La tragedia de la discusión que ha desatado la publicación del informe de la Oficina de Contraloría General de Estados Unidos (GAO, en inglés) ha sido el pulseo entre el Partido Nuevo Progresista (PNP) y Popular Democrático (PPD) por defender el modelo de dependencia económica que mantiene al país en desdicha.
Es absurdo el debate entre penepés y populares, y sus acólitos comentaristas radiales, argumentando sobre qué fórmula de estatus, entre estadidad y Estado Libre Asociado colonial, garantiza más “derechos económicos” a la ciudadanía.
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Peor aún, es sentirnos presos del discurso cacofónico de la mendicidad política, que no es otra cosa que la reafirmación que la existencia de los partidos tradicionales está solo para perpetuar nuestra trágica estructura económica dependiente y colonial.
En ese sentido, el menos malo entre esa cofradía de políticos resulta ser quien más fanfarronee sobre sus gestiones en la capital federal para arrimar más dinero al bolso de la dependencia.
Qué más da si rojos o azules son eficientes en allegarnos fondos federales para engordar el pote de la beneficencia pública si, al final del camino, sus acciones nos sumergen más al centro del problema que nos subyuga e impide construir una ruta de salvación nacional.
¿Para qué sirve la mendicidad si no es para perpetuar el colonialismo y sus representantes políticos?
Sabemos que parte esencial de nuestros problemas como país resultan de un relación de dependencia que yace subvencionada al ritmo de transferencias federales y que, a su paso, provoca grandes limitaciones para nuestro crecimiento y fortalecimiento colectivo.
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Lejos de incentivar la ética del trabajo y de engrandecer la autoestima colectiva, el modelo económico que ha fomentado este Gobierno y sus antecesores alimenta el miedo y la incapacidad de pensar nuestro presente y futuro como resultado del esfuerzo individual y de la concertación solidaria de voluntades.
Perpetuar la dependencia es, en ese sentido, una fórmula para mantener el dominio de los partidos coloniales de siempre haciéndonos creer incapaces de construir un nuevo país lejos del mantengo federal.
Para esto tanto penepés como populares se han ocupado por décadas de vender la idea que la beneficencia que llega por “obra y gracia” del Congreso de Estados Unidos es la única salida para solucionar los problemas inmediatos del país y aliviar la pobreza material que vive la población más desventajada.
Solo con Estados Unidos y sus caridades, nos dicen con insistencia, podemos sobrevivir a nuestra indigencia social y económica gracias a la “bondad” de los subsidios para viviendas, las ayudas económicas para alimentos, los programas de salud y los fondos para educación.
Al mismo tiempo, los proponentes de este modelo, los mismos que hoy se debaten en las ventajas y desventajas que proyecta el informe GAO para sus mezquinos intereses proselitistas, enlazan la pobreza del país al ataque contra la alegada incapacidad del puertorriqueño a ser productivo y una determinación absoluta a vivir del cuento del mantengo.
Poco hay en sus análisis de una mirada profunda a cómo se fragua la dependencia que, tristemente, vemos expandirse generación tras generación con graves consecuencias sobre el ánimo y la autoestima del puertorriqueño y que es, en última instancia, la raíz de otros problemas que nos arropan, como la delincuencia y la violencia callejera.
Y subrayamos los efectos sobre nuestro carácter porque, como bien ha señalado la profesora Linda Colón, “la dependencia, además de ser una realidad económica y política, también es una construcción psicológica y sociológica que produce condiciones de negación, depresión y poca autoestima que permiten la reproducción de las condiciones coloniales”.
Pensar en el futuro del país desde el informe GAO es perpetuar nuestra mísera condición colonial cuando deberíamos estar desarrollando modelos de desarrollo social y económico para desatarnos de la dependencia y construir un mejor futuro.
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