Opinión: El juicio de la moral

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Los grupos religiosos fundamentalistas se organizan para encauzar su nueva embestida contra el Gobierno, esta vez con la intención de detener la nominación a jueza asociada del Tribunal Supremo de la abogada Maite Oronoz Rodríguez.

La razón es sencilla y atiende su orientación sexual, toda vez que la letrada ha confesado que es lesbiana.

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Mas solo bastó que se oficializara la postulación de la joven abogada para que iniciara el fuego cruzado de los representantes del conservadurismo religioso, quienes, vale la pena recordar, han sido retrancas históricas contra la ampliación de nuestros derechos democráticos.

Esta semana en Metro reportamos las mortíferas manifestaciones que, a título de su alegado vínculo divino, hizo el reverendo Jorge Raschke en una estación radial para caerle encima a esta nominación.

“Le respeto que ofreciera su condición o preferencia sexual, pero en un momento como este manda una señal clara contra la lucha de los valores tradicionales. El gobernador cogió esto en el mes que se celebra el orgullo gay. Esto es una agenda para ir promoviendo esto. Me molesta no por ella, sino por el gobernador, ante la crisis que vive este país y que está provocando al país”, manifestó Raschke.

Una vez más, representantes del espacio religioso tradicional y fundamentalista recurren al trillado discurso de los “valores tradicionales” para anteponerse al avance de los derechos democráticos de nuestra sociedad. Pero ¿qué es eso de valores tradicionales? ¿A qué se refieren los representantes religiosos cuando reclaman a los Gobiernos dirigir el destino del país acorde con ciertos preceptos morales?

Para subrayar la importancia de esos supuestos “valores tradicionales”, ciertos religiosos recurren a su particular interpretación bíblica y se abrazan a códigos de comportamiento social que, sostienen, aparecen afirmados como leyes de preceptos morales en el Viejo y el Nuevo Testamento.

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De ahí, por ejemplo, justifican sus posiciones contra la comunidad LGBT alegando la existencia de un orden único en la conformación de las relaciones de pareja, una franquicia moral particular en la concepción de la familia y una sola forma de amar.

Por eso, al arremeter contra la nominación de Oronoz Rodríguez al más alto cuerpo judicial del país, el llamado líder religioso advierte que “la moral es eterna y hay principios que no son negociables”.

Mas el juicio de la moral, afirmaba el filósofo alemán Federico Nietzsche, es subjetivo, por lo que siempre habrá un terreno distendido que bifurca los senderos entre el bien y el mal, lo correcto e incorrecto, lo decente e indecente.

De ahí la importancia de prestarles atención a todas esas aproximaciones sobre “el bien y el mal” que imponen los sectores religiosos fundamentalistas y algunos políticos moralistas para imputar y condenar todo aquello que les parezca “infame, maligno y prosaico” porque, en su faz, responde a señalamientos retrógrados que se anteponen a la justicia, la equidad y la democracia.

Ese recurrir cristiano a los “valores tradicionales” no es más que un intento de intervención religiosa en el espacio público para delimitar la conducta humana sobre preceptos prejuiciosos, condenando las formas de amar surgidas fuera de la caja de la relación heterosexual y catalogarlas como perversas.

Es lamentable que, en pleno siglo XXI, haya un sector de la sociedad preso de la turbación ideológica de estos grupos que profesan una falsa moral para castigar la diferencia y evitar el avance hacia la construcción de una sociedad cada vez más justa y democrática.

En su aspiración a la silla del Tribunal Supremo, la licenciada Oronoz Rodríguez tendrá que ser evaluada por sus méritos, considerando ante todo su historial en la profesión legal y su concepción sobre la justicia, y no por su orientación sexual. En esa dirección, cualquier intento por desviar la atención pública para fusilar a priori esta nominación debe ser repudiado.

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