nos pareció que era un caso único".
El consejo del Hospital George Eliot admitió su responsabilidad en lo ocurrido y en un acuerdo fuera de juicio accedió a pagar 45.000 libras esterlinas, unos US$60.000.
En una carta dijeron: "Aceptamos que el consejo no actuó de acuerdo a las directrices que la fallecida había dejado por adelantado y que fallamos en el manejo de ese documento, ya que no lo almacenamos de manera que pudiera ser fácilmente observable".
A partir de este caso el consejo director de ese hospital inglés dijo que habían empezado a registrar la existencia de estas directrices en la primera página del historial de los pacientes.