Donald Trump, el presidente republicano de Estados Unidos que desde la contienda electoral ha actuado como un insolente bravucón, ha recibido un duro golpe de su propio partido cuando la semana pasada presenció cómo su propuesta de salud tuvo que ser retirada de la Cámara de Representantes al no contar con los votos para su aprobación.
Poco sirvieron las amenazas que lanzó a sus congresistas para lograr su intención de aprobar una reforma de salud en tiempo récord. El truhán que regenta Casa Blanca recibió la oposición de todas las fuerzas republicanas, desde los más moderados hasta los ultraconservadores del Tea Party.
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Muchos expertos y analistas han expresado que el magnate de los negocios ha recibido una fuerte humillación política, la primera de muchas que pudiera tener a lo largo de este cuatrienio y que se suma al golpe judicial que ha recibido su plan contra los inmigrantes.
Mas Trump no ha sido el único derrotado. Este fracaso es también para el presidente de la Cámara, Paul Ryan, quien fue el promotor del American Health Care Act, proyecto de ley con el que se pretendía destronar la reforma de salud que impulsó y aprobó el otrora presidente Barack Obama.
Tras malograrse la propuesta de salud republicana, Ryan no parece muy dispuesto a insistir en hacer valer una de las promesas de campaña de Trump, al menos por el momento. Aliviará esta vergüenza política intentando aprobar sin mayores controversias otras medidas, como la reforma contributiva, según ha expresado.
Curiosamente, el Obamacare logró un choque de fuerzas entre los republicanos que evitó su destrucción. Es probable que la cercanía de la campaña electoral a la que se enfrentarán los congresistas haya servido de muro de contención para detener la agenda de Trump, toda vez que los políticos republicanos no querrán perder sus escaños en un par de años y entregarles en bandeja de plata el Congreso a los demócratas.
Si eso ocurriera, la presidencia de Trump se vería más obstaculizada en impulsar su agenda conservadora.
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Todo apunta a que los congresistas republicanos temieron enfrentar el costo político que supondría la aprobación de una reforma de salud que, en una década, dejaría sin plan médico a cerca de 24 millones de personas. Estimados de expertos advertían que el efecto inmediato de esa reforma representaba que 14 millones de estadounidenses perderían acceso a servicios de salud en solo un año.
Recordemos que esta medida fue promulgada con la alegada intención de reducir el déficit del Gobierno de Estados Unidos al eliminar del presupuesto casi $900 mil millones de fondos públicos. A cambio, un amplio sector de la población quedaría sin servicios de salud.
Eso, además de un aumento en las pólizas de los planes médicos y la eliminación de servicios de medicina preventiva para los beneficiaros del plan de salud del Gobierno, junto a una reducción en servicios hospitalarios, salud mental, maternidad y atención en salas de emergencia. Y, como si fuera poco, el plan de los republicanos eliminaba el supuesto de obligatoriedad en la obtención de un seguro médico que estableció el Obamacare.
Detrás de la propuesta de Trump y Ryan también estaba la intención de complacer a los sectores más ricos de Estados Unidos, quienes solicitaron la eliminación del impuesto de 4 % que la reforma de Obama gravó contra las ciudadanos con ingresos mayores a $250 mil y que iba destinado a financiar el sistema de salud.
También estaba el reclamo de las aseguradoras de planes médicos y las farmacéuticas, quienes aducían haber sido afectadas por las alzas en los impuestos que fijó Obamacare.
Ahora todo queda en un limbo. No hay certeza de qué movidas estén tramando los republicanos para minimizar el costo de esta derrota. De seguro algo harán.
Mientras, en Puerto Rico el sistema de salud va camino al precipicio y a los políticos del patio solo se les ocurre pedir limosnas en el Congreso federal.