En menos de un año, las circunstancias políticas de Puerto Rico cambiaron radicalmente. El Estado Libre Asociado (ELA) quedó descarnado y con tal desnudez se invalidó el viejo discurso estadolibrista, afincado a la ideología del Partido Popular Democrático, que ha pretendido engañar al país con la ilusión de que vivimos en “lo mejor de dos mundos” como consecuencia de un alegado pacto de asociación con Estados Unidos. Hoy sabemos, por voz de los propios estadounidenses, que el ELA es una farsa y que bajo esa condición hemos vivido bajo el fiasco de un estatus que no ha sido ni estado, ni libre, ni asociado y que hoy, más de 60 años después, nuestro país carece de soberanía y, a pesar de los alaridos de las voces más incrédulas, somos un territorio sujeto a la plena autoridad del Congreso bajo la cláusula territorial. Esa realidad ha sido denunciada por el independentismo puertorriqueño desde el día uno de la aprobación del ELA y por hablar en voz alta contra esa falsa colonial se han vivido muchos momentos de represión política. Mas ahora, a ese eco de voces que devela el drama del coloniaje puertorriqueño, entre las que asiste un grupo de serios defensores de la estadidad, se unen las políticas y decisiones que se han esgrimido desde la metrópoli estadounidense en los últimos 12 meses. Nada más contundente que las expresiones del pasado Procurador General de Estados Unidos en el caso Sánchez Valle y la determinación judicial expresada el pasado año por el Tribunal Supremo de ese país referente a ese litigio, hasta las acciones del Congreso federal para imponernos una Junta de Control Fiscal con más poderes que el gobierno local electo. Queda claro que el ELA no ha sido más que una triste pantomima cuya sobrevivencia ha estado amarrada a un libreto de falsedades, vocalizado por una clase política sometida que, desde las entrañas del PPD, se aferra a arengas nacionalistas y convocatorias de unidad cada vez que ven amenazada su existencia. Su principal enemigo, dicen, es la anexión y para combatirla hay que enfrentar con masiva oposición cualquier propuesta de consulta que busque que nuestro pueblo se exprese a favor de opciones que sean verdaderamente descolonizadoras. Ya comenzamos a escuchar nuevamente los alaridos de la dirigencia del pepedé contra el proyecto de un plebiscito que centra la discusión del futuro político del país entre la estadidad y la soberanía. Su oposición responde al simple hecho que el ELA no puede figurar en una papeleta que proponga vías descolonizadoras conforme al derecho internacional y eso es un golpe letal contra el inmovilismo que representan los “happy colonials” puertorriqueños. A los populares se les desojó el libreto con el que litigaban sobre los supuestos márgenes autonómicos que tenía el ELA y en su capacidad de mejorarse dentro del marco constitucional estadounidense. Basta de engaños. El ELA nunca proveyó un gobierno propio, democrático y autónomo para el pueblo de Puerto Rico. Por el contrario, disfrazó la colonia y, desde entonces, ha tratado de persistir ataviada de una impúdica campaña de mentiras y desinformación. Ha quedado claro que Puerto Rico no tiene poder alguno sobre su destino. Esa es la triste realidad con la que hemos vivido desde el 1898 aun cuando sectores dentro del PPD han insistido, y algunos persisten, en defender el embeleco del ELA aduciendo que responde a la “voluntad” de un sector del país. De cara a un referéndum con opciones descolonizadoras, de concretarse la propuesta que impulsa el presidente del Senado, el pepedé tendrá que definir su posición de cara al sol, hablando claro y precisando qué aspiraciones de futuro encara, si alguna, y qué solución de estatus defiende. Ya no hay tiempo para engaños, confusiones e indecisiones. Para los “happy colonials” el terreno de juego está delineado: anexión o soberanía.
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